El anuncio de la conformación de un ``bloque opositor'' en la Cámara de Diputados ha tenido la virtud de romper el pasmo en que se encontraba el PRI respecto de los retos por venir, y se ha significado también por alentar sobre la necesidad imperiosa de arribar a acuerdos procedimentales que hagan de la próxima Legislatura en la Cámara de Diputados un espacio habitable.
En ese sentido ha sido sana la disposición de los cuatro partidos distintos al PRI para empezar a tejer algunos acuerdos mínimos. Esos logros son evidentes; sin embargo, el anuncio no ha merecido las reacciones más sensatas y más bien ha conseguido acentuar la beligerancia. Las provocaciones priístas son tan poco constructivas como las amenazas del bloque. Por ese camino lo único que está garantizado es que nadie gane.
No estoy de acuerdo ni con la lectura que pretende ignorar el hecho de que el PRI perdió la mayoría absoluta y arguye toda clase de alegatos para restituir a ese partido lo que las urnas no le dieron, ni con alguna lectura que pretende extraer la legitimidad del grupo en el supuesto mandato de las urnas, porque no sólo empobrece a las ofertas opositoras al sugerir que todos esos votos fueron antipriístas, sino que también pretende dar una interpretación a la ley orgánica vigente de la Cámara de Diputados que es polémica, por decir lo menos.
En este punto llama la atención que lo que no se haya colocado en el horizonte sea lo obvio: hace falta reformar la ley orgánica, la actual es inservible. Así, mientras el debate siga entrampado en estirar el ordenamiento vigente para ver quién es capaz de proponer la interpretación que produzca mayores ventajas, seguiremos asistiendo a un torneo de fuerza que mucho distorsiona lo que para mí fue el verdadero mandato de las urnas: el equilibrio de poderes, la cohabitación de partidos.
En esta perspectiva cabría esperar de la conformación del órgano de gobierno cameral sea la proporcionalidad, no la interpretación que restituye mayorías priístas, ni aquélla que propone un gobierno paritario; ninguna de las dos se compadece de la aritmética y el sentido común. Lo óptimo es que en el órgano de gobierno se replicaran las condiciones que existen en el pleno de la cámara; esta posibilidad no está presente bajo las reglas actuales por lo que hace falta plantear la necesidad de pactar arreglos transitorios en tanto se arriba a una regulación acabada.
Si de lo que se trata es de conjugar proporcionalidad con operatividad, dos posibilidades de formato del órgano de gobierno serían: una de nueve miembros (3 del PRI, 2 del PRD, 2 del PAN, 1 del PT y 1 del PVEM) y otra de trece (5 PRI, 3 PRD, 3 PAN, 1 PT y 1 PVEM); ambas tienen la virtud de que reproducen lo que sucede en el pleno, es decir, para conquistar la mayoría el PRI necesita de los dos partidos más pequeños o de alguna de las oposiciones más grandes; el PRD y el PAN, si pretenden una mayoría sin el PRI se necesitan mutuamente y urgen sumar a alguno de los partidos pequeños, etcétera, si acaso estas posibilidades se diferencian por el tamaño de la comisión y por tener expresiones distintas a la proporcionalidad. A manera de ilustración ésas son algunas de las combinaciones que ocurrirán, según la nueva conformación de la Cámara de Diputados. Pero en todo caso, la nueva ley debe ofrecer fórmulas que puedan operar en todos los casos y evitar la tentación de legislar casuísticamente.
Ojalá pronto se destrabe el camino y podamos reconocer gestos más civilizados entre los actores. De otra suerte, el bloque opositor y las reacciones priístas pueden ser víctimas de su propio éxito: perpetuar una lectura plebiscitaria de las urnas que conduzca a la confrontación sistemática e impida la emergencia de coaliciones fluidas. Si esto es así, el fracaso de la primera Cámara de Diputados plural, está garantizado.