Adolfo Sánchez Rebolledo
Gestos y susurros

Ha comenzado el ritual para cambiar la directiva priísta y, como siempre, éste atiende a un código cada vez más rudimentario y anacrónico. Nadie se mueve. Nadie dice nada, todos esperan la señal, la buena nueva que anuncia la cargada. ¡Ay, viejos tiempos que no se van! Hace unos días, el secretario Labastida respondió con un previsible gesto de cabeza a la pregunta de si aceptaría encabezar su partido. Los reporteros entendieron que había soltado el esperado sí, pero de su boca no salió nada comprometedor. ¿Es así como responderá el otrora invencible a los desafíos de la transición?

El PRI, ya se ha dicho y escrito hasta el cansancio, no tiene más opción que reformarse o desaparecer. Es un error formidable de sus cuadros dirigentes interpretar los resultados electorales como un fenómeno transitorio, casi accidental, atribuible a los efectos negativos pero pasajeros del momento económico. Se argumenta que la situación, en realidad, no es tan mala: si las elecciones presidenciales, dicen, se hubieran realizado el 6 de julio, el PRI habría ganado limpiamente. Y a continuación se preguntan: ¿en qué país del mundo sobrevive un gobierno que acumula una crisis tras otra? Pero estas visiones autocomplacientes olvidan el sentido general de estas elecciones en las que el partido oficial pierde la mayoría absoluta en el Congreso y, con ello, un instrumento vital en el momento crucial del presidencialismo mexicano. El Presidente se queda sin la mayoría congresual, considerada indispensable para garantizar la continuidad de la política económica, en particular, pero pierde el virtual monopolio del Ejecutivo para iniciar las leyes, lo cual empuja hacia una remodelación del Congreso, sí, pero también y de modo especial del régimen presidencialista y el partido que le sirve de soporte. Como ha escrito María Amparo Casar, a partir de los resultados electorales del 6 de julio México deja de ``ser la excepción entre los sistemas presidenciales'', y pasa a una situación donde el equilibrio de poderes deja de ser parte de la república formal, para convertirse en un sustento real de la democracia. Y eso, a querer o no, constituye un cambio histórico.

En el nuevo marco de relaciones políticas creado en el país, el tema de la ``sana distancia'', concebido hasta hace poco como la piedra angular de la reforma del PRI (y con ello la del sistema en su conjunto) puede ser que a la postre resulte absolutamente irrelevante a la luz de esta realidad. No porque desaparezca la necesidad de que el PRI se transforme en el partido verdadero que no es hoy, sino porque ahora el Presidente necesita para gobernar la presencia de un partido lealmente crítico, autónomo y actuante, por razones muy diferentes a las que podían imaginarse en el esquema de reforma de arriba hacia abajo que guió las acciones del priísmo histórico. Sin embargo, para lograrlo será preciso algo más que las viejas fórmulas para mantener la disciplina partidista en el Congreso y la unidad de la coalición de fuerzas priístas. Ya sabemos muy bien cuáles son las respuestas de los viejos dinosaurios, capaces de sobrevivir a cualquier colapso, pero ¿qué dicen los modernizadores? ¿Dónde están, si es que existen?