Dublín, 29 de agosto Ť Son las doce de la noche en todos los televisores de la joven república de Irlanda. Vieja costumbre de muchos años, en la pantalla del canal más importante de la isla, y sin anuncios previos, aparece la dulce imagen de la virgen María acompañada de una oración. Esta, se dicen quienes la miran, es la señal que esperábamos... para irnos a dormir. Y en efecto, después de rezar al compás de las ondas hertzianas, los piadosos católicos, que forman la abrumadora mayoría nacional, apagan el aparato y se trasladan al país de los sueños. Pero, cuidado...
Sí, porque también son las doce de la noche en los 10 mil pubs que existen
en Irlanda, o en los 600 que funcionan en Dublín y, de acuerdo con las muy antiguas leyes vigentes, hace 30 minutos que fue servida la última ronda, y ahora es ya la hora de volver a la realidad, es decir, a la casa, es decir, a la cama. Pero, cuidado...
Sí, porque Irlanda es en toda la comunidad europea el país que ostenta la tasa más alta de natalidad, y la prueba reside en que de una población de 3 millones 500 mil habitantes (sólo en la joven república de Irlanda, porque en la contigua Irlanda del Norte viven y beben un millón y medio más), la mitad no ha cumplido 18 años, y el promedio de hijos por pareja asciende a casi tres: 2.7 para ser incomprensiblemente exactos. Pero, cuidado...
Sí, porque los irlandeses, al menos los de estos días, y desde luego en los pubs, repiten con buen humor y jactancia los datos de una encuesta publicada recientemente en Inglaterra, según la cual de cada diez mujeres británicas, seis prefieren comerse una barra de chocolate en lugar de hacer el amor.
¿Cómo se mezclan, y sobre todo por qué y para qué se mezclan la Iglesia católica y la exquisita cerveza nativa en la joven república de Irlanda, en donde desde hace un año y cinco meses vive el ex presidente Carlos Salinas de Gortari escondido como un truhán?
Viajemos hacia atrás en la historia. No he de repetir, porque todos vimos la terrible película en que Richard Burton (Enrique VIII de Inglaterra) se casó primero y se deshizo después de la frágil Genevieve Bujold (Ana Bolena), desafiando a Roma para fundar la Iglesia anglicana y extender la dominación de ésta a las colonias del antiguo, implacable y hoy exhausto imperio inglés, colonias entre las cuales y contra su histórica voluntad figuró por más de mil años la ahora joven república de Irlanda.
Contaré, en cambio, la proeza de un visionario (¿irlandés?, ¿británico?, de pronto descubro que no lo sé), llamado Arthur Guinness, que en 1759 pagó la suma de 100 libras esterlinas a una persona desconocida para alquilarle, a razón de 45 libras anuales y durante un periodo de 9 mil años -sí, señor, sí, señora, 9 mil años-, una ruinosa y quebrada cervecería que se asentaba en aquel entonces no lejos del puente de Saint James, en el mismo sitio que hoy alberga la fábrica más pujante y prestigiosa de la isla, cuyos actuales publicistas presentan como ``la más grande y tecnológicamente más avanzada cervecería del planeta''.
Guinness trajo a Irlanda la receta de una cerveza inventada en Londres, que se caracterizaba por su color de ámbar oscuro y que perfeccionó en Dublín. Hoy, la embotelladora de Guinness en Dublín produce 2 millones de litros al día, y sus filiales en América, Asia, Africa y Oceanía generan 8 millones de litros más, cabe subrayarlo, cada 24 horas.
De los 5 millones de gargantas humanas que hay actualmente en la isla -sumando la población de la joven república de Irlanda a la de Irlanda del Norte-, la mitad no ha cumplido los 18 años. Esto dice que los 2 millones y medio de irlandeses adultos consumen, cada día, 2 millones de litros de Guinness, lo que representa 75 por ciento del mercado cervecero nacional, pero al mismo tiempo significa que el total de cerveza que se empujan, repito, cada día, alcanza los 2 millones 660 mil litros, es decir, un litro y cuarto per cápita, gracias a todo lo cual Irlanda posee el título del trigesimoprimer productor mundial, pero ocupa el quinto lugar en la tabla del consumo... y el primero, a escala europea, en cuanto a tasa de natalidad.
El asunto de la natalidad, favorecida por el alcoholismo pero también por la Iglesia católica, puede remontarse a los años 40 del siglo anterior. Una época horrísona sin duda, en la que una plaga arruinó los cultivos de papas en toda la isla, y como la papa era el producto fundamental de la economía irlandesa, lo que sobrevino en consecuencia fue la hambruna, y de los 8 millones de irlandeses que había en 1840, una década después quedaba apenas la mitad, y de los restantes, un millón había muerto y 3 millones más se habían ido para siempre.
El impacto demográfico de la histórica crisis de la papa se refleja nítidamente en las estadísticas de nuestros días: hoy por hoy suman 70 millones los irlandeses que nacen, crecen y se reproducen fuera de Irlanda, y de éstos 42 millones residen en Estados Unidos, mientras los 5 millones de irlandeses que hay dentro de Irlanda en 1997 son herederos directos de los 4 millones que prefirieron quedarse en 1850, en vez de emigrar, en un momento en que, según una crónica de la época, los más pobres entre los pobres ``amanecían muertos en la calle, con un puño de hierbas en la boca''.
Esta elocuente estampa de la desgracia no puede ser entendida a plenitud si no se explican sus antecedentes. Y éstos se remontan al año 800 de nuestra era -o quizá antes, o quizá después-, cuando los ingleses impusieron su odioso dominio sobre la isla. James Joyce lo describió así el 27 de abril de 1907, durante una conferencia dictada en Trieste bajo el título de Irlanda, isla de santos y de sabios:
``Me parece un tanto ingenuo acumular insultos sobre Inglaterra por las fechorías cometidas en Irlanda. Los conquistadores no pueden ser pasivos, y durante siglos los ingleses sólo han hecho en Irlanda aquello que los belgas están haciendo ahora en el Estado Libre del Congo... Inglaterra fomentó las disensiones de los irlandeses y se apoderó de sus tesoros. Con la introducción de un nuevo sistema agrícola, redujo el poder de los caudillos locales y dio extensas fincas a sus soldados. Persiguió a la Iglesia romana mientras fue rebelde y dejó de perseguirla cuando se convirtió en eficaz instrumento de subyugación...
``Ahora los ingleses desprecian a los irlandeses por su catolicismo, su pobreza y su ignorancia. Sin embargo, no es fácil justificar tal desprecio. Irlanda es pobre porque las leyes irlandesas han arruinado las industrias del país, especialmente la lanera, porque la desidia del gobierno inglés durante los años llamados del `hambre de la patata' motivó que la mejor parte de la población muriese de hambre, y porque bajo la presente administración, mientras Irlanda va quedando despoblada y en ella apenas se cometen delitos, los jueces perciben sueldos regios (3 mil 500 francos anuales) mientras los modestos alcaldes ganan 6 libras diarias''.
Cuando Joyce pintó este cuadro, hacía 20 o 30 años que la situación política en Irlanda había empezado a cambiar, debido a la presión popular desarrollada por el movimiento nacionalista de Sinn Fein, surgido en 1860, que hoy sigue luchando por la independencia de Irlanda del Norte. Ahora, dijo Joyce en 1907, ``el reino del terror (inglés) ha terminado, gracias, en parte, a la violencia feniana. Actualmente, los católicos irlandeses pueden votar, ser funcionarios públicos, ejercer el comercio o las distintas profesiones liberales, enseñar en escuelas públicas, ocupar un escaño en el Parlamento, poseer tierras durante más de 30 años, tener en la cuadra un caballo que valga más de cinco libras e ir a misa sin arriesgarse a que los ahorquen y el verdugo los descuartice''.
Nueve años más tarde, en 1916, el Sinn Fein organizó la desastrosa insurrección de Dublín -narrada envidiablemente por Liam O'Flaherty, en su novela Insurrección-, y a partir de este hito se formó la república de Irlanda en donde ahora, a salto de mata, vive Salinas. No obstante, cuando la corona británica reconoció a la república, decidió conservar las tierras del norte, la región llamada Ulster, y a principios de los años 70 de nuestro siglo, para contrarrestar las protestas independentistas, organizó un plebiscito, según el cual 60 por ciento de la población, de origen protestante, decidió mantenerse unida a Londres, contra la opinión de 40 por ciento de los católicos romanos.
Ahora, al cabo de más de 20 años de guerra sucia, protagonizada por Scotland Yard y el Ejército Republicano Irlandés, el próximo 15 de septiembre se iniciará una ronda más de negociaciones entre los representantes políticos de ambos bandos, y en las que el tema de la plena independencia no figurará por cierto en la agenda.
Pero en septiembre, asimismo, se recordará un aniversario más de la gesta que une desde entonces y para siempre la historia de México y de Irlanda: la rebelión del batallón de San Patricio, ese agrupamiento de soldados irlandeses que en 1847, huyendo de la hambruna, y habiendo emigrado a Estados Unidos, se enrolaron en el ejército estadunidense y fueron enviados a combatir a nuestro país como parte de las tropas que en aquel tiempo nos invadían.
México padecía entonces el desgarramiento ocasionado por la debilidad política y económica del gobierno de Santa Anna, y los gringos marchaban sobre el Castillo de Chapultepec para tomar la pequeña capital de la república. Y ocurrió así que mientras las fuerzas estadunidenses asaltaban a sangre y fuego los pueblos de Tlalpan, Coyoacán, San Angel, Mixcoac y otros, los irlandeses del batallón de San Patricio comprendieron que no estaban sino sirviendo a su verdadero enemigo y lo demás ya se sabe: los gringos los fusilaron en Churubusco.
Hoy, siglo y medio más tarde, y gracias a una cuidadosa operación diplomática que detallaré en los próximos días, Irlanda se ha convertido en el mejor refugio posible de nuestro moderno Santa Anna.
Estoy en Dublín desde hace varios días. A diferencia de otros periodistas mexicanos que llegaron a esta ciudad con la entrevista previamente cocinada, salgo a la calle en pos de las huellas de Salinas. Después de muchas antesalas infructuosas, alguien me da una dirección y una foto publicada el 15 de septiembre de 1966 por The Sunday Times de Londres, que muestra la fachada del edificio donde supuestamente mora el antihéroe (la imagen, por cierto, apareció el 19 de julio de este año en Quehacer político, sobre un texto que plagia por completo la vieja información de The Sunday Times).
Los datos son vagos: la vivienda, de una austeridad casi monástica, se localiza en la esquina de Grand Canal Street con Grand Canal Quay, y eso todo. Así que dando vueltas en el coche de un generoso dublinense, paramos en una bocacalle y bajo a preguntarle a un muchacho que platica (y hace algo más) con su novia. Su respuesta es memorable.
-¿Salinas? ¿Un ex presidente mexicano? -dice repitiendo mis palabras, antes de agregar: ``Oh sí, lo tengo enterrado en el jardín de mi ático...''
O sea, que no sabe nada. Y la casa en cuestión, a la postre, resultará ser la de Víctor Rojas, el único enlace entre Salinas y el mundo exterior. Pero la búsqueda apenas principia...