Ugo Pipitone
Asunción, dos veces

La XI Cumbre del Grupo de Río concluyó y dejó en evidencia problemas sobre los cuales es oportuno reflexionar. Dos temas destacan en forma especial: la fragilidad de la unión latinoamericana y la capacidad de Estados Unidos para acentuarla en momentos determinados. La historia es conocida. Estados Unidos anuncia la inclusión de Argentina al grupo de sus aliados especiales (entre los cuales se encuentran Israel y Corea del Sur) y de inmediato el gobierno chileno da muestras de disgusto considerando la existencia de conflictos limítrofes irresueltos entre Argentina y Chile. El otro frente de problemas se abre con el anuncio estadunidense del interés en convertir a Brasil en miembro permanente del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas. Y aquí, el sobresalto viene de Argentina que por boca de su presidente declara a un periódico brasileño que esta eventualidad rompería el equilibrio de fuerza regional.

Y de pronto una de las experiencias de integración regional más exitosas de América Latina, el Mercosur, está por enfrentar la que tal vez sea la crisis política más seria desde su nacimiento seis años atrás. A comienzos de los años noventa, y por primera vez en la historia de los cuatro miembros (Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay), estos países alcanzaron la conciencia de que su papel económico en el mundo no podría afianzarse sobre bases individuales y, como consecuencia, diseñaron una estrategia de integración económica regional. Una estrategia que, es necesario reconocer, ha tenido resultados muy positivos hasta ahora en el terreno de la mayor vinculación económica entre los cuatro países. Será suficiente mencionar que a mediados de la década pasada, y siguiendo una antigua tradición de desvinculación recíproca, el comercio regional representaba apenas el 5 por ciento del comercio exterior global de los cuatro países. En la actualidad este valor debe estar ya muy cerca del 25 por ciento. En la última década el comercio recíproco entre los cuatro países ha crecido en más de seis veces registrando un dinamismo sin antecedentes históricos.

Entre los objetivos a mediano plazo del Mercosur está la incorporación de Chile y Bolivia como nuevos miembros. Pero es evidente que el actual diferendo diplomático entre Brasil y Argentina y entre este país y Chile no favorecerá la consolidación de una experiencia de integración económica regional que requiere todavía de iniciativas políticas importantes para afianzarse definitivamente.

Es inquietante el poder que tiene Estados Unidos de precipitar, con sus iniciativas, graves conflictos diplomáticos entre los países latinoamericanos. Inquietante porque pone en evidencia la persistente fragilidad del tejido de solidaridad regional además de mostrar la escasa simpatía estadunidense hacia los procesos regionales de integración. Lo que, por cierto, alimenta alguna suspicacia sobre el alcance del interés de Washington en el propio TLC de América del Norte. En efecto, la propuesta de Washington de ampliar el Consejo de Seguridad a Alemania y Japón y a un país para cada uno de los continentes asiático, africano y latinoamericano está destinada a crear tensiones y recelos en toda parte. Y uno se pregunta si estas tensiones constituyen un producto indeseado de la estrategia estadunidense o algo más.

Pero, más allá de las dimensiones políticas, el hecho sustantivo es que allí mismo donde hace seis años se firmaba el Tratado de Asunción que inauguraba el Mercosur, hace pocos días se mostró cuan largo es aún el trayecto que los países del cono sur deberán recorrer para constituirse en un sujeto económica y políticamente integrado.