José Agustín Ortiz Pinchetti
Hacia una nueva Cámara: negociadores rijosos

Cabe preguntarse si los honorables miembros de la 57 Legislatura han definido bien el objetivo que buscan con su trabajo de estos años cruciales. Los que nos separan del relevo presidencial en el año 2000. Muchos nos imaginábamos que los diputados y los senadores iban a empezar a trabajar febrilmente para construir las bases de un Acuerdo Nacional por la Democracia. Es decir, que habían entendido que su tarea era ponerle marco a la transición política y hacer ésta lo más fluida y lo menos costosa posible para el pueblo de México. Hacía allá parecía apuntar el sólido mandato que les dieron los electores por un acto que parece producto del inconsciente colectivo por su simetría política casi perfecta. A nadie otorgaron la mayoría. Dieron armas a la oposición para impulsar los cambios, pero dieron también un sustento político al PRI para que no se desplomara.

Sin embargo, hasta hoy, los pre-legisladores están empeñados en una batalla por el control de la Cámara de Diputados. Se supone que quien controle la Cámara de Diputados podrá tener una influencia decisiva en los negocios públicos. La oposición ha establecido un bloque. El día de ayer los coordinadores del PAN, el PRD, el PT y el Verde Ecologista declararon que su alianza no sería efímera, que duraría hasta el año 2000. Pretensión candorosa; la ``mayoría opositora'' tiene unos cuantos escaños de ventaja. Muchos diputados de la oposición podrían ser ``neutralizados'' por el aparato oficial. No necesitarían más de doce ``ausencias'' para volver minoritaria a la oposición ante un PRI de solidez monolítica. Las diferencias ideológicas y tácticas, los rencores, los sentimientos vindicativos entre el PAN y el PRD hacen ver el acuerdo permanente como un poco ilusorio.

Del lado oficial están también por la guerra. Los efectos de las derrotas del 6 de julio todavía los mantienen en la parálisis de la imaginación política. Hasta ahora no han hecho pública una propuesta integral de reforma mucho más avanzada y moderna que las que pudiera quitarle la iniciativa en la oposición. Siguen atrapados en la idea de que ellos no cederán territorios sin pelearlos.

Quizás es una buena táctica reblandecer al adversario para iniciar una negociación importante y conflictiva. A lo mejor eso justificaría el activismo rijoso y astuto de la oposición. Pero no deja de resultar preocupante (y hasta lamentable) la utilización de una línea de choque para iniciar un proceso que se supone terminará en un consenso completo, de un nuevo marco político y jurídico para la República. Para ello el estilo de choque es inservible, ineficaz y peligroso. Por supuesto que los opositores me pueden decir: ``Nosotros padecimos la tiranía parlamentaria del sistema''. Son comprensibles los sentimientos antagónicos, la desconfianza y deseos vindicativos. Pero hay una hora para disparar pedradas y otra para recoger las piedras. El momento plástico que estamos viviendo es el de la reconciliación y el acuerdo. Quien no entienda ésto va a quedar marginado en el proceso de transición.

Un vaticinio; La oposición y el PRI seguirán usando el sistema de choque durante los próximos días, pero a pesar de ello van a llegar a un acuerdo sobre la gobernabilidad de la Cámara. Lo harán unos cuantos días o quizás unas cuantas horas antes de la fecha ritual de la instalación del Congreso y del Informe Presidencial. El acuerdo se parecerá mucho al que hubieran logrado en tres horas de pláticas privadas en un ambiente amistoso y sin reflectores, pero va a dejar a todos insatisfechos y desgastados.

Una propuesta constructiva: Si finalmente unos y otros se ponen de acuerdo en que lo importante es lograr la reforma política y no el de golpear y amargar a sus adversarios podrían hacer un interesante recuento de todos los puntos favorables con los que cuentan para un consenso de alto nivel. Hay voluntad política, oportunidad histórica, mandato, las elecciones abrieron las puertas de la transición y cada uno de los equipos cuenta con estupendos negociadores, conocedores de la ley y trabajadores incansables que además en distintas instancias han colaborado: pienso en Arturo Núñez, Francisco Paoli, Demetrio Sodi, Porfirio Muñoz Ledo, Juan Alcántara, Santiago Creel, Pablo Gómez y muchos más, un par de docenas de buenos ``cuadros''. En estas condiciones lo sensato sería que trabajaran una agenda temática de la reforma siguiendo la parte de los acuerdos de Bucareli de 1995-96 que son un excelente esquema. En cada uno de los puntos pudieran llegar a un acuerdo específico y dejar para después la discusión de los desacuerdos. El compromiso consistiría en no revelar a los medios el ejercicio sino hasta que hubiera un número importante de consensos. Los suficientes para garantizar el éxito de la reforma. Entonces todos los partidos firmarían y harían pública la minuta y empezaría a elaborarse con base en lo acordado el proyecto de ley. En el proceso se superarían con concesiones generosas los desacuerdos (podría apostar que no serían ni muchos ni muy importantes) y los problemas finos, técnico legales.

Los diputados darían al país un espectáculo de madurez política y dejarían atrás las tesis catastrofistas de los reaccionarios que afirmaban hace unos cuantos meses: ``Después del PRI, el diluvio y la ingobernabilidad''.