Con la firma de los acuerdos de paz entre Israel y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) hace cuatro años, el mundo creyó genuinamente que el proceso de paz había mejorado las cosas en el área y que por primera vez en 30 años los palestinos estaban obteniendo su independencia.
En todas partes los medios de comunicación han informado hasta el cansancio de los episodios diplomáticos de las negociaciones, de sus innumerables obstáculos y finalmente de sus supuestos avances, pero guardando silencio sobre su significación real y lo que implica para la vida cotidiana de los palestinos. Los acuerdos sólo han otorgado una autonomía limitada en las ciudades palestinas, 7 por ciento del territorio, las cuales se han convertido en verdaderos ghettos cuyos caminos, entradas y salidas están controlados por los militares israelíes. De este modo, nada se dice de Palestina convertida en una cárcel donde sus habitantes no pueden desplazarse libremente de una ciudad a otra, ni siquiera ir a Jerusalén a recibir una atención médica urgente. Ni de los cientos de estudiantes de las universidades palestinas que son sujetos de detenciones administrativas por periodos que van de tres a 18 meses sin explicación, cargo o juicio.
Al mismo tiempo, poco se sabe de los miles de prisioneros palestinos que todavía se encuentran en las cárceles israelíes, donde algunos de ellos han muerto por tortura, práctica legalizada en Israel. O, en fin, de los castigos colectivos cada vez que hay un atentado suicida contra Israel.
Por otro lado, continúa de forma ininterrumpida la confiscación de tierras palestinas y de manera paralela la demolición masiva de casas que, como dijo el abogado israelí Allegra Pacheco, forma ``parte de una política antipalestina, racista, de la ocupación israelí, que pretende desplazar a la población árabe de extensas áreas de Cisjordania a fin de expandir asentamientos judíos''.
Los palestinos sufren de manera permanente violaciones a sus derechos humanos por parte de Israel; hay demasiada agresión, desigualdades e injusticias en el centro de la vida de los palestinos, quienes ya están cansados de tensiones, humillaciones y frustraciones. El actual gobierno israelí ha creado un círculo vicioso: terrorismo de Estado por parte de Israel, terrorismo de algunos grupos palestinos y, consecuencia de esto, el bloqueo del proceso de paz, con el argumento de que la Autoridad Nacional Palestina no controla el terrorismo de los grupos más radicales, y así, ad infinitum. ¿Cómo pretende, entonces, el gobierno israelí poner fin a una situación de violencia que él mismo crea?
No olvidemos que lo que se está negociando son los territorios palestinos de Gaza y Cisjordania, que representan sólo 22 por ciento de la Palestina histórica y que en todo caso es mucho menos territorio del que le corresponde al Estado palestino por mandato de Naciones Unidas (42.88 por ciento, según la resolución 181 del 29 de noviembre de 1947). ¿Por qué Israel no cumple de una vez por todas con esta resolución y otras más del organismo internacional que le exigen poner fin a la ocupación ilegal de territorio palestino? Unicamente un arreglo con justicia, es decir, la devolución de la totalidad de Gaza y Cisjordania, es la solución al problema de seguridad de Israel. La razón última de la posición israelí sólo puede entenderse por una mezcla de voracidad de territorio motivada económica e ideológicamente, una oportunidad política, y una noción punitiva indefendible moralmente de lo que los palestinos deben ``pagar'' por la paz.
Es fácil ser pesimista frente a la situación actual y por la disparidad de fuerzas entre las dos partes. El enorme apoyo de Estados Unidos a Israel y la ausencia de una coalición activa de fuerzas internacionales que presionen al gobierno israelí para que cumpla con la legalidad internacional, nos hace pensar en un escenario para el futuro próximo de más violencia y sufrimiento de todos los habitantes de la región. Como diría Edward W. Said, escritor palestino, ¿quién se está preparando para la siguiente?.