MAR DE HISTORIAS Ť Cristina Pacheco
El señor de cabello gris
De las ollas se levantan vapores cargados de olor a grasa. Doña Agripina sirve a toda velocidad las raciones de comida. Su hijo Efrén las distribuye en las mesas que ocupan las trabajadoras de la fábrica Domene. El rápido trajín del muchacho inspira frases maliciosas que se repiten a diario: ``Oye, güero, dice Margarita que le pases el chile por favor''. La aludida suelta una carcajada y entre aspavientos responde a la broma: ``¿Por dónde?''
Enrojecida y sudorosa, doña Agripina finge no escuchar las bromas y se concreta a darle nuevas órdenes a su hijo: ``Efrén, si ya terminaste de servir vete a la azotehuela a traerme más refresco''. El joven se dispone a obedecer a su madre cuando aparece Ofelia. En vez de saludarla, doña Agripina le dice: ``Ya es bien tarde. Nomás quedan verdolagas con carne de puerco. No te guardé sopita de fideo porque pensé que no vendrías''. ``Por poquito y no llego'', contesta Ofelia, y se dirige a la mesa que ocupa Margarita, su amiga y confidente.
-Ay, Ofelia, como en la mañana no te vi pensé que te habían cambiado de turno. ¿A qué hora llegaste?
-Hace ratito-. Ofelia acomoda su suéter y su bolsa sobre la banca corrida y luego toma asiento.
-¿A poco te dejó entrar El Junior? Pos cuídate porque ya sabes que ese siempre quiere cobrarse los favores.
Ofelia cierra los ojos, apoya la cabeza contra la pared y suspira hondo: -No sabes el sustazo que me llevé.
-¿Tu padrastro...? -pregunta Margarita.
-No. Desde el viernes se fue de la casa.
-¿Entonces...?
-Me asaltaron -contesta Ofelia. Efrén, quien llega en ese momento con el plato de guisado, grita: ``¡La asaltaron!'' Doña Agripina suelta el cucharón y se aferra a las imágenes benditas que adornan su pecho. Mezcladas y en desorden se oyen las protestas: ``Es el colmo'',``Ya no se puede más con la inseguridad'', ``Yo no sé qué demonios hacen los policías, nunca están cuando se les necesita''.
Conforme hacen sus comentarios, las trabajadoras se aproximan a Ofelia y la rodean. Todas preguntan al mismo tiempo dónde ocurrió el asalto. Margarita les hace una señal para pedirles silencio, toma la mano de Ofelia y le aconseja:
-Cálmate, chaparrita-. Tras un breve silencio, pregunta: -¿Te robaron por aquí?
-No. En la micro.
Nuevas exclamaciones y protestas se escuchan en la fonda. Desde su sitio, doña Agripina pide justicia y propone que unidas vayan a la delegación para exigir más vigilancia. El desánimo se manifiesta por todas partes: ``¿De qué sirve?'', ``Nunca hacen caso'', ``Nomás vamos a perder el tiempo''. La fondera vuelve a tomar la palabra:
-Pos entonces tendremos que organizarnos. Si lo hacemos, verán que entre todas agarramos a esos desgraciados-. Doña Agripina percibe la expresión alelada con que Efrén contempla a Ofelia y enseguida le da nuevas órdenes: -Tráite un vaso de agua con dos cucharadas de azúcar.
-Para el susto es lo mejor -precisa una voz anónima mientras Margarita le pide a su amiga que les cuente lo sucedido: -Así te desahogas y no te quedas con el susto entripado.
Ofelia se endereza, bebe sorbitos de agua dulce y comienza su relato.
-En la mañana se me hizo tarde por estar discutiendo con mi mamá. Según ella, yo tengo la culpa de que mi padrastro se haya ido. ¿Y yo por qué?, le pregunté. Me salió con que por mis malos modos; él, Domiro, varias veces se había quejado de que yo fuera tan despreciativa cuando sólo deseaba ser un padre para mí.
Ofelia intercambia una mirada con Margarita, quien se concreta a maldecir en voz baja: ``Qué poca...'' Hay varias protestas por la interrupción. Ofelia continua:
-Siempre camino desde la casa hasta la avenida Veintidós, pero como ya se me había hecho tarde preferi agarrar la micro. Me quedé cerquita de la puerta y un señor de cabello gris, que se había subido conmigo, me dijo: ``Pásese para atrás. Hay un lugar''. Se me hizo rara tanta amabilidad y me entró desconfianza, así que ni le contesté. El, muy serio, fue a sentarse. Luego me dio pena haberlo cortado tan feo.
-Es que ya no sabe uno quién es quién -dice Margarita.
-En la siguiente parada se subieron dos tipos: uno de pants que se fue hasta el fondo de la combi y otro bien vestido que se quedó junto a mí-. Ofelia hace un gesto asombrado: -Me cai que estaba muy guapo.
-Mírala, qué bien te fijaste -comenta Margarita riendo.
-Ay tú, pos cómo no iba a fijarme. No te digo que se quedó juntito a mí. Por Dios que me imaginé todo menos...
-Yo, cuando veo que un fulano se me repega mucho, luego luego me cambio de lugar -comenta doña Agripina. -Pienso: a mi edad lo único que quieren es robarme el monedero.
Entre risas, Ofelia sigue contando:
-Pero a mí el tipo no se me repegó. Por eso le agarré confianza y cuando me preguntó hasta dónde iba, le contesté: ``Cerquita, pasando La Cuchilla''. El hombre me sonrió pero yo no dije nada. Por mí, mejor. Como que traía en la cabeza la discusión que acababa de tener con mi mamá y hasta pensé: voy a decírselo.
-¿Qué cosa? -pregunta doña Agripina, intrigada. Margarita se acerca y le murmura:
-Que su padrastro la anda molestando mucho, como que quiere con ella. Lo bueno es que el viejo ya se largó.
-De todas maneras, que esta muchacha se lo dija a su madre para que ya no lo reciba.
-Uy, yo creo que mi mamá prefiere más a su viejo que a mí-. El rostro de Ofelia se transforma en una expresión de tristeza.
-Ya no pienses tanto en eso -dice Margarita-. Mejor dale gracias a Dios de que no te pasó nada en la combi.
-Por eso cada vez que mi hijo sale lo encomiendo a San Ranocito.
-Ya, mamá -interrumpe Efrén con impaciencia-, deje que Ofelia termine de contar.
-Faltaba poquito para llegar a La Cuchilla cuando de pronto oí que el guapo me decía algo. No le entendí y cuando le pregunté qué deseaba voy viéndole un puñal en la mano. Y yo de mensa, sin comprender, hasta que el infeliz repitió: ``La bolsa y tu medallita..'' Todavía le dije: ``No seas malo. Es lo único que me protege''. ¿Saben lo que me respondió?: ``No me vengas con mamadas y entrégamela''. Entonces me di cuenta de que el otro muchacho, el de pants, amenazaba con su pistola a los demás pasajeros mientras les quitaba sus cosas.
-Híjole, mana, ¿y qué hiciste? -pregunta Margarita agitando las manos.
-Pues lo único que se me ocurrió: tratar de desabrocharme la cadenita. En ese momento oí un golpe bien fuerte. El guapo cayó junto a mí. Me le quedé mirando mientras el de pants forzaba la puerta y salía corriendo. Unos lo siguieron, los demás nos quedamos quietos, como lelos, sin entender nada. De repente una señora se soltó gritando: ``¿Quién disparó?''
Sentí que alguien me miraba y me voltee en el momento en que el señor de cabello gris se guardaba la pistola. No dije nada, ni siquiera cuando vi que iba a bajarse de la micro. Tuve miedo, me latía el corazón bien fuerte pero alcancé a oír lo que me dijo de paso: ``Cuide su medallita, ya ve que sí es milagrosa''.
Durante algunos segundos las obreras permanecen en silencio, mirando a Ofelia que, sonriente, extrae la imagen bendita de entre sus ropas y la besa.
-Que Dios lo bendiga -dice la fondera-, y por si llega a ofrecerse, tú, Ofelia, no viste nada.
-Y nosotros tampoco oímos nada -asegura Margarita, sonriendo entre lágrimas.