Rogelio Pérez Padilla
La pobre oxigenación de los habitantes de la ciudad de México

La mayor parte de lo que se sabe sobre la adaptación a la altitud se descubrió ya hace varias décadas. Las investigaciones se centraron en las poblaciones que viven naturalmente a más de 3 mil 500 metros sobre el nivel del mar, en las enfermedades por exposición a grandes alturas (mal de montaña) y en simulaciones de laboratorio. En las grandes elevaciones sin embargo viven permanentemente poblaciones escasas y peculiares, concentradas en las zonas Andinas y del Himalaya. Aun así, el estudio de estas poblaciones, delineó las respuestas del humano a la altura y permitió compararlas con las de otras especies. Sin embargo, es importante conocer el comportamiento a alturas moderadas (entre 2 mila 3mil metros) ya que en éstas vive un gran número de personas en varios países del mundo, especialmente de Latinoamérica. Las ciudades de México, Puebla y Tlaxcala con alturas de alrededor de 2 mil 200 metros. Zacatecas y Pachuca de 2 mil 400 y Toluca a 2 mil 650, son ejemplos cercanos de ciudades donde se concentra una gran población.

La investigación realizada a estas elevaciones es escasa pero indica un impacto de la altitud en sus habitantes. El principal efcto de la altura es la disminución de la presión barométrica y como consecuencia de la concentración de moléculas de oxígeno por litro de aire. En relación al nivel del mar, la presión barométrica en la ciudad de México es del 77 por ciento, y a 5 mil 500 metros del 50 por ciento, lo que reduce la oxigenación de la sangre (hipoxemia).

Una de las compensaciones más eficientes es el incremento en el número y sobre todo en la profundidad de las respiraciones. Otra compensación, aunque menos útil, es el aumento en la producción de glóbulos rojos. Los pobladores de la ciudad de México, ventilan aproximadamente una cuarta parte más y tienen una concentración de hemoglobina 10 por ciento mayor, que los del nivel del mar. Estas compensaciones, reducen el impacto de la altitud, pero no lo eliminan. En jóvenes sanos a la altura de México, el nivel de oxigenación en la sangre está entre el 92 y el 94 por ciento (contra 97 por ciento a nivel del mar) y en México es mas frecuente que al dormir descienda del 90 por ciento. En la ciudad de México es esperable una reducción en la capacidad de realizar ejercicio, fenómeno observado en atletas desde los juegos olímpicos de México en 1968, donde los corredores de fondo incrementaron 5-10 por ciento sus tiempos en relación a los logrados a nivel del mar. Es pues claro que los habitantes sanos de la ciudad de México manifiestan respuestas fisiológicas a la falta de oxígeno cuyo impacto es poco conocido. Es posible que se estimule el crecimiento pulmonar durante la infancia, o que a lo largo de muchas generaciones de residencia en la altitud se mejoren los mecanismos de transporte y utilización de oxígeno en los tejidos, pero no lo sabemos con certeza. La estancia en alturas moderadas brinda una mejor tolerancia a la hipoxemia, cuando menos en algunas circunstancias. Por ejemplo, los habitanes de la ciudad de México tienen más probabilidades de llegar a la cima del Popocatépetl que los que lo intentan llegando del nivel del mar. Por otro lado, los pacientes con enfermedades respiratorias que viven en la ciudad de México son más susceptibles a tener una desoxigenación grave, que los deteriora con rapidez y los hace requerir oxígeno suplementario o mudarse al nivel del mar. La gran acumulación de población en la ciudad de México responde a muchas causas mas no necesariamente a lo propicio del ambiente, cuyo análisis se ha centrado desproporcionadamente en la contaminación del mismo. La altura también debe considerarse, por razón propia y además porque la hiperventilación de los pobladores, aumenta su exposición a los contaminantes aéreos y porque las combustiones incompletas, por la relativa falta de oxígeno, producen más emisiones.

Desde el punto de vista biológico, los humanos carecen de las mejores adaptaciones para permanecer en alturas elevadas ya que se desarrollaron en bajas alturas. La hazaña de subir el Everest (8 mil 850 metros) sin oxígeno es posible para muy pocos atletas de élite y siempre al borde del daño y de la muerte. La estancia a esas alturas extremas es posible por tiempos muy cortos y de hecho la permanencia a alturas mayores a 5 mil 500 metros es perjudicial. Aun más, de los oriundos de alturas mayores a 3 mil metros un grupo desarrolla después de años y en ausencia de enfermedad pulmonar, el llamado mal crónico de montaña o enfermedad de Monge. Esta enfermedad está caracterizada por falla cardiorespiratoria y una gran concentración de glóbulos rojos en la sangre y acorta la vida pero puede curarse bajando a las costas. Si ocurre un traslado rápido a una altura considerable se puede presentar el mal agudo de montaña, que puede ser mortal y se manifiesta habitualamente en una forma pulmonar o cerebral. Es factible que el mal de montaña, agudo y crónico, pueda presentarse ocasionalmente en personas expuestas a alturas moderadas como las de la ciudad de México. Por lo pronto es claro que la altura de la ciudad de México deteriora más rápido a los enfermos pulmonares mal oxigenados y que nos hace inhalar más profundo el aire de la ciudad.