José Cueli
La muerte se esconde donde no tiene dónde

El genio ``mágico televisivo fotogénico'' halló en Diana la fuerza de lo melancólico, la materia dúctil para ser un mito e identificarse con los depresivos del mundo que se cuentan a billones. Di demostró que nada es imposible y no hay nada insignificante. En ella latía la esencia de la muerte. El sueño de la trascendencia y la inmortalidad. El milagro de su liderazgo mundial que es misterio.

Belleza frágil vivía un cuerpo que tenía la llama de la muerte y buscaba prolongar el espíritu. Dueña de una capacidad de persuasión, que sólo consiguen los grandes líderes de masas, enfrentó a la corona británica, a la que trascendió al tornarse la gran embajadora del Reino Unido.

Descubrir esa capacidad persuasiva, percibir en esa luz las profundas raíces de que se nutrió su dramática existencia --marcada por severas depresiones-- que la caracterizaron, le dieron relieve y le permitieron destacarse, fue su privilegio que le permitió cubrir su melancolía. Diferir la muerte que buscaba con desesperación. La televisión y los medios de comunicación su escape y su fuerza. Como antes, lo fueron para Hitler, Roosevelt, Evita, la radio o el cine para Marilyn Monroe.

Su femenina inteligencia la llevó al liderazgo con el que defendía su vida, en el margen, los márgenes, la exclusión. Dolor entristecido e intenso que transmitía a todos aquellos que en el mundo buscamos el amor sin encontrarlo; Mientras su espíritu silencioso se adentraba en el sonido de las hojas al hablar con la brisa.

Un aura de luz violeta en torno del cuerpo tan deseado sugería calma en medio de tanta excitación. La tersura de su piel, más suave que la del mármol, transmitía ondulaciones femeninas que hacían eco en quienes la contemplábamos --así fuera por la televisión--. Cuerpo que era generador de una ausencia en el aire, un vacío dentro de otro vacío. Aire que no era más que un susurro tan débil que no podía mover ni una pluma, pero movió el mundo.

Perseguida por los medios de comunicación que le dieron la fama, reaparecía lo que trataba de cubrir. Quedaba sin vida interna, sin intimidad, rota la autonomía mínima para un equilibrio psíquico. Un auténtico lavado de cerebro la seguía minuto a minuto. El suelo se le levantaba como una hamaca al revés y le revoloteaban miradas que simulaban ser agua que le devolvía las propias imágenes, el vacío, el dolor, la profunda depresión, la soledad y la nada.

De repente la velocidad de la epoca --la colisión-- le abrió las puertas del espíritu y con él el desorden de la mente como embate enfurecido de las olas que no sabían cómo mantenerse a flote en medio de esa corriente de frivolidad, voluptuosidad y desmadre que le provocó la última conmoción, tan fuerte, que la poseyó y arrojó al hoyo negro a pesar del estallido que la iluminó en todo su interior.

En la temporalidad de una visión nueva que trascendió la belleza de sus ojos como moras y la fugacidad del tiempo que era la vida muerte. Pasión desatada con la poesía a flor de piel que le permitio despedirse de este mundo enloquecida entre la persecución y el ansía de amor con su amado. Muere en pleno triunfo político -de una u otra forma- este final dramatico cierra una vida que dispusó de todas las vicisitudes que se necesitaban para impresionar los resortes del alma de un pueblo, del mundo, cuando el personaje llega en el momento preciso. Diana llegó y se quedo en ``la muerte que se esconde allí donde no tiene dónde''. (que dice Berggomin, el poeta).