Ahora que empiezo a escribir, el título del artículo me recuerda que han transcurrido tan sólo tres semanas desde que bordé, en estas páginas, sobre un tema afín. O lo hago porque la ateroesclerosis cerebral ha invadido mi pluma y menoscabado el poder de las ideas originales, o bien, porque la polémica sobre el tópico continúa e incluso se ha incrementado. Con el sesgo que otorga el papel, cubierto por ese velo perenne que es el subjetivismo y en mi propia defensa, opto por la segunda. Espero no abrumar al lector y convencerlo con el dato siguiente: entre el 13 de agosto y el 7 de septiembre La Jornada ha sido receptor de al menos 15 opiniones en contra del condón y sus malévolos promotores, la Secretaría de Salud (Ssa) y Conasida.
No escribo para defender a las dependencias aludidas pues no lo requieren; el no silencioso virus de la inmunodeficiencia humana (VIH), el cúmulo de la sabiduría médica a nivel mundial y la máxima ``amarás a tu prójimo como a ti mismo'' son evidencia suficiente para avalar las campañas en favor del condón. Escribo, en este mundo invadido y en ocasiones dominado por fundamentalismos e intolerancia, para contravenir lo que pretenda invalidar el diálogo. Si bien es inútil deshojar la historia para conocer el origen y las vías que han permitido la multiplicación de esos males, es ingente reavivar la cultura de la educación y de la información para que cada individuo tenga la posibilidad de decidir. Las campañas de Conasida se resumen en la palabra conocer. Las voces en contra del preservativo se sintetizan en los términos descalificar y miedo. Confronto ambas posturas.
Advierten los estudiosos, cuyos apellidos permiten adivinar su origen católico, judío o musulmán, que entre el 75 y 85 por ciento de los 28 millones contagiados por el VIH lo han adquirido por vía sexual. Esto, a pesar de que la probabilidad de infección por este medio es menor cuando se compara con otras vías --agujas contaminadas, madre a hijo, transfusión. En el mismo rubro, experiencias derivadas de países como Tailandia y Tanzania, en donde la frecuencia del sida ``es alarmante'', han mostrado que las campañas en favor del preservativo --``política de condón 100 por ciento''-- han reducido la infección por VIH en 42 por ciento. Demuestran también estos estudios que, por ahora, la única influencia sobre el clásico triángulo epidemiológico se logra trabajando sobre los factores ambientales. Dicho triángulo está compuesto por factores relacionados con el huésped (susceptibilidad e infectividad), factores ambientales (sociales, culturales y políticos) y por el agente infeccioso (VIH). Ante este cúmulo de datos, ¿es lícito, es moral, desoír estas evidencias? Hay que recordar que, entre otras cualidades, la ciencia debe ser moral. La comunicación, el usufructo y el beneficio que obtengan las mayorías a partir de esos conocimientos es ético. Lo contrario es antiético. Ningún credo, sustentado en la más alta moral, ha de permitir que sus feligreses fallezcan por no gozar de estos saberes. Comulgo con la sentencia bíblica ya citada: ``amarás a tu prójimo como a ti mismo''.
Las posturas anticondón son múltiples. Cito tres argumentos. ``En una sociedad como la mexicana es necesario lanzar la advertencia: `Si sigues siendo promiscuo te vas a morir' ''. ``Las campañas de la Ssa son nocivas, pues favorecen la promiscuidad sexual y van en contra de la salud social''. Y, ``a pesar del uso del condón, es probable el contagio del sida. En caso de que la Ssa no atienda la petición que le hará la unión de agregar las dos leyendas a los condones --``este producto puede ser nocivo para la salud''-- entonces ya no aplaudiremos su esfuerzo y tendremos que agregar el calificativo `criminal' a la campaña de la Ssa para la prevención del sida''. Como es sabido, los grupos religiosos basan sus teorías en la fidelidad y la abstinencia.
Confrontados ambos argumentos la colisión es evidente. Mientras que el conocimiento científico ha demostrado que los virus, a pesar de ser invisibles pueden ser detenidos, los argumentos conservadores sostienen que el condón es amoral. Sin embargo, hemos aprendido que la invisibilidad equivale a muerte. Quedan no para la historia, sino para el presente y el futuro, las palabras del químico y microbiólogo Louis Pasteur: ``si yo tuviera el honor de ser médico, no dudaría en hacer todo, absolutamente todo lo que estuviera de mi parte para evitar el contagio y la proliferación de los gérmenes; ésa es la única forma cristiana de controlar el desarrollo de las enfermedades infecciosas y los males sociales que traen el contagio''.