La Jornada 6 de septiembre de 1997

UNA GUERRA QUE NO OSA DECIR SU NOMBRE

Después de la diseminación de plagas vegetales para acabar de destruir el abastecimiento de alimentos en Cuba, los sabotajes y el terrorismo afectan ahora a la ``industria'' del turismo, principal fuente de divisas para la acosada isla. Las bombas que se suceden en los hoteles de La Habana y Varadero que son la meta de los extranjeros -este año dejaron en Cuba mil 400 millones de dólares, más dinero que la exportación de azúcar- tienen como objetivo atemorizar sobre todo a los italianos, canadienses y españoles que, despreciando el bloqueo, viajan a Cuba en pos de buenos negocios o de hermosas playas soleadas. El atentado en La Bodeguita del Medio, sede del culto a Hemingway y lugar con tradiciones literarias internacionales, y la escalada en la violencia (ya murió un empresario genovés residente en Canadá) muestran la decisión de recurrir a cualquier medio con tres fines claros: golpear la economía cubana y, de este modo, lanzar a un pueblo desesperado por su pésima situación contra el gobierno de Fidel Castro, sabotear simultáneamente la visita del Papa, que atraerá sin duda a La Habana a decenas de miles de turistas cubanos de la isla o de Miami o a latinoamericanos, estadunidenses y canadienses y, por último, demostrar la impotencia de los servicios de seguridad cubanos, precisamente para anular, si es posible, la gira papal.

Evidentemente, este terrorismo forma parte de una estrategia política a mediano plazo y no es obra de individuos aislados. Responde, en efecto, a la necesidad política de agravar el bloqueo que el viaje de Juan Pablo II debilitará y de impedir por razones de seguridad que el jefe de los católicos, quien tiene su principal base de apoyo en toda América incluyendo Estados Unidos, dé virtualmente un espaldarazo al gobierno cubano, descalificando así la propaganda y la acción de Washington y de la ultraderecha de Miami. Puesto que las modas turísticas son pasajeras y las razones para elegir un destino son volátiles y dado que la seguridad y la tranquilidad son condiciones sine qua non en el momento de escoger dónde pasar las vacaciones, el terrorismo tiene que ser a la vez mortífero y espectacular para conseguir su objetivo anticubano. Esta situación, por lo tanto, recuerda claramente los incendios de ingenios y cañaverales cubanos poco después de su nacionalización, en los primeros años sesenta, así como el fomento del bandolerismo y de los asesinatos y los aviones que de noche bombardeaban o lanzaban armas para derribar al gobierno que había acabado con la dictadura de Batista, fantoche de los grandes intereses extranjeros. Si la mano de obra criminal quizá podría ser cubana (del exilio o no), la organización, la logística y el financiamiento sin duda no lo son, como denuncia de modo muy verosímil el gobierno cubano. Cuba se encuentra frente a una guerra que no osa decir su nombre, como la que sufrió Nicaragua.

Los países latinoamericanos no pueden tolerar en silencio, en este fin de siglo, este ultraje al derecho de autodeterminación de los pueblos y la organización de nuevas ''invasiones'' a la Castillo Armas (1954, Guatemala) o como la de Playa Girón en Cuba misma, retrocediendo cinco décadas hacia la barbarie. Nada en Miami se mueve si no cuenta con luz verde y complicidades. Si el gobierno de Estados Unidos lamenta justamente y condena el terrorismo del fundamentalismo islámico, no puede apañar al mismo tiempo el terrorismo en tierras latinoamericanas para combatir contra Castro pero, sobre todo, contra la independencia y la libertad de los pueblos que, cualesquiera sean las diferencias que puedan tener con sus gobiernos, se niegan a ser colonias.