Fernando Benítez
Teodoro Césarman
Ha muerto un hombre sabio, un cardiólogo eminente: Teodoro Césarman. La primera visita que le hice como paciente él me preguntó:
--Cuéntame, ¿por qué te expulsaron de Novedades? Eras el director del suplemento cultural donde figuraban los mejores escritores mexicanos, algunos refugiados españoles y otras eminencias. Yo lo leía cada domingo... era para mí imprescindible su lectura.
--Me corrieron --le dije-- porque yo me atreví a hablar de conflictos políticos y Novedades no era afecto a la crítica política... Esa fue la razón.
Después de una larga charla, teniendo la sala de su consultorio llena de pacientes, Teodoro seguía platicándome. Más tarde me examinó, me tomó una radiografía y nos despedimos cordialmente. Nunca me cobró un centavo por las consultas y llegamos a ser grandes amigos. Aunque mi corazón funcionaba muy bien, lo visitaba con frecuencia para disfrutar de su amena charla y de sus sabios consejos.
En una crisis personal muy grave que tuve, al regreso de un viaje a Francia, él me dijo:
--Te voy a quitar las ocho medicinas que tomas y te voy a recomendar que des largos paseos por los Viveros de Coyoacán, que quedan cerca de tu casa.
Con su consejo, me recobré enteramente y seguí visitándolo. Más tarde descubrí con sorpresa que el eminente doctor también hacía versos, que se publicaron en una edición privada, de la que yo tengo un ejemplar.
La muerte de Teodoro ha conmovido a la comunidad médica, a familiares, pacientes y amigos. Falta el hombre generoso que animó a enfermos ricos y pobres, y cuyo vacío será muy difícil de llenar.