Como advertía Bertolt Brecht, ``el viejo vientre inmundo sigue siendo fértil'' y, dado que la memoria tiende a desaparecer bajo el impacto del revisionismo histórico, siempre hay nazis en Europa entre los jóvenes marginales y desesperados. Sin embargo, estos movimien- tos neonazistas no deberían preocupar demasiado si los mismos no fuesen en realidad la punta de lanza de tendencias racistas y xenófobas masivas, que no tienen nostalgias por Hitler ni por el nacionalsocialismo ni recurren a su parafernalia, pero que son mucho más peligrosas que los grupos de cabezas rapadas, con sus uniformes de cuero negro, sus tachones de metal y todo el folclor tétrico de aquellas pequeñas bandas.
En efecto, cada vez que los neonazis pretenden conmemorar una fecha o un personaje del Tercer Reich sucede lo que aconteció en Dinamarca y en Alemania en este aniversario del suicidio de Rudolf Hess, el delfín de Hitler, y grandes manifestaciones juveniles de izquierda salen a aplastar el huevo de la serpiente antes de que pueda nacer el reptil. Desgraciadamente la lucha contra el racismo actual es mucho menor y constante aunque en Francia grandes manifestaciones apoyaron a los inmigrantes sin papeles, impidieron su expulsión masiva del país y rechazaron el racismo de la extrema derecha; y en Italia, el 13 del mes próximo, se realizará en Venecia una gran manifestación nacional contra el racismo y el separatismo.
El ``viejo vientre inmundo'' sigue pariendo monstruos, pues engendra xenofobia, racismo y rechazo brutal de los diversos (extranjeros, homosexuales, minorías nacionales o étnicas), no sólo en el norte de Europa, donde hubo partidos nazis que colaboraron con el ocupante alemán, sino incluso en el sur del Viejo Continente o en América misma, en sector- es que no pretenden ninguna continuidad con el hitlerismo. Ejemplos claros de este fenómeno perverso son la tortura y la violación de un refugiado haitiano en una comisaría neoyorquina; las violencias contra los inmigrantes mexicanos en Estados Unidos; la explotación de sordomudos mexicanos incluso en el extranjero por connacionales sin escrúpulos; el asesinato por el fuego de un líder indio en el Brasil a manos de jóvenes ricos que querían divertirse, o la propuesta de los proclamadamente antifascistas, pero separatistas y racistas, de la Liga Norte italiana de crear campos de concentración para cientos de miles de inmigrantes. La mundialización, al atacar la idea de solidaridad y de pertenencia a una sola especie humana y al intentar imponer como única norma, fijada por el mercado, la del egoísmo individualista, ha abierto en esta década el camino al chauvinismo, al particularismo regionalista, al racismo, a la violencia fundamentalista, a la limpieza étnica, y esa subcultura de masas ha penetrado muy profundamente incluso en países de vieja civilización.
¿Cómo combatir esta plaga? La escuela sin duda debe ser un bastión del antirracismo, pero igualmente se debe reprimir con todo el peso de la ley el racismo social enmascarado que difunden los medios de comunicación audiovisuales y, sobre todo, hay que educar en la democracia y en la igualdad de los seres humanos en la vida cotidiana, que es donde se forman las nuevas generaciones. Para que los monstruos no sigan amenazando nuestro futuro, es necesario por lo tanto y sobre todo crear lazos solidarios, combatir el individualismo y la idea de que la riqueza equivale a superioridad; construir intereses colectivos en la comunidad para formar ciudadanos, es decir, personas iguales en sus derechos y deberes, pero diferentes entre sí, unidas por un objetivo civilizatorio común.