¿Acaso Dios prefiere muertos por sida que vivos que usen condón? ¿Habrá quien piense que el condón atenta más contra la moral que las muertes producidas por el virus de la inmunodeficiencia humana --VIH--? ¿Prevalecerá la intolerancia de algunos grupos que satanizan su uso? La moral de las religiones se ve más dañada, ¿por quienes fenecen de sida o por quienes fomentan el amor al usar el preservativo? ¿Es irracional protegerse contra enfermedades mortales? ¿Existe lugar en el paraíso para quienes mueren por la enfermedad por no cuidarse? ¿Es posible pensar en relaciones sexuales ``virtuales''? ¿Incurre en delitos el Consejo Nacional para la Prevención del Sida (Conasida) por promover el uso del condón? Y, finalmente, alcanzado el siglo XXI, después de Hiroshima, de las hambrunas que devastan por doquier, del repunte de enfermedades infecciosas vinculadas con la pobreza, así como del incremento de padecimientos prevenibles, ¿tiene lugar la intolerancia? ¿A quién le corresponde hablar de sida?
La caterva de preguntas anteriores, incluidas sandeces, reflexiones y sorpresas, proviene de la arena pública contemporánea. Mientras que a Conasida se le tilda de irresponsable por no advertir que al usar el condón la protección para evitar el contagio de enfermedades de transmisión sexual (ETS) no es completa, a la población se le invita a ``promover la monogamia, la abstinencia sexual e incluso apoyar, como en otros países, el sistema de relaciones sexuales `virtuales' para tratar de detener la `promiscuidad' humana''. Incluso, algunas fuentes religiosas han sugerido lanzar la siguiente advertencia: ``Si sigues siendo promiscuo te vas a morir''.
He comentado en más de una ocasión que las enfermedades son no sólo uno de los mejores tamices para evaluar la marcha de las sociedades, sino termómetro inigualable para sopesar moral y solidaridad. Cuando se trata de patologías que afectan a la comunidad, los postulados anteriores adquieren valor inusitado. Así lo ha demostrado la historia, así lo ha vivido la humanidad. La peste, la tuberculosis y, en nuestros días, el sida, han sido centinelas y jueces de nuestra especie. Hablar de estas pandemias es hablar de moral. Mientras que algunos grupos condenan el uso del condón por atentar contra principios religiosos, Conasida y otras organizaciones de salud confrontan cotidianamente el reto emanado por el sida. ¿Existen dos éticas cuando se habla de enfermedades? No. Hay que detenerse en el ser. Permitirle que él decida. La esencia es pensar en el otro como ente autónomo.
Erróneo denostar el uso del condón: las muertes y el daño emanado del sida laceran profundamente. La filosofía inscrita en la hiperrealidad narrada y vivida en las letras de Dostoievski cobran sentido al hablar de la persona que enferma de sida. No del sida como enfermedad. Del enfermo que padece la viremia y que sufre tanto los males celulares como los del alma. ``Todos somos responsables de todo y todos, pero yo más que los otros'', advertía el escritor ruso cuando hablaba de la miseria del alma. Recontextualizarlo, a la luz de las absurdas polémicas en torno al condón es pertinente.
¿Cuántas personas mueren por sida? Cada día enferman aproximadamente 7 mil 500. Dicen los números que cerca de seis millones han fallecido y que 25 millones se encuentran infectados. En el contexto de este padecimiento, y sobre todo, en el diagnóstico del sida tercermundista, la infección tiene un sentido doble: el del virus y el de la amoralidad. El peso del virus no es menor que el de la carga de las éticas amorfas: es menester lidiar con ambas. ¿Cómo culpar sólo al virus cuando hay grupos religiosos cuya filosofía considera que el condón atenta contra los cielos? El daño producido por el virus no es menor que el de los grupos ultrarradicales que atrincherados, bajo su moral elitista, consideran que el preservativo es peor que el mismo demonio.
Diversos estudios han demostrado que las campañas preventivas que estimulan el uso del condón disminuyen la frecuencia de ETS, retrasan el inicio de la vida sexual y disminuyen el número de parejas. La vida sexual se inicia, en la mayor parte del mundo, incluido México, entre los 16 y 17 años. Se sabe que el 60 por ciento de las nuevas infecciones por VIH ocurren entre los 15 y 24 años. La conclusión es gratuita: la obligación, el compromiso ingente, la labor cimental de Conasida es continuar e incrementar sus campañas. El condón conlleva la misma moral que la fidelidad y no es mejor ni peor que la abstinencia. Lo que raya en la intolerancia, sobre todo proviniendo de grupos religiosos comprometidos con la vida, es no tolerar al otro. O como bien se ha dicho: el ser humano discrimina, el sida no.