Iván Restrepo
Protección de los bosques marinos
Para Teodoro Césarman
Los arrecifes de coral poseen una asombrosa riqueza natural. Sin embargo, la inmensa mayoría de la población ignora su complejidad y fragilidad y su alto valor económico. Quizá por eso están cada vez más en peligro de destrucción pese a que son alimento y medio de vida para millones de personas y que sirven de protección a la franja costera donde el hombre vive y realiza numerosas actividades. Si los corales están sanos contribuyen al bienestar del ser humano y de la naturaleza. Pero por la acción del hombre más del 10 por ciento de los que existen en el mundo se encuentran seriamente degradados y un porcentaje mayor está en peligro de sufrir daños.
Los gobiernos saben bien la necesidad de tomar medidas encaminadas a la conservación y el uso sostenible de estas maravillas y de los ecosistemas que se encuentran íntimamente vinculados con ellas, como los manglares y los pastos marinos. Mas muchos programas oficiales para evitar su destrucción no se observan estrictamente o, de plano, se olvidan. Ello explica que la contaminación mate a los corales; igual que las aguas negras y otros desechos que arrojan a la franja costera los asentamientos humanos, los hoteles, el turismo, la industria y el comercio, o los sedimentos que las corrientes de los ríos y arroyos llevan hasta el mar. En igual forma, ciertas prácticas de pesca que utilizan venenos o explosivos.
Como seres vivos que son, es posible determinar la salud de los arrecifes con el fin de prevenir su desaparición. Sin embargo, no existe el número suficiente de expertos que se aboquen a ello, lo que dificulta evaluar y proponer oportunamente medidas de protección y de planificación costera o para regular ciertas actividades humanas que se efectúan en las áreas coralinas. Un ejemplo aleccionador al respecto es el turismo. En varias zonas del mundo, la industria sin chimeneas es culpable de serios desajustes a los recursos naturales. Como en las áreas litorales de Quintana Roo, para poner un ejemplo cercano, donde los arrecifes figuran entre la riqueza natural en peligro. Pese a que por su belleza y diversidad son un atractivo para miles de turistas y fuente de trabajo para la población local, muchos ``prestadores de servicios'' realizan su labor sin reglas claras ni observar normas mínimas de cuidado para evitar que los visitantes destruyan lo que la naturaleza tarda tanto en formar.
Para evitar lo peor, el gobierno mexicano firmó en junio pasado un importante acuerdo internacional para proteger los arrecifes del Gran Caribe. Pero, en contraste, todavía no aterrizan las medidas de manejo y protección que desde hace cuatro años diversos grupos ciudadanos y autoridades de Cancún proponen para evitar más daños a los corales en esa zona y áreas vecinas. Ha podido más la ineptitud oficial y la actuación poco afortunada del Instituto Nacional de Ecología.
El relevo que hubo en el INE hace unos días evidenció un estilo de desempeño de la función pública inadecuado para las nuevas circunstancias nacionales, y muestra de la falta de coordinación entre áreas de una misma secretaría, la Semarnap. En el caso de los arrecifes de Cancún y el resto del Caribe, las atribuciones del Instituto demandan una permanente disposición para escuchar, dialogar y concertar, y sensibilidad suficiente para incidir en escenarios locales, con características peculiares y cada vez más plurales. Máxime que este año está dedicado por la comunidad internacional al cuidado de los también llamados ``bosques marinos''.