Luis González Souza
¿Farsa antidrogas?

¿Qué tal si la lucha antidrogas es sólo una farsa? Tal vez los luchadores contra el narcotráfico, incluido Estados Unidos como el comandante en jefe, no pretenden terminar por completo con ese cáncer ahora global.

La hipótesis cobra peso por muchas razones. Primero, porque el narcotráfico crece y crece a pesar del interminable monto de recursos -económicos, humanos, propagandísticos- que se destinan a combatirlo. Segundo, porque más tarda en encarcelarse a tal o cual capo, que enterarnos de sus relevos. Tercero, porque la lucha antidrogas registra muchas más pifias -como su estéril y contraproducente militarización- que éxitos. Cuarto, porque de todos modos se incurre una y otra vez en las mismas pifias. Y quinto, para no extendernos, porque cada día son más claros los múltiples beneficios que, deliberadamente o no, el narcotráfico reporta a quienes dicen combatirlo, Estados Unidos por delante.

De lo más evidente son los beneficios económicos. Según estimaciones de la ONU, el volumen anual de capitales que se mueven por el mundo teniendo por origen el narcotráfico asciende a la friolera de 400 mil millones de dólares. ¿Cuánto afectaría a la propia economía de Estados Unidos, para no hablar de otros países, las muerte del narcotráfico? ¿Qué tanto de aquel dinero podría transitar alegremente por los corrillos de Wall Street, de los grandes bancos y acaso también del Capitolio y la misma Casa Blanca? En fin, ¿cuán adicto al narcotráfico se ha vuelto ya el llamado mercado global?

Menos evidentes, pero igualmente probables, son los beneficios políticos. Al parecer, el espectro de una narcodemocracia no sólo ronda en los países pobres. Conocida es la creciente mercantilización de las elecciones en países como Estados Unidos. Cada vez es más dinero el requerido para ser un candidato viable, y cada vez son más las facturas a pagar por los candidatos triunfantes. ¿Cuánto de ése dinero y cuántas de ésas facturas tienen que ver, directa o indirectamente, con tal o cual cártel de la droga? Visto al revés, ¿cuántos conflictos en la propia cúpula del poder se ahorran sus moradores al combatir sólo superficialmente el narcotráfico?

Al ser superficial, esa lucha permite seguir colmando las ansias de aquellos electores cuya vida ya no puede transcurrir sin el consumo de enervantes. Y al mismo tiempo sirve para apaciguar a aquellos otros electores en verdad preocupados por el problema de las drogas. Inclusive sirve para satisfacer el apetito mesiánico de todos ellos en cuanto el gobierno de Estados Unidos logra presentarse ante el mundo, ni más ni menos, como el Luchador Número Uno contra el narcotráfico.

Pero hay más beneficios ligados a la esfera internacional. Una simple lucha por el mercado de la droga es lo que aflora como el móvil de fondo allí donde caprichosamente el gobierno de Estados Unidos designa los cárteles y los capos a combatir: ora de Colombia ora de Perú ora de Bolivia... ora de México. De paso, la lucha comandada desde Estados Unidos sirve para alentar la subordinación de (pre)determinados narcopaíses, así como el intervencionismo inmediato y posterior de la gran potencia. En ello sobresale el asunto de la militarización. Cumplida la orden de militarizar la lucha antidrogas en países como el nuestro, ¿quién, si no el propio Estados Unidos, aparece como el mejor proveedor lo mismo de armas que de capacitación? Y corrompidos los ejércitos nacionales por acercarse demasiado al narcotráfico, ¿cuál ejército, si no el estadunidense, podrá remplazarlos?

Son muchos, pues, los beneficios derivados de una lucha mentirosa contra las drogas. De ahí la pertinencia de esta hipótesis sobre la farsa antidrogas. Ojalá nunca se convierta en una tesis. Mientras tanto, urge luchar deveras contra ese subproducto tan nocivo de la actual globalización que es el narcotráfico.