Hace dos semanas mostrábamos que una de las características que determinan un sistema complejo es que la suma de la partes no es igual al todo: ahora, la intención es mostrar otra de las propiedades de tales sistemas.
En un sistema complejo, podemos ``separar'' sus componentes en dos subsistemas discernibles: uno sobre el que es posible ejercer un control pues es un subsistema determinista y, ahí, a toda causa corresponde un efecto perfectamente previsible; y otro que es aleatorio, en donde no podemos hacer predicciones.
1. Si pensamos en el sistema de las artes o en el sistema de las ciencias, es indudable que la parte previsible está relacionada con la capacidad técnica de los artistas y de los científicos. La parte que es aleatoria tiene que ver, en un caso, con la creatividad y, en el otro, con el talento. En ambos, con una imaginación que afortunadamente no puede ser puesta en el ámbito de lo controlable y que permanece indefectiblemente en la parte aleatoria. Por eso, además de seres naturales somos también humanos. Pretender organizar un sistema de las artes o un sistema de las ciencias perfectamente controlados y previsibles es tarea inútil.
2. Por otra parte, durante sesenta y tantos años, el poder legislativo formó parte de un subsistema de gobierno perfectamente previsible, pero, desde el 1o. de septiembre de 1997, el subsistema legislativo cae fuera de lo determinista y previsible y pertenece, más bien, a lo aleatorio. A esto le llamamos democracia.
La tarea, en el caso de las artes y de las ciencias --así como en el caso del gobierno democratizar es dejar de controlar--, consiste en democratizar: democratizar las artes y las ciencias consiste, pues, en no insistir en ejercer un control imposible y en dar su lugar a la imaginación y a la creatividad, que no son ni pueden ser procesos de producción controlados, libres de contingencia. En el caso de las artes y de las ciencias, la consigna debe ser entonces: ¡Viva el desorden!