Teresa del Conde
Defectillos fílmicos

¡Hola Manrique!

Cilantro y perejil tiene una distribución adecuada en la cartelera escueta a la que los capitalinos estamos sometidos pese a las inumerables salas de cine --bien equipadas, aunque algunas proyecciones descabezan las escenas-- de las que ahora disfrutamos. El guión de Cecilia Pérez Grovas y Ana Carolina Rivera resulta trama previsible desde que los personajes principales aparecen en pantalla, pero la película es simpática y atrapa la atención. La dirección, a cargo de Rafael Montero, sustituye una primera propuesta que hubiese correspondido a Marisa Sistach. A estas alturas todo el mundo sabe que Cilantro y perejil aborda la crisis de la pareja, en este caso un matrimonio joven, clase media acomodada.

El marido, Carlos, interpretado por Demián Bichir es un atractivo arquitecto workoholic; su mujer, Susana (la guapa Arcelia Ramírez) es investigadora, tienen un hijo y una hija que sufrirán las consecuencias de la separación, de manera si se quiere un tanto convencional, pero plausible. El cuarteto es bueno, los protagonistas no se acartonan en ningún momento y los niños son buenos actores. No parece coherente que Susana se encuentre tan enojada al principio del filme. La familia vive en un departamento moderno, los hijos asisten a colegios particulares y toman clases extras. Susana trabaja medio tiempo (aunque debe ganar poco pese a su gusto por el trabajo).

La aparición calculada a intervalos de un psicoanalista, en pantalla chica, interpretado por Germán Dehesa, se encuentra entre los mejores puntos de la película, precisamente debido a lo que algunas personas conocedoras han criticado: su manejo a veces improvisado de un freudomexicanismo de salón que resulta ágil y cómico, análogo al que se maneja en revistas femeninas.

La condición del habitat, la ropa de los protagonistas, específicamente la de Susana, los implementos domésticos, los muebles, parientes, automóvil, etcétera, harían pensar en que cuenta con ayuda doméstica, cosa que no queda anotada y que resulta implausible, en cierto modo determinante de la separación que Susana promueve. El decorado de la casa incluye pinturas abstractas. Aquí hay una falla, pues con facilidad hubiera sido posible incluir pinturas abstractas ``reales'', es decir, que existen, que no fueron hechas ex profeso para el filme o adaptadas sin ton ni son. También se desperdició la oportunidad de acotar a fondo la preciosa fachada del Museo de Geología, que sólo aparece fracciones de minuto en pantalla, como indicador de que allí trabaja Susana. Pienso que faltó asesoría artística en ambas cuestiones, cosa que no sucedió en igual grado en otras películas mexicanas más cuidadas en este aspecto; las de Retes, por ejemplo.

Sin embargo, la mayor falla no está allí. Después de negarse en varias ocasiones, Susana accede a salir con un psiquiatra a quien conoce por referencias a través de su amiga, parienta del susodicho. Resulta que al darse cuenta de que él trabaja en una clínica u hospital para enfermos mentales y no sólo en un consultorio privado, Susana enfurece satánicamente y está a punto de abandonar el paseo, pues se sorprende de que ``le hayan presentado a un loquero'' como si eso implicase una ofensa. Si Susana es investigadora, buena lectora, amante de la música, lo menos que se espera es que sepa que tanto psiquiatras como psicólogos y psicoanalistas (éstos en menor medida) por periodos largos trabajan en clínicas para enfermos agudos y que tal cosa, lejos de ser una desventaja profesionalmente hablando, es entrenamiento indispensable en un individuo joven que ejerce su profesión y que no necesariamente cuenta con amplia clientela privada. Es más, la reacción algo vergonzante del psiquiatra al revelar la idiosincrasia de su centro de trabajo es mayormente absurda, cosa que me molestó muchísimo y que incluso invalida las intervenciones del psicoanalista televisivo. Estas van apuntando a los ``contenidos latentes'' (a veces no sólo neuróticos, sino psicóticos) que pueden ocasionar las crisis de pareja.

En cambio, el tratamiento que se da a la homosexualidad del psiquiatra --previsible desde el momento en que él conduce a Susana a su casa en automóvil-- habla de una magnífica actuación de quien lo protagoniza. Susana no advierte las predilecciones de su acompañante, pero el espectador sí, porque a más de la muy sutil actuación, la trama exige a toda costa esa situación, en la que descansa otro de los puntos positivos de la película. Lo malo es que aborda ligera y convencionalmente el tema del sida a través de la separación y la posterior reconciliación (cuando el afectado se encuentra casi en articulo mortis) de la pareja homosexual masculina.

Creíble y bien llevada es la firme relación amistosa que se establece entre Susana y el psiquiatra, cuyos valores humanos ella aprecia y admira, siendo a la vez reciprocada por él. Esta comedia está nominada para varios arieles y mereció diosas de plata. No es para tanto, lo que sucede es que se han realizado pocas películas mexicanas que valgan la pena durante los últimos años. Esta es de 1996, no sé cuantas más se hayan filmado, pero parecen contarse con los dedos de una sola mano. El patrocinio es de Imcine y Televisa.