``Nosotras y nosotros indígenas cristianos representantes de los pueblos originarios de Abya Yala, juntamente con religiosas y religiosos, pastoras y pastores, sacerdotes y obispos, hermanas y hermanos solidarios de Europa, Africa y Asia, provenientes de los cuatro puntos cardinales, portadores de experiencias de vida y sabiduría de los pueblos (...), convocados por el Espíritu del Dios de nuestra fe, revelado en la Biblia y en la sabiduría que desde siempre existió enmedio de nuestros pueblos (...), nos juntamos y vinimos todos en grupo y formamos consejo''.
Con estas palabras los indios cristianos de América Latina dirigieron el pasado 29 de agosto un mensaje autóctono, lleno de poesía y sabiduría, desde Vinto, Cochabamba, Bolivia, al concluir el tercer Encuentro Latinoamericano de Teología India.
En él reconocen con oportunidad que, si bien la sabiduría de los pueblos originarios fue negada, discriminada y satanizada, emerge ahora con fuerza desde la vida misma de las comunidades indias; y con lucidez caracterizan el momento actual por la manifestación pública de las prácticas de la espiritualidad de sus ancestros y el nacimiento de incipientes democracias, a pesar del avance de un sistema neoliberal deshumanizante. Sin arqueologismos confirman la existencia de esa sabiduría en sus libros y lugares sagrados, pero sobre todo en las que consideran ``vasijas, contenedoras vivas de esta sabiduría'': las guías espirituales indígenas, ancianos, ancianas y mujeres que mantienen la identidad cultural, a través del idioma, el tejido y la vivencia de las costumbres comunitarias.
Superando toda visión etnocéntrica, y dando con ello una profunda lección de humanismo a las demás culturas y civilizaciones, como indios, pero además como indios cristianos, confiesan su voluntad de mantener un diálogo permanente entre la sabiduría indígena, la sabiduría bíblica teológica y otras culturas y espiritualidades, ``porque queremos -afirman- un mundo en donde todos los diferentes puedan convivir''.
Ellos, que por lo general en sus culturas nunca han separado la dimensión sagrada de la esfera secular de su existencia, y por ello son creyentes en Dios, quien es a la vez nana/mamá y tata, y por ello el fundamento último de la armonía entre hombres y mujeres, y entre ellas y ellos con la naturaleza, se preguntan también con angustia por qué en la situación actual se priva a las mujeres de los derechos que tienen los hombres en nuestros pueblos y en nuestras iglesias, y por qué hemos roto de manera tan escandalosa la armonía con la naturaleza.
Conscientes de que desde sus culturas autóctonas, penetradas de algún modo por el Evangelio, tienen algo muy precioso que aportar para la corrección y el rescate de las culturas modernas, enfatizan que la sabiduría indígena enseña que para recuperar la armonía perdida ``debe darse un verdadero diálogo, respetando la dignidad de los otros y sus diferencias, escuchando su mensaje y sus palabra. La palabra más sabia -dicen refiriéndose a todos los ámbitos- la da quien está dando su vida por el pueblo, quien sabe de cargos y servicios porque ya los ha cumplido, quien sabe mandar porque ha obedecido, quien sabe de Dios porque habla con él en la vida''.
Con visión universal y legítimo orgullo reivindican que son los mismos pueblos indígenas ``los jardineros privilegiados -dicen con lenguaje apropiado- llamados a abrir los jardines de estas rosas perfumadas a hombres y mujeres de otros pueblos, para que su fragancia se esparza por doquier: es la fragancia de Dios''. Pero también con claridad política y conciencia crítica ratifican que, frente al ``veneno del materialismo económico y tecnicismo del modernismo, que pretende destruir el jardín de flores'', ellos se siguen sintiendo con firmeza llamados a robustecer la energía existencial de sus raíces y la fortaleza de sus tallos, ``con la autodeterminación y gestión de (sus) pueblos indígenas, con el reforzamiento de la organización, con la difusión de la sabiduría indígena, en la reconquista de los espacios perdidos en la sociedad, y con acciones eficaces que aseguren la participación decisiva de los pueblos indígenas en la realización y ejecución de leyes favorables a ellos mismos''.
De concepciones religiosas y cristianas como ésas sólo pueden desprenderse visiones revolucionarias de la organización social, como aquella que con sabiduría afirma que el único dueño del jardín es Dios. Nosotras y nosotros somos sus cuidadores. ``Con esta convicción -finalizan-, conscientes de que hay otros pueblos diferentes a nosotros, queremos ofrecer a América Latina, sin pretensiones y arrogancias, por medio del diálogo, la cosecha abundante de las flores hermosas de la solidaridad, la libertad verdadera, el respeto mutuo, el respeto a la naturaleza y la fe en Dios''.