El ascenso electoral del PRD y el triunfo de Cuauhtémoc Cárdenas como jefe de gobierno de la ciudad de México, han abierto un debate nacional sobre el perfil de este partido y su relación con la izquierda. En el centro de esta discusión inaugurada por el artículo de Enrique Semo en el número 1083 de Proceso, se encuentran dos interrogantes: ¿es el PRD un partido de izquierda? ¿Implica el pragmatismo que necesita para ganar electoralmente, renunciar a sus principios?
En ninguna parte del mundo la situación de la izquierda es sencilla. Como corriente política se encuentra en crisis, ante el avance global del neoliberalismo, la desaparición del bloque soviético y el agotamiento del Estado de Bienestar. Los recientes triunfos electorales del Partido Laborista en Inglaterra o de los socialistas franceses, han matizado esta crisis pero no la han resuelto. Las naciones que aún hoy se reclaman socialistas caminan aceleradamente hacia una economía de mercado, y los viejos dogmas de la política socialdemócrata --como el pleno empleo y las redes de seguridad social-- han perdido vigencia.
¿Qué significa hoy en México ser de izquierda? Más allá de la exigencia de igualdad (y el derecho a ejercerla de manera diferenciada) y del rechazo a lo injusto, implica en lo concreto cuatro cosas: luchar por la desaparición del régimen de partido de Estado desde una perspectiva democrática, pelear en contra del modelo de desarrollo neoliberal, construir una nueva forma de relación entre el Estado y los ciudadanos que produzca espacios liberados de dominio, y la creación de una política que apele a la ética.
Izquierda y socialismo no son sinónimos. Partidos que se reclaman socialistas como el PPS están muy lejos de ser de izquierda; su práctica apuntala al régimen. De la misma manera, personajes políticos que provienen de las filas del nacionalismo revolucionario o del cristianismo comprometido con los pobres son de izquierda aunque no sean socialistas. Su quehacer está orientado por una perspectiva de transformación democrática y popular.
El PRD es, como la mayoría de nuestras organizaciones políticas, un animal anfibio. Organizado como partido electoral agrupa a una gran cantidad de dirigentes sociales que lo ven en ocasiones, también, como un instrumento al servicio de sus luchas concretas. Es, simultáneamente (dependiendo de la región y del momento), partido, movimiento y frente político de distintas corrientes. Aunque declarativamente es un partido de ciudadanos, mantiene buena parte de los vicios de la política corporativa pero casi ninguna de sus virtudes. Los contornos entre unos y otros distan de ser precisos. Se trata, con mucho, de un proyecto político en transición cuyo destino lineal es incierto.
Las corrientes que lo forman se han modificado con el paso de los años. Pretender dividirlas entre quienes provienen del PRI y quienes tienen su origen en la izquierda es poco útil. Decir que sus dirigentes no son de izquierda porque provienen del PRI o porque no se reconocen como tales, es una falacia. Lo que los define hoy es su actitud ante el régimen, la política económica, la relación entre el Estado y los ciudadanos, la apelación a una conducta ética, y la de muchos de ellos es de izquierda, aunque la de otros no lo sea. Sin embargo, la entrada masiva de militantes del partido oficial al PRD no por convicción programática sino por falta de espacios dentro del PRI, plantea un serio problema de perfil partidario, que el cardenismo no ha encarado con claridad.
El PRD no es la única fuerza de izquierda que existe en el país ni posee la patente de lucha opositora. A su lado se ha desarrollado una multitud de movimientos sociales y cívicos, corrientes políticas y culturales que han jugado un papel clave. En parte, los resultados electorales exitosos del PRD son producto de la acción de estas fuerzas, por más que esto no sea reconocido dentro del partido. En mucho, su futuro dependerá del tipo de relaciones que establezca con ellos. Obviamente, sus triunfos provienen también de su constancia opositora al salinismo, de la calidad de muchos de sus candidatos, del pragmatismo con el que se ha abierto el partido a algunos disidentes del PRI, y de la estrategia organizativa de su nueva dirección.
Si el PRD se convierte en un instrumento más de la razón del Estado, en un administrador del descontento popular y hace de la búsqueda indiscriminada de votos su razón de ser, o, por el contrario, cuaja como el gran partido electoral de la izquierda nacional impulsor de la transición democrática, y sirve como instrumento de renovación de la política, ayudando a dar poder a quienes no lo tienen, es todavía incierto. El gobierno de la ciudad de México y su nueva fuerza en el Congreso serán su gran prueba de fuego.