Hoy se cumplen 50 años de la fundación de la CIA. El lector estará de acuerdo en que, después de este medio siglo de operaciones, se podrían escribir cientos de páginas de reflexiones sobre esta agencia gubernamental estadunidense que ha sido, en las diversas etapas de su existencia, satanizada, bienvenida y temida en todos los países de la Tierra. ¿Cuáles son las operaciones de la CIA? La lista es corta pero de una alta peligrosidad. Según los pocos ex agentes que se han atrevido a revelar los misterios del templo, la CIA ``es el centro del culto internacional al mundo de la información clandestina''. Y sus actividades son las labores de espionaje, contraespionaje, propaganda política, desinformación (la diseminación deliberada de información falsa), guerra sicológica y ac- tividades paramilitares. Sin embargo, el apetito desmedido de la CIA no se detiene en las actividades de alta peligrosidad que han servido de tema para cientos de películas de suspenso. Sus agentes se dedican también a leer todos los libros serios que se publican en el planeta para preparar informes que terminan, en su gran mayoría, arrumbados en las entrañas de una computadora.
La misión original de la CIA era francamente burocrática, aburrida e inocua. ¿Qué más podía esperarse de su creador, Harry S. Truman? Consistía, en términos muy generales, en la coordinación de toda la información internacional que generaban las oficinas, embajadas y departamentos del gobierno estadunidense, con el objeto de elaborar reportes que sirvieran de apoyo en la toma de decisiones de política internacional. La tentación, sin embargo, fue demasiado grande para sus primeros directores, los veteranos de la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS, por sus siglas en inglés).
Según Víctor Marchetti y John D. Marks, dos de los primeros historiadores serios de la Agencia Central de Inteligencia, los ``chicos'' del general Wild Bill Donovan y Allen Dulles pronto tomaron posesión de la peligrosa institución vagamente diseñada por Truman y la utilizaron para convertir en realidad sus sueños románticos de espionaje internacional. ¿Qué les impedía utilizar a la CIA para convertir en realidad todos aquellos objetivos de política internacional de la guerra fría que le estaban vedados al Departamento de Estado? La oportunidad no se hizo esperar: muy pronto la política exterior de Estados Unidos habría de quedar en manos de los misteriosos hermanos Dulles. Uno de ellos, John Foster, el brillante abogado internacional de Wall Street y quien habría de convertirse en el temible secretario de Estado durante el periodo de Dwight Eisenhower, es decir, en el director de la política exterior ``abierta'' de Washington; el otro, Allen, el abogado bon vivant y antiguo agente de la OSS, dirigiría por su parte la política exterior clandestina desde las oficinas de la CIA en los difíciles años de la guerra fría.
El romanticismo de los primeros años pronto quedó superado y la CIA se sumergió en el misterio de operaciones cada vez más cuestionables. Después habría de caer (como afirman Marks y Marchetti) en el ``derecho de mentir'', que se justificaba con el argumento de ``la protección de los intereses nacionales''. Así, la agencia pronto se vio involucrada en el golpe de Estado contra Jacobo Arbenz, en Guatemala, en la fallida invasión anticastrista de Bahía de Cochinos, en el conflicto de Vietnam, en la ``guerra secreta'' contra Laos y Camboya y en el golpe de Estado contra Salvador Allende en Chile.
En años más recientes, cuando comenzó a gestarse el principio del fin, los directores de la política secreta estadunidense comenzaron a ocultarle informa- ción a la propia Casa Blanca y a declarar verdades a medias ante el Congreso. Pronto vendría la época del deterioro total, cuando algunos de los agentes más importantes de los servicios de contraespionaje empezarían a venderle al KGB las listas de los ``dobles agentes'' estadunidenses. La CIA se convirtió, así, en un monstruo con vida propia.
Aún no hemos planteado la cuestión moral: ¿Pueden los países modernos obtener información clandestina sobre sus enemigos y sus principales competidores en los mercados internacionales? ¿Tienen el derecho de espiar a sus propios ciudadanos? ¿Es aceptable espiar a los países aliados? No tengo la menor duda de que el KGB, el Mossad y el misterioso conde Alexandre de Marenches, jefe de los servicios de información del gobierno francés desde 1970 hasta 1981, contestarían las tres preguntas con un rotundo ``¡sí!''