La ciencia mexicana se encamina hacia el siglo XXI apoyada en antecedentes que no son muy halagadores. Su crecimiento en las últimas décadas ha sido prácticamente nulo. Entre otras cosas, se han creado muy pocas instituciones nuevas y el número de investigadores no ha crecido significativamente. Los contínuos ajustes en la economía han determinado este estancamiento, al grado de que la imagen del desarrollo de la ciencia en México más que corresponder a un sentido ascendente, como ocurre en las naciones científicamente más avanzadas, presenta innumerables oscilaciones.
No se trata de un fenómeno nuevo. Estos accidentes (ascenso-caída-recuperación-caída...) forman parte de la historia de la ciencia en nuestro país. Las escalas de tiempo en la que se presentan son variables, por ejemplo, al auge científico entre 1750 y 1810 siguió la caída entre 1810-1821; y en la primera mitad del siglo XIX, se combinaron el impulso ilustrado y la inestabilidad política (1821-1850). En la actualidad, los periodos de estos ciclos se han acortado además a una escala sexenal. Una etapa de aparente despegue se acompaña inevitablemente de otra de deterioro. Además, por alguna razón inexplicable, en el último año de cada gobierno (llamado por razones que ignoro ``Año de Hidalgo'') casi siempre hay un descenso en los recursos para la ciencia y la tecnología.
Resulta así que no es posible una planeación de mediano o largo plazos para el desarrollo de estas actividades, el cual siempre está supeditado a acontecimientos extracientíficos (políticos, económicos o sociales). Desde este punto de vista, el ingreso a un nuevo siglo no deja de causar preocupación pues no hemos podido lograr certidumbre. No sabemos si el impulso que pudiéramos dar ahora, permanecerá o, como siempre ha ocurrido, a la vuelta de la esquina se vendrá abajo.
Pero mientras la ciencia se mantiene en esa incertidumbre, el país comienza a cambiar en sus aspectos políticos y económicos. El fin de siglo lo alcanzó e ingresamos a un periodo de ``normalidad democrática'' como la ha llamado el presidente Zedillo. Yo pienso que estos cambios son engañosos, la distancia entre los poderes legislativo y ejecutivo es fragil (mañana mismo puede cambiar la composición del Congreso con la tradicional debilidad de los diputados para resistir el cañonazo de los 50 mil pesos o de otros calibres) pero, como quiera que sea, el escenario político surgido de las elecciones del 6 de julio, ya ha tenido algunos efectos importantes. Uno de ellos ha sido la disposición presidencial para desarrollar una política económica transexenal o una política económica de Estado.
Esto es de primera impotancia pues abre la posibilidad de hacer planes de largo plazo que son indispensables, no solamente para crear certidumbre, sino para generar estrategias que permitan edificar un futuro científico de cara al próximo siglo.
Como yo entiendo esta política de Estado, es que deberá surgir del acuerdo entre los distintos sectores de la sociedad representados por los partidos políticos. Y es aquí donde empiezan los problemas.
Ninguno de los partidos tiene una idea clara sobre el desarrollo científico y tecnológico de México. Pero, bueno, algo es algo. Hasta ahora la ciencia ha estado supeditada a la política económica, entonces la nueva política transexenal, bien podría incluir una visión de largo alcance para el desarrollo de la ciencia.
Si las oscilaciones han sido uno de los mayores obstáculos para el avance del conocimiento en nuestro país, la posibilidad de contar con un instrumento de certidumbre debe ser bienvenida.
En las naciones que mantienen un liderazgo en los campos científicos y tecnológicos, así como en las naciones emergentes como las asiáticas, su progreso ha dependido de la posibilidad de crear políticas de largo plazo, con una visión de 20 ó 30 años, periodo en el que se puede planear la formación de científicos, dentro o fuera de nuestras fronteras; la creación de nuevas instituciones de investigación y el diseño de un perfil propio para guiar nuestro desarrollo científico.
Es cierto que entre los antecedentes de la elaboración de políticas de Estado abundan los de los regímenes totalitarios, pero esto no debe transmitirnos miedo. Lo más importante es eliminar los aspectos de nuetro desarrollo que se han convertido en un obstáculo y entre ellos figuran las oscilaciones que nos impiden ver más allá de unos cuantos años. Así no se puede hacer nada. En cambio, con la elaboración de políticas transexenales para la ciencia y la tecnología, se abre una posibilidad de cambio que antes no teníamos.
Pero hay un pequeño problema: Es necesario convencer a los políticos de la importancia de colocar a la ciencia en un lugar destacado dentro de las nuevas políticas de largo plazo.