Para Amado Avendaño, indestructible.
Now I never will forget
that floating bridge.
Tell me five minutes time
in the water I was hid.
Sleepy John Estes (1940)
Viene todo jetón cuando al salir el Flecha de una curva algo así como un lamparazo lo despierta. Son las luces sin término de un paisaje parecido a la ciencia ficción, un tapete tembloriento que es su ciudad. Allá dentro él vive.
Cabecea. Trae la necesidad fisiológica de darse un baño.
Le dijeron que era el puente para cruzar un río muy ancho. El aire pega en la cara. Un canto de grulla compite con el ruido del motor.
Bajo los pies, el puente se mueve. Se hace como la hamaca colgante sobre el carándano, en Zacualpa de Abajo. Pero no, en este puente no hay que andar.
-Eso se llama lancha -interrumpe Raymundo, fallando por tercera vez de chiste. Carmela lo fulmina, y en eficaz ``dígalo con mímica'' le da a entender que no sea idiota.
Don Chío va agarrado a una borda áspera, de madera astillada. Pero tiene manos de cuero, ni los clavos le entran. Oye voces inquietas en idiomas que no entiende.
Es un puente para cualquiera. Un puente que te lleva. A él nadie le preguntó quién era ni a dónde iba. En un momento, el resplandor en sus ojos turbios aumenta. ``Ha de ser la mitad del río'', piensa. Como el sueño no acaba, no sabe si llega.
Un poco, eso, a Jacinto lo exaspera. El andar a la mitad. Las distancias se alargan y acortan, pero da igual, siempre se descubre en la mitad.
-Pero, carajo, es nomás un sueño -le había razonado Raymundo al verlo abrumarse.
-No, es un puente -le había replicado Jacinto de manera tan rotunda, que Raymundo comprendió que para esa gente los sueños significaban otra cosa, no eran sólo sueños. Que se los telepatiaban y tan tranquilos. Que para ellos soñar era la otra parte del trabajo. Los usan para curar, no que del lado de la ciudad los sueños son un síntoma, se les considera parte de la enfermedad.
``Trabajar, descansando'', decide Ray en el incómodo asiento boludo del Flecha que ya le borró la identidad. No dilucida qué es lo chistoso y qué lo serio de esta historia. Se parece a un sueño. ¿Un sueño donde la gente sueña que sueña los sueños de otro?
Un ciego que ve y un desierto fresco, una negra rumbera que vive sola y un indio que piensa. No, en la colonia, de la banda nadie iba a creerle. Le iban a decir que ora, que prexte. Y su anticuado medio hermano Joel, 15 años mayor, le dirá que está mafufo, que se deje de vagancias y busque trabajo. Ya lo oye clarito, al condenado.
Qué remedio.