La Jornada 10 de septiembre de 1997

Falleció el poeta y cardiólogo Teodoro Césarman

César Güemes Ť Ciertamente, su punto de vista respecto de lo que era la vida y la muerte, incluyendo en ellas a la salud y a la enfermedad, no dejaba de lado el humor. Cuando José María Fernández Unsaín se veía aquejado de malestares relacionados con las vías respiratorias, sus allegados le pidieron a Teodoro Césarman que le contraindicara terminantemente el cigarro, del cual era gran amigo el poeta argentino. Ante la insistencia de los mutuos conocidos, el doctor Césarman, al fin poeta también, lanzó una frase que vale guardar, reproducir y aplicar de nuevo en tanto sea posible. Dijo don Teodoro: más vale vivir enfermo que morir sano.

Amén del humor, no exento de la sabiduría sardónica que imprime la edad, la vida médica de Teodoro Césarman es la de un corredor de maratón. Por ejemplo, según consigna Humberto Musacchio en su Diccionario Enciclopédico de México, el número de sus consultas cardiológicas era del orden de al menos 320 mil. Y los expedientes de personas atendidas por él, 27 mil.

Césarman vino al mundo en la ciudad de México en 1923 y 24 años más tarde era ya médico cirujano por la Univesidad Nacional Autónoma de México. En esa misma institución cursó la licenciatura en filosofía, más tarde. Y su especialidad, como la de su hermano Eduardo, fue la de cardiólogo. De 1948 a 1950 fue residente del Instituto Nacional de Cardiología, en el cual ejerció como jefe de residentes de 1952 al 58, y como médico adjunto del 50 al 66. En este mismo lapso se desempeñó como profesor en la Facultad de Medicina de la UNAM. Entre sus actividades cívicas pueden contarse al menos dos. Fue presidente de la junta de vecinos de la Delegación Miguel Hidalgo y miembro del Consejo Consultivo del DDF en el periodo 1971-76. Entre sus varios reconocimientos se cuenta el Premio de la Academia Nacional de Medicina, que obtuvo en 1959.

Superó la frontera de la receta: Kraus

Arnoldo Kraus, médico y hombre de letras, nos dice de él: ``Teodoro fue quien fundó la leyenda de los tres hermanos médicos. Algo de lo más importante que lograron fue introducir, justamente cuando no se empleaba en México, el concepto de la medicina humanista. Consiguieron que la relación médico-paciente se fuera haciendo cada vez más cercana. En particular, Teodoro fue muy querido en los medios intelectual y político, donde tuvo una gran cantidad de pacientes. El beneficio de su consulta, y esto se extiende a la de sus hermanos, fue que traspasó la frontera de la receta. Ejerció, en amplio sentido, la literatura acompañada de medicamentos. Para mí, también como médico, fue una pena que se retirara tan temprano de la academia, pero es muy explicable por la cantidad de personas que buscaban, ya desde entonces, ser atendidas por él precisamente. Respecto de su participación y pertenencia a la comunidad judía, lo que visto y sé es que Teodoro, Eduardo y Fernando fueron y son muy apreciados''.

Carlos Monsiváis, amigo cercano del doctor Césarman, narra para La Jornada: ``Una situación de las muchas que describen la trayectoria de Teodoro Césarman es el agradecimiento que siempre lo rodeó, la gratitud de sus pacientes, de sus amigos, de sus familiares. Teodoro fue esencialmente generoso y se preocupó amistosa y médicamente de sus pacientes, y se ocupó de los asuntos de la ciudad o de la política con la perspectiva humanista que jamás lo abandonó. Institución de la ciudad, de la amistad, de la cardiología, Teodoro es en mi memoria uno de los amigos por así decirlo clásicos: era cálido y generoso en la conversación y puntual en la ayuda. Descanse en paz''.

Los informes médicos pueden ser de toda índole: amables, depresivos, gentiles y hasta paradójicos. La línea que hizo oficial la agencia Notimex para dar a conocer el fallecimiento del médico, dice que murió ``víctima de un paro cardiaco momentos antes del mediodía''. Los funerales del médico y poeta se efectuaron ayer a las 17 horas en el Panteón Israelí. Le sobreviven su esposa Josefina Trotner y sus hijos Gabriela y Eduardo. Y además de la escuela cardiológica que necesariamente queda ya en México, el doctor deja por escrito su poemario Quema mis versos, publicado por Miguel Angel Porrúa.