La Jornada 13 de septiembre de 1997

Marcha triunfal en apoyo a ``una exigencia que nos une a todos''

Blanche Petrich Ť El ezeta llegó partiendo plaza lo mismo en el bosque de Nativitas que en Reforma que en el Zócalo. De principio a fin fue una jornada excepcional, una marcha triunfal, una bienvenida emocionada de brazos abiertos en varias etapas.

Después de todo lo vivido durante el trayecto de Chiapas a México, con las imágenes de tantas escalas no programadas a lo largo del camino para recibir homenaje y apoyo, Luis Hernández Navarro, compañero y acompañante, se asombra: ``Los reciben como si fueran héroes victoriosos''.


Marcha zapatista hacia el zócalo capitalino.
Foto: Carlos Cisneros

¿Victoriosos de qué victoria? ``Pues la victoria del movimiento'', responde sin complicaciones Rosa Hernández. Ella se descolgó de su contingente poco antes de llegar al Zócalo. Es el contingente del paliacate, un paliacate gigante que gira y se ondula, corre y se detiene y juega a lo largo de todo el camino, desde el Monumento a los Niños Héroes. Para sus cinco meses de embarazo, las carreras y juegos del paliacate, desde que salieron de Chapultepc, son demasiado.

Se ve más chamaca que cuando estuvo en el Reclusorio Oriente. Ella fue del grupo de los presuntos zapatistas, del grupo de detenidos en Yanga, Veracruz, que pasaron más de un año presos. Va ligerita por la banqueta, platicando que después de salir de la cárcel se integró a un grupo de simpatizantes. Reunieron recursos y se fueron a Oventic a construir una escuela. Ahora están de regreso en la ciudad de México.

De pasada oímos el comentario de una mujer: ``Estos zapatistas nunca pensaron que iban a levantar tanto''. Rosa Hernández sí se lo imaginaba.

Conquista de mentes y corazones

Otra explicación del porqué esta fiesta de bienvenida parece una marcha indígena victoriosa es la de Pablo Moctezuma, que dirige con voz de trueno las consignas del contingente de la UPREZ: ``Es un triunfo sobre las mentes y los corazones de la población. Han conquistado conciencias''.

En el remate de esta jornada, en pleno Zócalo, Claribel, de la comisión política del Comité Clandestino Revolucionario Indígena, definió en una frase el sentido medular del largo y accidentado viaje de los zapatistas a la capital: exigir ``que Zedillo cumpla su palabra'' empeñada en los Acuerdos de San Andrés Larráinzar sobre derecho y cultura indígena.

Pero desde la mañana ya muchas voces habían dejado en claro que este tema es, a partir de ahora, una cuestión casi personal, o como lo expresó el filósofo Luis Villoro en el discurso central en nombre de la sociedad civil en Nativitas, ``es una exigencia que nos atañe a todos''.

Frutos humanos en el bosque de Nativitas

La mañana en el bosque de Nativitas transcurrió entre malabares para no dejar decaer la larga ceremonia preliminar, una espera de horas y horas. La caravana llegaba, por supuesto, demoradísima. Se rumoraba que Milpa Alta se había apropiado de los zapatistas para darles de desayunar y eso toma su tiempo si se trata de 1,111 héroes y una larga caravana de representantes de muchos otros pueblos indios que fueron engrosando y enriqueciendo de sentidos a la columna.

Así que la primera comisión de recepción integrada por nativos de Tláhuac, Milpa Alta y Xochimilco, así como del Congreso Nacional Indígena, tuvieron tiempo para repetir, ensayar y repasar el protocolo popular para un ``acto que es de todos''. La gente que fue citada desde las ocho de la mañana buscaba su acomodo bajo los árboles y, muchos, arriba de ellos. Sauces, pirules y cedros cuajados de frutos humanos.

Hubo gran despliegue de cortesía, pues los xochimilcas también se pintan en esto de las tradiciones. Tuvieron comisión de ancianos, comisión de flores, comisión de niños, comisión de la sociedad civil. Dejarían de ser xochimilcas si no hubieran hecho alarde de sus flores, sus dalias biónicas, sus gladiolas explosivas. Aunque tanta espera le marchitó los collares de hiedra y margaritas que doña Amalia Salas tejió la noche anterior, pensando en ellos, en los zapatistas.

``Es que nosotros estamos unidos a su lucha digna porque a nosotros tampoco se nos hace justicia, nosotros también estamos olvidados''. Ella es de la Asociación Civil de Sabios Xilicos (lugar de chilares) que se defiende de la expropiación de su ejido ``pero en este trayecto hemos sido masacrados'': sus hijos Moisés y Virginia secuestrados y golpeados por gente de un comisario ejidal impuesto por las autoridades. ``Por eso la lucha del EZLN es nuestra lucha. Y no me interesa que estén armados. Ellos se tienen que defender. Son más matones los del gobierno''.

Aunque cuando llegaron y ya los vio de frente, no les vio más arma que el bastón de mando. Y se fijó también en sus cinturones de cinta amarilla que llevaban una inscripción en una de las lenguas mayas: Ik `otik (somos viento). Ella los adornó con sus collares que se quedaron pegados como lianas floridas a los pasamontañas y los sombreros encintados de los tzotziles.

``Los indios sabemos gobernarnos''

El grupo de danzantes Xolotl hizo una ceremonia de purificación para favorecer la llegada de tiempos mejores y entonces sí, arrancó la ceremonia.

Se recordó, por supuesto, el encuentro del Ejército del Sur y la División del Norte en los mismos predios de Xochimilco en 1914.

Y entonces Omar, de la delegación del EZLN, tomó la palabra justo cuando los noticieros del mediodía estaban al aire y los reporteros radiales con sus teléfonos celulares enviaban en vivo la información, su fuerte discurso autonomista repetido en miles de aparatos por toda la ciudad: ``La lucha del EZLN ha despertado a miles y miles de mexicanos que han descubierto que desde su origen tienen derecho a ser como son y a ser respetados como son. Nosotros, que somos los despreciados, sabemos gobernarnos y hacer cumplir nuestras leyes''.

Los organizadores lograron agilizar, como prometieron, la ceremonia. Faltaba media jornada, la marcha, el Zócalo. Las multitudes de las banquetas se entregaron sin reservas a la larga columna indígena. Fue una larga celebración.

Hoy sigue la fiesta pero sobre todo el trabajo. Correrán en vías paralelas la asamblea fundacional del Frente Zapatista de Liberación Nacional y el segundo Congreso Nacional Indígena. El primero tendrá el desafío de remontar el primer intento fallido de articular el frente amplio de las redes civiles en torno de la agenda zapatista. El segundo tendrá que encontrar una fórmula para darle un peso político definitivo a la exigencia de legislar, al fin, el derecho indígena.

Llenarán muchos escenarios simbólicos: el salón de baile Los Angeles en Santa María la Rivera; Cuicuilco, donde, como dicen, se enfrentan ``el dinero y la razón'', la explanada de rectoría de CU que el rector Barnés no quiere prestar, Tlatelolco. Y todo se monta en las fiestas patrias. Material de sobra para la historia contemporánea.