Luis Linares Zapata
Hegemonía cultural

Si algo ha dado sustento a la transición democrática en México ha sido el continuado avance y dedicación ciudadana. Un signo de tal fenómeno lo constituyen la formación de las organizaciones políticas que en tiempos recientes se registraron ante el IFE, pero que ya llevaban años de operar con eficacia. Lo mismo puede ser predicado de las miles de organizaciones no gubernamentales y su influencia en la edificación de la tupida red que forma la llamada sociedad civil, crucial agente en la construcción del presente nacional. Pero han sido los individuos, las personas en su concreto ir y venir, las que sin descanso, y muchas veces a su costa, han empujado y levantado lo que ahora bien puede ser nombrada como una cultura ciudadana.

Los partidos políticos han respondido con atingencia al accionar de sus militantes y burocracias internas, no ha sido el caso respecto de las pulsaciones populares comentadas arriba. De ahí que sus ajustes a las cambiantes circunstancias de la realidad no sean lo suaves y tersos que se hubiera deseado y sí, por el contrario, han sufrido desviaciones y tropiezos en su trajinar.

El PRD, por ejemplo, con rapidez ha podido procesar los dictados provenientes de las urnas. Sus adecuaciones han contemplado, con rigor y precisión, los significados del cambio manifestado por los electores. Son el único partido, de los tres que cuentan, que salió triunfante de la contienda (aumentó sus votos respecto del 94) y ello le permite continuar con la inercia adquirida en la campaña. Al manejo independiente de sus tiempos le agregan lecturas cercanas a la realidad y a las necesidades inmediatas de la población, de los grupos, las regiones y el país inclusive. Su sensibilidad y consistencia está por verse, todavía, en cuanto a captar los planteamientos de las empresas, el gobierno, la economía y del complejo factor externo.

Tiene la enorme ventaja de haberse abierto a la participación efectiva de la sociedad en las varias modalidades que ésta se ha venido dando a sí misma. Además, muchos de sus dirigentes han caminado junto con múltiples y disímbolos agrupamientos, lo que les ha permitido captar y convivir con sus tribulaciones, capacidades y aspiraciones pero, sobre todo, han experimentado en su mismas personas la naciente manera de ser que va diseñando el tejido ciudadano. Es decir, están, como partido político que aspira al poder, en una clara ventaja sobre sus competidores para orientar e influir en la cultura ciudadana. No han podido reunirse para hacer un adecuado y comprensivo balance de lo sucedido. Meditar sobre sus fracasos locales, las pasiones de sus tribus, la no resuelta interrelación entre sus afanes movilizadores de la energía social con sus estrategias electorales para hacerse del poder público y todo ello combinarlo con sus actos de gobierno. Esta última, una triada de difícil solución. No han meditado suficiente en su posicionamiento ideológico frente a los bloques y las concepciones que circulan por el mundo. Tienen, como se ve, un conjunto nada despreciable de asuntos no abordados pero, al menos, han citado a una futura asamblea que bien puede ser definitiva o refundacional si se quiere.

Lo importante a resaltar por ahora es su empuje para formar la ``nueva mayoría'' en la Cámara de Diputados y el lanzamiento anticipado de su agenda legislativa. Ambos sucesos le aseguran un pase en esto que bien puede llamarse ahora como la hegemonía cultural que orienta a los mexicanos de hoy. El peligro de todo esto estriba en calcular mal las intensidades y errar los puntos básicos sobre los cuales gira el sentir colectivo.

Es preciso entender que, para participar en la edificación del presente nacional, es requisito indispensable contar con el respaldo efectivo (votos, crítica, aportaciones, presencia) de los ciudadanos. La opinión pública y su penetración se revela así como el factor de la balanza que tendrá que ser priorizado de aquí en adelante como nunca antes se previó. Las negociaciones de palacio, los acuerdos de notables, el peso de los grupos de presión y demás menesteres del quehacer público seguirán teniendo su densidad y trascendencia para la búsqueda de eficacia en la gobernabilidad, pero casi siempre quedarán subordinados a los movimientos y desplantes del electorado, con sus veleidades e inconsecuencias, pero también con sus sabidurías, temores y tino.