La rica historia de la ciudad de México con sus casi 700 años de vida, puede leerse a través de su arquitectura. El corazón de la gran metrópoli, que es la inmensa plaza de la Constitución, conocida popularmente como Zócalo, tiene en los alrededores los vestigios del Templo Mayor de los aztecas, cuya belleza y majestuosidad deslumbró a los españoles que a principios del siglo XVI arribaron a la ciudad de México-Tenochtitlan, para llevar a cabo la conquista del que a su vez había sido un pueblo conquistador.
A pesar de que sólo se pueden apreciar las bases de los primeros templos, ya que fue reconstruido siete veces, cada uno encima del anterior, es posible distinguir la grandeza de sus tiempos de esplendor. Desde su cima malograda se pueden admirar los diversos estilos: renacentista, herreriano, gótico y neoclásico de la imponente Catedral metropolitana y adjunta la belleza barroca, en su extremo churrigueresco, del Sagrario metropolitano, lo que nos habla del apogeo de la arquitectura virreinal. Justo enfrente del santuario azteca se yergue uno de los mejores ejemplares del neoclásico: el imponente Palacio del marqués del Apartado, obra del extraordinario escultor y arquitecto Manuel Tolsá. Este estilo marcó el inicio del México independiente, que inaugura el siglo XIX. Atrás de todo ello se asoma la esbelta mole de cristal de la Torre Latinoamericana, símbolo del México moderno.
Un paseo por la avenida 5 de Mayo nos amplía esta visión, ya que su historia data del siglo XVI cuando era un pequeño callejón llamado del Arquillo, incrustado en las magnas casas del conquistador Hernán Cortés, con fama --por su tamaño e instalaciones-- de ser como una pequeña ciudad. Ya en el siglo XVIII, la breve vía se amplió hasta lo que hoy es la calle de Bolívar, en donde se construyó posteriormente el hermoso Teatro Nacional, que diseñó el arquitecto Lorenzo de la Hidalga, uno de los mejores artífices del neoclásico.
Esta soberbia construcción fue demolida por órdenes de Porfirio Díaz, para ampliar la avenida y que desembocara en su nuevo gran teatro, que ahora conocemos como Palacio de Bellas Artes. La flamante vía se convirtió en un maravilloso sitio para levantar magníficas edificaciones, según las modas de la temporada. Así vemos convivir las construcciones barrocas del primer tramo: el Monte de Piedad y la Casa de las Ajaracas, con edificios en estilo romántico, ecléctico y art-decó, cada una de ellas representando una época política de México y una visión de la vida.
Un paseo por las colonias de fines del siglo pasado y principios del presente: Santa María, San Rafael, Juárez, Roma, nos muestran el estilo afrancesado que caracterizó el porfiriato. Después de la revolución surge la Hipódromo Condesa, en los terrenos de la Hacienda de la Condesa; en esa época se pone de moda en México el Art-Decó y el flamante fraccionamiento se torna en encantador muestrario de ese estilo, que también se ve en el antiguo barrio de San Juan, en el Centro Histórico. Un excelente ejemplar es el edificio de la antigua estación de bomberos, que próximamente alojará al Museo de Arte Popular Mexicano, que de seguro será magnífico pues el proyecto lo coordina la experta y amante número uno del tema, María Teresa Pomar, con el apoyo de otros conocedores como María Esther Echeverría, Sol Rubín de la Borbolla, Laura Oseguera y Tonatiuh Gutiérrez; alma importante de la idea era la querida Cristina Payán.
En este barrio convive el Art-Decó con algunas casonas porfiristas y cuatro significativos mercados: el de artesanías, el de frutas y verduras, el famoso de pescados y mariscos, y el de ``arreglos'' florales, igualitos a los de las florerías de lujo pero a la mitad de precio.
Continuando con las colonias, en los años 40 surge Polanco con su bello parque de los espejos de agua, a cuyo alrededor brotan las mansiones colonial-californiano, ese abigarrado estilo que quiere ser ultrabarroco pero con algo de gótico, romántico, árabe y quién sabe qué más, verdaderamente indescriptible. Algo de ello permea en la colonia Nápoles que nace en las ``afueras'' de la ciudad.
Esto mismo se puede apreciar en otras calles y colonias, lo que le da a la ciudad de México una personalidad única, que vale la pena saber ver. Y para no olvidar la pausa que refresca, volviendo al barrio de San Juan, en el mercado principal está la marisquería Playa Careyes, que tiene los mejores pulpos preparados al gusto del cliente: a la diabla, en su tinta o a la mantequilla; el filete empapelado es delicioso; todo fresquísimo y de muy buen precio.