La Jornada jueves 21 de agosto de 1997

ASTILLERO Ť Julio Hernández López

El decaimiento sostenido de la diplomacia mexicana tiene, entre otras causas, la utilización de las representaciones de la nación en el extranjero para acomodos y arreglos políticos circunstanciales.

Un ejemplo es el del fugaz embajador mexicano en Costa Rica, José Rafael Castelazo y de los Angeles, quien dejó el cargo luego de hacer una declaración periodística totalmente ayuna de oficio diplomático, en la que en un tono injerencista, menospreciativo y descuidado, censuraba al país frente al cual representaba a México.

Reconstruido con las versiones de diversos participantes en esa historia, se sabe que el infortunio de José Castelazo comenzó cuando Margarita González Gamio decidió seguir como embajadora mexicana en Hungría.

Inicialmente atraída por la posibilidad de ser candidata priísta a diputada federal por un distrito de donde años atrás había sido delegada política del gobierno capitalino, la embajadora González Gamio declinó a última hora la invitación partidista y, con ello, hizo que el destino del diputado federal en funciones, José Rafael Castelazo y de los Angeles, a quien ya le habían prometido una embajada, fuera San José, capital de Costa Rica, y no Budapest. Hoy, la embajadora sigue en su cargo, la candidatura priísta fue derrotada y Castelazo hizo historia como inigualado embajador efímero.

El problema del mucho hablar

Pero aun haciendo a un lado el problema inicial (en el cual no hubo intencionalidad de la embajadora, sino un mero asunto de opción entre el riesgo electoral y la continuidad diplomática), Castelazo comenzó con el pie izquierdo su brevísima carrera como representante de México en el extranjero.

El primer indicio preocupante se dio el mismo día en que la comisión senatorial del ramo lo recibió para evaluar su viabilidad como diplomático, conforme a un ritual habitualmente cumplido sin mayores sobresaltos por todos los aspirantes propuestos por el Poder Ejecutivo.

Fue una sesión larguísima, casi tres horas, en las que hasta diapositivas fueron usadas como complemento de la verbosidad desatada. Más allá de los trámites usuales, Castelazo quiso demostrar conocimientos y pericia. Habló y habló, provocando inquietud entre sus compañeros de partido que le escuchaban arriesgarse.

En cierto momento, por ejemplo, habló asumiéndose ya como embajador, cuando justamente su presencia ante los senadores era para pedirles que ratificaran --lo cual no era obligatorio ni automático-- el nombramiento presidencial en su favor.

Hubo un punto en el que el visto bueno senatorial estuvo a punto de atorarse: Castelazo defendió a capa y espada su condición de representante del Presidente de la República. Se le hizo ver que era representante de la nación mexicana y, bueno, en un sentido amplio, de sus instituciones entre las cuales de manera destacada se contaba la Presidencia.

Nada. Castelazo aceptaba la salida conceptual pero se aferraba a considerarse también representante del Presidente de la República. En medio del más hablar se logró destrabar la discusión y, finalmente, se ratificó el nombramiento.

El señor embajador mexicano

La presencia mexicana en Costa Rica es tan importante, que el embajador tiene una relevancia similar. A diferencia de muchas otras representaciones, donde es un personaje diluido, en San José la conducta y las palabras del embajador mexicano tienen resonancia pública.

Sin embargo, esa supervisión pública nunca había llevado a ningún otro diplomático a los terrenos por los que caminó Castelazo a partir de la última semana de mayo del presente año, cuando se supo que Carlos Hank González había recibido en su rancho de Santiago Tianguistenco a una delegación de costarricenses encabezada por Miguel Angel Rodríguez, virtual candidato presidencial por el Partido Socialcristiano y entonces puntero destacado en las encuestas de popularidad rumbo a los comicios de febrero de 1998.

El episodio, usado con sentido electoral por el Partido Liberación Nacional, adversario del socialcristianismo, llegó a las declaraciones sumamente críticas de activistas costarricenses contra el sistema político mexicano, la antidemocracia histórica, el enriquecimiento apabullante de Hank, los indicios de corrupción, la saga del narcotráfico, las mañas del PRI y otros datos similares.

Llevado nuevamente por la vocación estelar, el embajador mexicano --ya no delegado del DDF, ni diputado federal, ni funcionario priísta-- se sintió obligado a responder a los ataques que entendió dirigidos contra México y no contra la facción que le ha gobernado ni contra algunos de sus personajes más distinguidos como es el profesor Hank.

Y el embajador Castelazo se fue de la lengua, con los resultados de todos conocidos.

El ex embajador vuelve a hablar

Ya de nuevo en México, el ex embajador Castelazo regresó a ocupar la curul de la que había pedido licencia, pero pretendió hacerlo mediante un trámite especial, notificando su retorno a la Comisión Permanente del Congreso de la Unión, cuando el camino era tan sencillo como avisar a la oficialía de partes e ir a sentarse al primer asiento disponible.

De cualquier manera, Castelazo aprovechó la oportunidad para hablar con la prensa. Y dijo que aun cuando no había cumplido con el oficio diplomático, se sentía contento de haber defendido a México y actuado conforme a sus convicciones políticas.

A pesar de su difícil experiencia, Castelazo seguía creyendo que defender a Hank era defender a México, y que es posible excusarse del cumplimiento de las reglas del oficio aceptado arguyendo consideraciones políticas. Es como si un cirujano explicara las razones de la muerte de un paciente diciendo que aun cuando no había cumplido con las reglas de la profesión médica, tenía su conciencia tranquila porque sus convicciones políticas estaban a salvo.

Con sus palabras, Castelazo confirmó la necesidad de que el cuerpo diplomático mexicano deje de ser depósito de políticos sin otro acomodo, y que la preparación de nuestros representantes sea real y no habilitada o simulada.

Desde BCS

En Baja California Sur se vive una asfixia política preocupante. Convertidos en monopolistas de la acción política, los partidos aparecen desvinculados de las verdaderas causas populares. Divisiones, enconos y ambiciones han hecho que el escenario político sea poco atractivo para los ciudadanos. En ese marco, un grupo de ciudadanos entregará al Congreso local una solicitud para que se instituyan el referéndum y el plebiscito como figuras constitucionales, y que se abra la posibilidad de postular candidaturas independientes para las elecciones locales de 1999. La promoción es impulsada por Joel Antonio Estamates Arroyo, junto con un centenar de ciudadanos.