Gilberto Guevara Niebla
El sentido del cambio
1. Pienso que el voto del 6 de julio fue el voto de una sociedad irritada profundamente con el cuadro desolador de la economía popular, pero sobre todo indignada por la imagen deprimente que se creó del gobierno durante los últimos tres años. Los hechos escandalosos que sacudieron al país entre 1994 y 1997 degradaron la política y degradaron la autoimagen de todos los mexicanos. Al votar como lo hicieron, los ciudadanos expresaron su deseo por una regeneración de la vida pública.
2. ¿Hasta qué punto, sin embargo, se está inaugurando una nueva manera de hacer política? Pasemos revista a algunos de los debates que han tenido lugar en los últimos días, por ejemplo, el asunto del IVA, que fue un petardo lanzado tempranamente al candelero que puso al país, de súbito, contra la pared. ¿Es verdad, me pregunto, que al votar el 6 de julio por el PRD la gente pensaba, destacadamente, en disminuir el monto del IVA? Es de dudarse. El tema no tuvo durante la campaña la prominencia que el PAN y el PRD ahora le otorgan; en cambio, los partidos de la antigua oposición no olvidan la votación en la cual la mayoría priísta aprobó el aumento del IVA del 10 al 15 por ciento, votación que fue simbolizada por el memorable gesto obsceno del líder del partido oficial.
3. La historia del poder legislativo en México, con honrosas excepciones, ha sido lamentable, pero no sólo porque, bajo el control del PRI, este poder se subordinaba pasivamente ante el Ejecutivo, sino por el hecho asociado, todavía más grave, de que en él ha privado la mediocridad. En México no hemos tenido nunca auténtica vida parlamentaria y el debate camaral ha degenerado, con mayor frecuencia de la deseada, en grilla y querellas interpartidarias intrascendentes. La expectativa de los mexicanos ante los nuevos legisladores es que, por primera vez, se discutan a conciencia, con lucidez, en un diálogo de altura, los grandes problemas nacionales. Esta expectativa, empero, no ha sido correspondida en este ejercicio de sombra que hemos presenciado, pues la litis ha degenerado en una vulgar riña entre partidos en donde sobresale el afán de los antiguos opositores por aislar y humillar al PRI.
4. La conducta de los legisladores recién electos en el debate de las últimas semanas no acaba de proyectar esa ``nueva forma de hacer política'' que los mexicanos esperamos. Más bien evoca una película ya vista. No hubo muchas ideas sobre el futuro del país, en cambio, exceso de gesticulaciones y desplantes machistas que traen a la memoria a viejos charros del PRI. ¿Mero revanchismo? Aunque no sea así, eso parece. Las actitudes infantiles de la antigua oposición, hoy mayoría, podrían resumirse en el apotegma ``como me tratabas te trato''. Se pretende aplicar a la antigua mayoría la regla que ésta solía aplicar en sus relaciones con la minoría. Es el caso del ``mayoriteo'', o sea, los acuerdos en bloque para votar mecánicamente en un sentido, al margen de los argumentos que se expresan en el debate parlamentario. Otra ilustración de lo mismo fueron las decisiones del ``bloque opositor'' (reunión de todos los partidos que integran la Cámara de Diputados, menos el PRI), que tocan aspectos formales pero que, sin embargo, manifiestan una clara voluntad para hacer ``morder el polvo'' al partido de la antigua mayoría. Así sucedió con el Informe presidencial, un ritual que se utiliza en México para refrendar la unidad nacional en torno al Ejecutivo y que los miembros del Bloque juzgan que debe convertirse, por el contrario, en un acto donde se expresen claramente las divisiones entre los partidos y entre los poderes de la Unión.
5. No se trata sólo de reclamar para el PRI el trato que merece un partido que conserva casi un 40 por ciento del voto, sino de debatir la cuestión moral de fondo. ¿Se quiere o no se quiere cambiar? Si se quiere, ¿cuál es el cambio que se desea? ¿Se trata de un simple cambio de personas o de un cambio en los valores y contenidos de la política? Si esto último, los nuevos dueños de la nueva mayoría legislativa tendrían que explicarnos cómo van a cambiar el ejercicio y el contenido de la política acudiendo a los mismos expedientes a los que acudía el PRI. Evidentemente, es injustificable actuar con la lógica de que ``si el PRI jugó sucio, ahora nosotros le jugaremos sucio''. La inmoralidad del adversario no justifica la inmoralidad propia, ni la ley del Talión es una ley democrática. No creo que ése sea el camino correcto a seguir, porque contradice además el sentido del voto del 6 de julio. Lo que ese voto significa debe ser claro para todos nosotros: el pueblo quiere nuevas reglas del juego y una nueva forma de hacer política que habrá de mostrarse, entre otras cosas, en el trato que los partidos antes opositores-hoy mayoritarios, den a su antiguo adversario. En todo caso, democracia obliga.