BALANCE INTERNACIONAL Ť Eduardo Loría
Estados Unidos: crecimiento y bienestar

Para mi pequeño Eduardo por sus cinco años de vida

A los ojos de cualquier analista, la economía estadunidense pasa por los mejores momentos desde el terrible crack de 1973.

En efecto, la tasa de desempleo de 4.8 por ciento es la menor de los últimos 24 años (sin que ello presione en absoluto a la inflación); la creación de empleos de los últimos diez años es mayor a la suma de los países de la Unión Europea y es la envidia de todo el mundo; las compañías se han fortalecido enormemente después de la restructuración productiva de la década anterior y de la fuerte recesión de hace algunos años; la inflación se mantiene en 2.2 por ciento anual; la bolsa de valores merodea los niveles más altos que se han registrado; se ha reducido el déficit comercial y de cuenta corriente de manera notable; el gobierno recorta el déficit; la productividad crece a niveles aceptables y, en general, existe un ambiente de confianza entre los consumidores y los electores en que las cosas van bastante bien.

Otro dato importante es que Estados Unidos, a diferencia de otros países miembros de la OCDE, no ha incrementado la proporción de empleos parciales (part time employment) en el total de la ocupación.

Como se sabe, una de las características que ha tenido la larga fase de integración económica y restructuración productiva de los últimos 20 años es el aumento impresionante del empleo precario, que se caracteriza, entre otras cosas, por el incremento de la flexibilidad del empleo.

De acuerdo con un documento reciente de la OCDE (Employment outlook), entre 1983 y 1996 el grueso de las economías desarrolladas ha visto crecer de manera considerable la proporción del empleo parcial en el total de la ocupación. Por ejemplo, Japón ha pasado de 16 a 23 por ciento, Gran Bretaña de 18 a 24, Francia de 10 a 18 y Canadá de 16 a 19 por ciento.

Sorprendentemente, la economía estadunidense ha mantenido la misma proporción en esos 13 años en alrededor de 17 por ciento.

Sin embargo, entre 1990 y 1997 los salarios y la distribución del ingreso no han mejorado en forma paralela. Los salarios reales por hora en 1997 apenas se acercan al nivel que alcanzaron a principios de los años setenta. En efecto, mientras que la productividad media del trabajo ha crecido poco más de siete por ciento anual, los salarios y beneficios apenas lo han hecho en uno por ciento. Este hecho explica por qué la economía estadunidense, a pesar de su gran recuperación, no enfrenta presiones inflacionarias.

La productividad representa lo que el trabajador aporta a la producción y el salario lo que le cuesta. De tal suerte que esta amplia brecha explica, por una parte, la reducción de las presiones inflacionarias y, por la otra, el aumento de la inequidad social, debido a que una proporción considerable de lo que generan los trabajadores ha ido a manos de los dueños de las empresas.

Esta brecha también explica un hecho muy notable que se refiere a las asimetrías temporales en la dinámica económica: en las fases de crecimiento las variables sociales (salarios y prestaciones) evolucionan con mayor lentitud que las variables macroeconómicas, por lo que se requieren largos periodos de crecimiento alto y estable para que se traduzcan en bienestar social. Sin embargo, en las lastimosas fases de recesión los beneficios logrados en las fases precedentes se pierden con una rapidez asombrosa.