El pasado jueves se publicó en La Jornada un amplio reportaje sobre los problemas e inconformidades de pobladores locales con la planta termoeléctrica de Petacalco. De hecho, los problemas empezaron desde antes de que la planta empezara a operar, por los daños causados, durante la construcción, al medio ambiente y a los recursos de los que vivía una parte de la población.
Son muchas las experiencias que pueden extraerse de lo que allí sucedió. Es importante que se aprenda de ellas para que en futuros proyectos no se genere este tipo de consecuencias indeseables, y también para que no sean bloqueados otros proyectos, que causan menos problemas o que no los causan, con el pretexto de que lo que se requiere es simplemente la energía eléctrica más barata, o, para usar el término específico empleado en el medio, el kilowatt-hora más barato.
Fue esa la frase que presidió todo el proyecto de Petacalco, hace ya varios años. El sitio era un poblado situado en Guerrero, cerca de la costa del Pacífico y cerca de los límites con Michoacán. Del otro lado del Río Balsas, que delimita ambas entidades, está la ciudad de Lázaro Cárdenas, centro siderúrgico y sede de otras industrias. La cercanía del puerto facilitaría el desembarco de combustóleo de fabricación nacional, de alto contenido de azufre, y de carbón importado. La planta fue concebida de modo que pudiera usar cualquiera de esos combustibles, aunque las instalaciones de manejo del carbón están por completarse, a casi cinco años de su operación.
Si el carbón en el mercado mundial en un momento dado está más barato, ése se utilizará; si en otro momento es más barato el combustóleo local, se usará este otro. En su conjunto, esa planta, definida como dual, generaría ese ideal: el kilowatt-hora más barato. La realidad, sin embargo, se ha mostrado muy distinta.
Cuando se llegó a usar carbón, desde el periodo de pruebas, las cenizas y ácidos empezaron a causar problemas a los frutales de la región. El combustóleo de alto contenido de azufre dio lugar a concentraciones de óxidos de azufre y de nitrógeno en la atmósfera que, luego, disueltos en la lluvia, la acidificaron y la convirtieron en solución de ácidos sulfúrico, sulfuroso, nitroso y nítrico. Actividades agrícolas y pesca resultaron afectadas. Socialmente, al flujo de dinero durante la construcción siguió una especie de ``cruda'' en la que ya no se podía reconstruir fácilmente el modo de vida anterior, y la mayoría de los pocos empleos permanentes que quedaron estaban ocupados por gente de fuera.
Si vemos el proyecto en su conjunto, no fue cierto lo del kilowatt-hora más barato. Aquí debemos incluir los costos de los daños causados, o bien del equipo anticontaminante y combustibles de mejor calidad requeridos para no haberlos causado y la ineficiencia en el uso de la planta por falta de una línea de transmisión suficiente para llevar su energía a los centros de consumo: en los dos años pasados, la electricidad generada estuvo alrededor de una tercera parte de la que hubiera generado esa planta trabajando todo el tiempo a plena capacidad.
Los proyectos de desarrollo deben considerarse en su conjunto, buscando no gastar más de lo necesario, pero también respetando a la población local, al medio ambiente del que ésta vive, y el futuro de todo el país.