La Jornada sábado 30 de agosto de 1997

UN CRACK ALECCIONADOR

El viernes negro de las bolsas del Sudeste Asiático ha repercutido fuertemente en los demás centros bursátiles del mundo, sin exceptuar a México, y ha tenido efectos negativos, de nueva cuenta, en las monedas asiáticas. Es necesario apuntar algunas reflexiones sobre ese fenómeno generalizado y generalizador, ya que podría tener importantes repercusiones sobre la situación económica y social de los países económicamente más débiles y sobre el comercio internacional.

En primer lugar, el debilitamiento de las monedas menores equivale a un fortalecimiento relativo del dólar y del yen en los mercados afectados, lo cual podría llevarlos a reducir las importaciones de materias primas, combustibles y tecnología, y quizás incluso a no poder compensar vía exportaciones ni siquiera un flujo importador menor, a pesar de que, teóricamente, las primeras puedan ser favorecidas por la devaluación de sus monedas. A este respecto cabe recordar que los países mencionados cifraron todas sus esperanzas en la exportación de productos industriales, maquilados o no, los cuales tienen un alto componente importado que es imposible eliminar de un día para otro. Por ello, podría ser que, a un efecto relativo sobre las exportaciones japonesas de tecnología y know how en Asia o de las estadunidenses hacia nuestro país, se agregue un importante desequilibrio en la balanza comercial de los países más débiles, con las consiguientes consecuencias sociales internas.

Las economías exportadoras-maquiladoras, con un débil y reducido mercado interno, son, evidentemente, las más frágiles, sobre todo por su dependencia de la exportación de pocos productos manufacturados o elaborados y por su casi exclusiva atención a un mercado principal. Es necesario, en ese sentido, ver qué pasa en las economías de los tigres viejos, o nuevos como Tailandia, que en forma tan insistente fueron vistos como modelos para los países más importantes de América Latina (México, Brasil, Argentina) y que tantos economistas trataron de estudiar y de imitar. Es igualmente importante comprobar que, si los países industrializados resisten mejor los efectos del crack bursátil, es porque, a pesar de la disminución de sus salarios reales, mantienen sólidos y diversificados mercados internos y no dependen totalmente de la exportación, por voluminosa que ésta sea. También resulta esencial comprender que los esfuerzos exportadores y la reducción de los costos nacionales, así como el aumento del coeficiente de eficacia del capital invertido, no garantizan de ningún modo contra las brutales reducciones de capitales y de empresas resultantes de los cracks bursátiles.

Estos son, en efecto, la consecuencia dramática y repetida en plazos relativamente cortos de la enorme desproporción que existe entre la masa de capitales que circulan por todo el mundo en búsqueda de ganancias rápidas y el tamaño reducido de mercados que, además, no se expanden, lo que provoca periódicos derrumbes en las bolsas, las cuales se han convertido en algo así como casinos o terrenos de caza para los intereses financieros depredadores.

¿Cómo es posible planificar el desarrollo nacional en esas condiciones impuestas por la mundialización y el capital financiero? Tanto la autarquía como la extrema dependencia del mercado mundial -que llega a convertirse en adoración- son negativas. Sólo es posible reducir los riesgos reforzando los niveles de vida y, por consiguiente, los mercados internos; disminuyendo la dependencia de las importaciones de tecnología, materias primas y alimentos; mejorando el nivel de vida, de cultura, de productividad de los trabajadores nacionales. O sea, acabando con las ilusiones del fundamentalismo neoliberal que se presentan como el non plus ultra y el único pensamiento económico posible.