Hoy, mientras en México mil 111 zapatistas se encuentran en la capital del país, el orbe asiste a un proceso contradictorio en el que, junto con la acción destructora de identidades y sobera- nías que resulta de la mundialización, surgen resistencias que afirman esas mismas identidades y desplazan la soberanía del plano abstracto de los gobiernos y las naciones a su lugar de residencia real: los ciudadanos, los pueblos.
Junto al desarrollo brutal del racismo, del egoísmo, del hedonismo, del individualismo, aparece de forma simultánea --estimulada por una mundialización que, pese a sus aristas destructivas, ofrece nuevos elementos y recursos de información y de comunicación para el intercambio entre inmensas masas humanas-- una nueva solidaridad, una visión colectiva global, una cultura alternativa que, aunque moderna, hunde sus raíces en la defensa de los viejos valores y culturas milenarias y, al mismo tiempo, en las conquistas sociales de dos siglos de revoluciones por la independencia y la democracia.
Así, contemporáneamente a la marcha indígena al Distrito Federal, en Venecia una enorme manifestación de masas, convocada por los sindicatos, las izquierdas, los centros sociales juveniles, los intelectuales progresistas, defiende hoy los derechos de los inmigrantes, combate el racismo, lucha contra el neoliberalismo y apoya a los zapatistas. Al mismo tiempo, los campesinos sin tierra y los desocupados de Brasil, junto con los sindicatos combativos, luchan por la democracia, la tierra, el trabajo, mientras los terratenientes y sus organizaciones fomentan y preparan la represión para que nada cambie. Y los indígenas andinos, recurriendo a la memoria de sus líderes del pasado pluricentenario de resistencia, reivindican a la vez su autonomía y la democratización social y económica, además de política, de la región y de sus respectivos países y tienden también una mano ideal al zapatismo.
La llegada a la capital del país de los representantes de los pueblos indígenas del sureste de México, por lo tanto, se inscribe en un proceso mundial. El ingreso de los zapatistas, para unirse con los indígenas y mestizos de la urbe que, por otras y diversas vías, buscan ampliar la democracia y completar la independencia nacional, es por ello un momento histórico y forma parte de dos modernidades y dos mundializaciones contrapuestas. La marcha zapatista y sus reivindicaciones de autonomía, organización de la llamada sociedad civil y lucha por la creación de una nueva solidaridad entre generaciones, etnias, culturas y sociedades paralelas hasta ahora sólo parcialmente comunicadas, son todas manifestaciones de la construcción democrática y pacífica de un México moderno que no reniega de su pasado ni de sus raíces ni se ata al carro de ningún vencedor extranjero. Esto hace de este día una jornada histórica.