Luis González Souza
¿Democracia en llamas?

El feliz desenlace del tercer Informe presidencial explicablemente incrementó la euforia por el inicio de la transición democrática en el país. Euforia de suyo alimentada por el desenlace todavía más feliz de las elecciones del 6 de julio. Y euforia sin duda legítima, porque desde hace mucho tiempo se requería, y merecía, la reconstrucción democrática de México.

Pero una cosa es la euforia responsable, energía vital para toda lucha, y otra cosa, autodestructiva, es la euforia embriagante. Esta comienza ahí donde los grandes problemas se suponen automáticamente resueltos por la democracia o, peor aún, se les esconde debajo de la alfombra. Y continúa, ya cual mayúscula irresponsabilidad, ahí donde la democracia pretende edificarse sobre un terreno minado.

Vale entonces recordar que ninguna democracia es compaginable con la guerra. Es cierto que la democracia no significa el fin de los conflictos. Pero sí significa el cauce necesario para que los viejos y los nuevos conflictos se solucionen de manera consensual, civilizada, pacífica. Es eso lo menos a esperar de cualquier democracia, so pena de quedar desnudada como una burda simulación.

Quisiéramos pensar que el único problema de la naciente democracia mexicana consiste en la fragilidad de sus cimientos. O, dicho de otro modo, la inmadurez de la propia reforma electoral, para no hablar de los faltantes en materia no sólo de reforma del Estado sino del poder: distribución equitativa de éste, relación sana entre gobernantes y gobernados, articulación de la ética con la política, entre muchas otras necesidades. Por desgracia, el problema va más allá de unos cimientos frágiles. El terreno en que éstos buscan apuntalarse hoy, anida por lo menos tres bombas de tiempo. Y si éstas llegan a explotar, el edificio todo de la democracia mexicana quedará hecho pedazos en el baldío de los peores autoritarismos.

Para colmo, cada vez se interconectan más esas tres bombas: 1) una ``estrategia económica para el crecimiento''... de la pobreza; 2) una ``política social'' que favorece a quienes menos lo necesitan; y 3) un ``proyecto de unidad nacional'' que insiste en la marginación histórica de los pueblos indios (ni más ni menos, los primeros pobladores de México). El tic-tac de las tres bombas se escucha con creciente fuerza, para quien quiere escuchar. Los pobres siguen aumentando en cada uno de los renglones omitidos en el tercer Informe. Al mismo tiempo crecen los oligarcas protegidos por la ``política social'': banqueros, concesionarios de carreteras y, ahora también, industriales de la minería. Y cuando a todo ello se suma la discriminación abierta de indios y campesinos, lógicamente comienzan las insurrecciones (EZLN, EPR... hasta ahora).

México no está en llamas, pero puede estarlo en cualquier descuido. Y si es así, más vale decirlo pese al riesgo de molestar a los bebedores de la euforia embriagante. Es bueno, muy bueno, que las pasadas elecciones hayan resultado ``históricas'', y el último Informe un ``acto republicano''; y que el Congreso se perfile hacia una verdadera división de poderes. Todos son importantes pisos para el edificio democrático. lo que urge ahora es limpiar el terreno en que se construye ese edificio.

Conectadas entre sí las tres bombas mencionadas, lo ideal sería desactivarlas simultáneamente. Ello, con una estrategia de desarrollo para todos, y no de crecimiento para algunos; con una política social que frene de inmediato la insultante polarización entre un puñado de multimillonarios y el resto de la sociedad; y con un proyecto de nación que en verdad dé cabida a todos, comenzando por los marginados de siempre. Y que de paso ponga fin a esa paradoja tan grotesca: los marginadores acusando a los marginados de atentar contra la unidad nacional, so pretexto de las autonomías indígenas legítimamente reclamadas.

Si una desactivación simultánea es mucho pedir, comencemos entonces con lo que ya hizo una primera explosión: la rebelión en Chiapas. La enésima y nadie sabe si la última oportunidad para hacerlo, volverá a presentarse durante la marcha de los zapatistas a la capital del país en los próximos días. Si ni siquiera así escuchamos su grito de dignidad, no lloremos luego lo que tarde o temprano amanecerá como una democracia en llamas.