La Jornada Semanal, 14 de septiembre de 1997
Las cantantes de Occidente
vivían en una costa sin perdón.
Y yo pregunto:
¿acaso hubo un momento
en que todo aquello se aplacó,
en que lluvia y océano y hogar
les fueron revelados
como una y la misma cosa?
el clima siguió dando forma a cada día,
pero noche a noche sus bocas se llenaban
de tormenta atlántica y estrellas tras las nubes
y pájaros exhaustos.
se plasmaba en la música tal cual, se traslucía
la medida verdadera del placer
al hallar una voz donde habían hallado una visión.
Después de lo cual
Y sólo cuando el peligro
Regreso a casa
¿Por qué será que el lamento llega tarde?
Cada gozoso regreso a casa
termina con cenizas en la lengua.
Nuestra infancia anida,
preciosa, en la palma de tu mano:
¿somos menos preciosos ahora?
Los recuerdos apresuran el deleite,
el bienestar de la nostalgia
como un sillón familiar que cede
y de nuevo somos uno,
paseando sobre las hojas puntiagudas,
riéndonos de las travesuras del perro;
a salvo ya,
el maestro,
el amaestrado.
Aun los mejores maestros deben saber cuándo;
¿acaso serás siempre un viejo amargado
mientras yo, doble huérfana, vivo en duelo?
Corazón de campo
Si hubiera remojado la punta del dedo
en agua para refrescarte la lengua,
habrías probado la sal de árboles lejanos
a muchos kilómetros del mar.
Nuestras voces conversantes
flotaban entre las granjas:
la luz de piloto de una vela
encendida al aire libre
sin intenciones de cintilar.
Techumbres de paja tejidas con firmeza
descansaban sobre los tejados
de su propio, permeable peso.
Lenta y constantemente, la tormenta
que compartía tu nombre
redujo su impulso,
hasta que cada atenta, incomprensiva
teja de tu piel
quedó atrapada, en llamas.
Nada se veía entre los párpados cerrados
de tus sueños plenos de sucesos,
la avenida cerrada de tus nuevos sentidos
que iniciaban, como absolutos extraños,
su vuelta a casa, maduros, cosechables.
Con cierta fricción ante la sustancia material,
como al meter el clutch o cambiar de velocidad,
hiciste del rocío algo encantado,
destornillado, un telescopio mortal,
un globo destrabado, una pelota
de la que ha escapado el aire.
Viajero en ascensor, no te notabas ya,
subiendo, entre dos pisos, lanzado
como corcho de botella de champaña,
volando por un oscuro estrecho tubular
o por un valle juncoso, rumbo a una frecuencia más alta,
una vibración más rápida: ¡rumbo a todas las Irlandas!
Acerca tu alma suelta,
atraviesa con los ojos,
encuéntrate con mi conciencia diurna
en las leyes de lo que vive:
regresa a mí en un junio diferente:
sólo una vez, deslízate
hasta que la unión perdure.