La Tabacalera es el nombre de una pequeña colonia, poco conocida no obstante ser muy céntrica y de rica historia. Como referencia diremos que en su corazón está el monumento a la Revolución. Este ámbito urbano se comenzó a crear a mediados del siglo pasado, a un lado de la célebre calzada de Tlacopan, en el tramo que ahora conocemos como Puente de Alvarado y que en ese entonces se consideraba las afueras de la ciudad.
Algunas de las familias prominentes del virreinato habían construido en ese lugar fastuosas residencias ``campestres'', que tenían como vista los arcos del acueducto, que desde tiempos prehispánicos surtía de agua potable a la capital. Tras la conquista, Hernán Cortés destinó el rumbo para huertas y casas de recreo; lo bautizó como Barrio de San Cosme por la ermita y hospital para indios forasteros, bajo la advocación de San Cosme y San Damián.
Allí construyó el conquistador una casa de campo, detrás de la cual se edificó el convento e iglesia de San Antonio de las Huertas. Los alrededores eran verdes pastizales en donde rumiaban apacibles bestias de las haciendas circunvecinas. Sobre la calzada destacaban en el siglo XVIII las mansiones del conde de Buenavista, que diseñó nada menos que Manuel Tolsá, quien se lució con un bello patio ovalado, enmarcado por la más hermosa arquitectura neoclásica; ahora es la sede del Museo de San Carlos que exhibe pintura europea. La otra casona célebre de la vía es la conocida como ``Mascarones'' que pertenece a la Universidad Nacional y se puede visitar.
Al crecer la ciudad en el siglo XIX, esa parte se consideraba la más sana y de mejor clima, por lo que se pensó como la más conveniente para el desarrollo residencial, utilizando las tierras de la hacienda de la Verónica y los Potreros de la Horca --llamados así porque allí se ajusticiaba a los malvados con ese asfixiante procedimiento. Un primer proyecto fue ``El barrio imperial'', que surgió a raíz del efímero imperio de Agustín de Iturbide, quien ordenó a un criollo ilustrado nombrado Simón Tadeo Ortiz de Ayala, hiciese un ambicioso programa para crear un lujoso barrio residencial; no hubo ni tiempo ni dinero.
Poco después, el excelso arquitecto Lorenzo de la Hidalga lo propuso como el lugar ideal para edificar una penitenciaría modelo; convenció a las autoridades y diseñó un proyecto muy semejante al que años más tarde se construyó en Lecumberri. Este sí se comenzó, pero los avatares políticos que tenían al país en bancarrota, dejaron la obra en sus inicios.
Pero a pesar de todo la capital continuaba creciendo y se necesitaban nuevas zonas habitacionales; así surgió el sueño del arquitecto Francisco Somera, quien planeó hacer el primer fraccionamiento moderno. Su idea era crear una colonia campestre exclusiva para arquitectos y estudiantes de la Academia de San Carlos, lo que según él, garantizaría la calidad de las construcciones que estarían rodeadas de zonas verdes. Después de innumerables conflictos para adquirir los Potreros de la Horca, finalmente abrió calles, casi ningún arquitecto compró y acabó rematando los terrenos adquiridos con tanto esfuerzo.
Mientras esto sucedía, se abrían importantes vías como el Paseo del Emperador (hoy Reforma), se hizo avenida la actual calle de Sullivan --que era una de las dos calzadas que llevaban a la Hacienda de la Teja--, se abrieron las calles de Artes, Miguel E. Schultz y Guillermo Prieto. En las cercanías se construyó la estación de ferrocarril de Buenavista y en las antiguas casonas de San Cosme se pusieron de moda los ``tívolis'', que aprovechaban las huertas para organizar todo tipo de reuniones: bodas, cumpleaños; inclusive las delegaciones extranjeras festejaban allí sus fiestas nacionales.
Poco a poco la nueva colonia se iba poblando; se escogió el lugar para construir el Palacio Legislativo, impresionante proyecto que quedó trunco por el movimiento revolucionario y años más tarde fue convertido en el Monumento a la Revolución. Al mismo tiempo, en el bello Palacio de Buenavista se había establecido ``La Tabacalera Mexicana, Basagoiti Zaldo y Cía.'', que elaboraba en fino papel catalán, arroz o canela, los cigarrillos marcas ``damitas'', ``nacionales'', ``tapatíos'' y ``celestes''. Esta empresa decidió construir en los alrededores viviendas para sus trabajadores, como lo había hecho su competidor Pugibet, con su lindo desarrollo del Buen Tono, que aún funciona en la Avenida Bucareli.
El proyecto no se materializó, pero desde entonces se le conoció como colonia La Tabacalera, nombre que conserva hasta la fecha. Sobre ello platican con gran sapiencia los autores de un excelente libro que publicó recientemente la Universidad Autónoma Metropolitana, precisamente con ese título.
Por cierto, en la Plaza de la República, que además del inmenso mausoleo revolucionario tiene el encanto del Frontón México, está también el restaurante Puerto Chico, muy bien decorado y con una exquisita comida española.