Hoy, la marcha encabezada por mil 111 indígenas zapatistas hará su arribo al Distrito Federal, capital y centro de poder político y económico del país. Con ello, los representantes de una organización que decidió levantarse en armas ante la marginación y la explotación a la que han sido sometidas sus comunidades, harán acto de presencia en el mismo centro de poder -social, político, económico, cultural, religioso, financiero- que los ha oprimido e ignorado por siglos. La ciudad de México, más que la sede del gobierno federal y de los poderes del Estado, es la cúspide y el símbolo de una conformación social no exenta de actitudes clasistas y racistas y que, hasta el primero de enero de 1994, se había mantenido sorda y ciega, durante incontables años, a las justas demandas de los pueblos indios.
Aunque muchos de los que llegarán hoy a Xochimilco vienen como integrantes del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, la marcha representa a muchos más: es la encarnación de los excluidos, de aquellos a los que se les ha negado el rostro y se les ha condenado a sobrevivir en condiciones extremas de pobreza, insalubridad, injusticia y discriminación. Quizá, por ello, han optado por mantener cubierto el rostro y presentarse ante los poderes y la población del Distrito Federal tal y como éstos los han orillado a ser: las víctimas anónimas de un sistema y una sociedad que les ha privado de su dignidad y sus derechos.
No es la primera vez que representantes de las etnias de México acuden a la capital del país, ya sea de manera individual o colectiva. Pero, en las ocasiones anteriores, debieron regresar a sus lugares de origen sin haber sido escuchados y sin recibir atención a sus demandas. Resulta vergonzoso y aleccionador que haya tenido que surgir una insurrección armada -con su carga de desolación, muerte y zozobra- para que la ciudadanía y el gobierno cayeran en la cuenta de la existencia y la importancia de estos mexicanos excluidos y se sentaran las bases, todavía incipientes, para darles la atención que merecen por parte de la sociedad y de las autoridades. La llegada de esta marcha es un intento más por encontrar el sitio social, político y económico que se les ha negado y al que tienen legítimo derecho, y constituye un llamado a la conciencia nacional -como lo fue su levantamiento en 1994- que incumbe a todos los ciudadanos y que no debe quedar, por el bien de la nación, nuevamente desatendido.
Los recién llegados vienen a enriquecer la vida política nacional con la construcción de una propuesta organizativa original -el Frente Zapatista de Liberación Nacional- que, se comparta o no, merece respeto y atención. En este sentido, cabe aplaudir y reconocer la actitud que los rebeldes indígenas han mantenido al acatar el exhorto social de buscar una salida justa y pacífica al conflicto de Chiapas, a pesar del clima de violencia generado en sus comunidades por los intolerables atropellos de las guardias blancas, los grupos de choque y los cuerpos policiacos del estado, y a pesar de la tensión que ha significado el despliegue del Ejército Mexicano en las comunidades afectadas.
Si en ocasiones anteriores los indígenas chiapanecos -y los de otras regiones del país- que han llegado al DF a buscar soluciones a sus problemas de miseria, abusos, injusticia y explotación debieron regresar con las manos vacías, hoy, la sociedad y el gobierno están obligados a tomarlos en cuenta y a participar activamente en la construcción de una sociedad sin exclusiones y de una nación respetuosa de su propia diversidad, justa y equitativa, en la que ningún grupo social, político o étnico, tenga que alzarse en armas para reclamar su derecho a la existencia y al reconocimiento.