El PRI quiere salir de su letargo desempolvando las formas más viejas de conducción política. Sin haber producido aún una lectura política uniforme de lo acontecido en los comicios hace más de dos meses, el tricolor ha resuelto el relevo de dirigencia nacional. Y lo ha hecho apelando a la peor tradición. Saltando las instancias que él mismo se dio, propició una cargada al más puro estilo de los sectores. Atrás quedó el Consejo Político Nacional como la instancia colegiada con la representatividad suficiente para administrar de mejor manera las instrucciones presidenciales, atrás el pudor ante el dedazo: a las puertas de Los Pinos se da el banderazo de salida a la cargada.
Si de esta manera el PRI resolviera sus tensiones internas, efectivamente no habría nada que reclamar, y uno podría entender que un partido proceda más para solucionar sus propios problemas que para complacer a la opinión pública. El punto es que la sensación de que esas formas son inapropiadas, no parece ser privativa de quienes no militan en el tricolor, y una vez resuelto el liderazgo formal, no se resuelven los problemas internos. Palacios Alcocer puede tener a su favor el hecho de que no haya dudas de que su nombramiento obedece a una voluntad presidencial, y eso acaso hubiera sido más que suficiente en otros tiempos. Hoy sospecho que, por fortuna o por desgracia para los priístas, no tiene el mismo peso la voluntad presidencial habida cuenta del destino que se le deparó al más reciente ex líder del PRI. He ahí una buena medida de valor de los liderazgos priístas.
Sin hacerse cargo que precisamente la construcción de liderazgos creíbles y proyectos solventes es una necesidad ineludible del PRI para encarar los nuevos tiempos, el partido más votado se ha empeñado en parecer el partido derrotado. Ante la disyuntiva de renovar dirigencia, da la impresión de haber desaprovechado una oportunidad para ensayar nuevos procedimientos que, sin atentar gravemente en contra de su unidad interna, le dieran la posibilidad de construir una identidad que los situara en la competida senda electoral. Se optó por lo viejo, en este caso no sé si por lo seguro.
Parece un lujo que la primera misión del nuevo líder sea justamente legitimar ante sus correligionarios su nombramiento. Ante la contingente y poblada agenda de transformaciones políticas que tiene el PRI enfrente, comenzar por recorrer el país para tratar de situar un nuevo proyecto de transformación que nace bajo la suspicacia del dedazo (hoy más cercano a connotaciones peyorativas que a otra cosa), no deja de parecer un exceso.
El problema interno del PRI afecta al proceso de cambio político nacional y, en este sentido, lo que acontezca en los ánimos priístas marca en buena medida lo terso o ríspido del proceso político nacional. Por lo pronto, y acaso como expresión de las formas, el primer pronunciamiento público del recién ungido líder priísta provocó más polémica que suscripciones: la propuesta de concebirse como partido de oposición mereció reacciones encontradas. Pero insisto: más allá de las precisiones o no que se le tengan que hacer a los mensajes, lo sintomático es que éstos no propician las mismas adhesiones en automático que presuntamente generan los viejos métodos de selección. Es obvio que hay un profundo problema de identidad en las filas del priísmo, que no se resuelve únicamente renovando dirigentes.
De nuevo el PRI parece querer solucionar sus dilemas aplicando la vieja fórmula de fuga hacia adelante. No hay indicios claros de que la fórmula elegida por el PRI para encarar los retos que tiene enfrente sea la más adecuada, más bien todo lo contrario, pero por el bien del país, ojalá que el tricolor se encuentre a sí mismo y pueda de esa manera ser un factor de estabilidad en el turbulento proceso de cambio político del país. De otra suerte es seguro que todos padeceremos las veleidades y cálculos erroneos del priísmo.