H. Flores de la Peña
El Informe/ II
Como decía la semana anterior, en el Informe no hubo ninguna noticia que no se conociera antes; su efecto, en la opinión pública, fue cuando menos de franca indiferencia. Y esta indiferencia se manifestó en la poca audiencia que tuvo el Informe, a pesar del martilleo de la televisión y la prensa.
Esto es el resultado de querer presentar como novedad un programa repetido ya por muchos años, con una falta de realismo impresionante, y querer dar más de lo mismo con metas que nunca se alcanzaron, pero que se presentan como si fueran una gran novedad y con un despliegue publicitario que resulta ofensivo, y alcanza metas distintas a las que se quiere llegar.
Llaman la atención dos propuestas en el Informe presidencial. La primera es el combate a la pobreza, que merecía más atención y más recursos financieros; la otra es la política económica de Estado por establecer y conservar metas de crecimiento y de justicia social a largo plazo, pero a condición de que se dejen las bases de la política económica actual. Es lógico que él y algunos empresarios tengan confianza en el modelo, pero el pueblo, en su mayoría, no la tiene.
En cuanto a la proposición de una política económica de Estado, tampoco es una novedad, ya existió en otros países y tiene un aspecto un poco desagradable; siempre se estableció en países que abiertamente estaban reñidos con el ejercicio de la democracia. Existió en la URSS, en la Alemania nazi, como la política económica del tercer Reich; también existió en el Estado fascista en Italia y hasta en Portugal, bajo la dictadura, y en Brasil con Getulio Vargas.
Estos no son buenos antecedentes. Tuvieron como base el deseo de modelar, desde el Estado, a la economía, a la política y en general a toda la vida de la sociedad civil. Era la época en que se afirmaba, con gran petulancia, que si la realidad no se ajustaba a la política de Estado, peor para la realidad. Ya conocemos lo que se alcanzó con estas políticas y no es para entusiasmar a nadie. Las políticas de Estado se implantaron con el uso creciente de la fuerza de policías y soldados; en estos países el que discrepaba de las metas, simple y sencillamente se moría. Incluso en Alemania la vigilancia del proyecto de control de cambios establecido por el doctor Shasct, Hitler de su puño y letra escribió que del cumplimiento de este decreto se encargaría la Gestapo.
Hay que estar muy alerta respecto al contenido de esta política; puede ser que los colaboradores económicos del Presidente no conozcan estos orígenes. Pero también puede ocurrir que, porque los conocen, les guste. Porque establecer las metas de la política económica, a largo plazo, es relativamente fácil y no admite discusión o discrepancia; consiste en crecer más y distribuir mejor. Las dificultades empiezan después, al escogerse los instrumentos económicos que permitan crecer y distribuir sin romper el equilibrio global de la economía, pero sin trivializar la política.
Para crecer hay que invertir, y en ello el ahorro no es obstáculo, el ahorro lo crea la inversión. El problema serio es que el aumento de la inversión no rompa el equilibrio global, es decir el de los precios internos y el del tipo de cambio. Por eso tiene mucha importancia que la inversión sea productiva y a muy corto plazo. No sólo se debe cuidar el volumen de la inversión, sino la estructura de la misma. Después de esto, le pueden poner todos los adornos y complementos para hacerla más efectiva, y para usar sus computadoras, pero este es el punto básico.
Cuando decimos que en ese programa debe cuidarse no alterar el equilibrio global de la economía, nos referimos a: 1) que no se debe consumir más de lo que se produce; 2) no importar más de lo que se exporta, tanto en mercancía como en servicios; 3) buscar que el ahorro de los capitalistas se invierta en el país y no se transforme en fuga de capitales, y para ello es necesario contar con un incentivo a invertir fuerte, determinado por una demanda efectiva creciente, y 4) una política de crédito que privilegie a los sectores productivos y a la distribución, pero no con exclusividad a los financieros.
Para la distribución del ingreso, el Estado cuenta con dos políticas básicas, la fiscal y la de salarios. La fiscal sirve tanto en su aspecto recaudatorio como en el volumen y orientación del gasto público. Los límites para una y otra son evidentes, y no merecerían mayor comentario. El incremento de los salarios debe guardar relación con la productividad del trabajo y el aumento de la producción de bienes-salario, y tanto esto como la política fiscal no deben abatir el incentivo a invertir ni reducir los niveles de consumo, y evidentemente, mantenerse dentro de los límites que le marque el equilibrio global.
Este es un tema muy serio para quienes vayan a discutir estas proposiciones, cuya utilidad puede ser muy grande o muy peligrosa. Espero que para entonces los diputados de la oposición hayan tomado una buena dosis de sobriedad, para no convertir su triunfo de una fiesta democrática en un festín político. Porque este es un problema serio y complicado, que debe manejarse técnicamente y no con un enfoque partidista. De su buen diseño dependerá la mejor utilización de nuestros factores productivos o un fracaso más de los que está tan llena nuestra historia económica.