La Jornada Semanal, 8 de agosto de 1997



¿FIN DEL PRESIDENCIALISMO?


Emilio Zeabadúa


La presidencia imperial, el nuevo libro del historiador Enrique Krauze, del que adelantamos un capítulo, se ha convertido en un acontecimiento editorial. En este ensayo, Emilio Zebadúa, consejero ciudadano del IFE y autor de Banqueros y revolucionarios: La soberanía financiera de México (1914-1929), se ocupa del retrato que Krauze hace de los presidentes mexicanos.



En su caracterización de la Presidencia, los presidentes y el presidencialismo, Enrique Krauze revela un aspecto personalísimo del uso y el abuso del poder, que poco o nada se conocía para el periodo moderno de México. Su libro, La Presidencia Imperial, Ascenso y caída del sistema político mexicano (1940-1996), se suma así a un breve elenco de obras que han sido hitos en la historia intelectual de la política nacional: como ensayo, "El estilo personal de gobernar", de Daniel Cosío Villegas; como novela, La sombra del caudillo, de Martín Luis Guzmán; como periodismo, Los presidentes, de Julio Scherer.

Puede anticiparse desde ahora que el impacto y la influencia del más reciente libro de Enrique Krauze sobre la cultura popular de un amplio número de lectores y ciudadanos será muy grande Ade hecho, se ha convertido en un bestseller inmediato. Incluso a los historiadores profesionales los obligará a reflexionar desde otra perspectiva sobre la vida y la obra de personajes del periodo contemporáneo. Krauze utiliza anécdotas precisas para crear un mural histórico de los presidentes modernos de México. En un lenguaje bello y fluido, las historias son colocadas juntas con la precisión de un rompecabezas. Cada uno de los presidentes es retratado mediante las características peculiares de su persona, su intelecto o su psicología, sin llegar nunca a la caricatura. De este modo, Krauze confirma que se ha convertido en un maestro de la biografía impresionista. A partir de ciertos detalles de la persona logra singularizar el "estilo de gobernar" del presidente en turno y, a partir de éste, proyecta una imagen del sistema político en su conjunto. De este modo, traslada rasgos del presidente al régimen, dotando de personalidad a un sistema que, en última instancia, es impersonal.

El libro de Krauze tiene la virtud de revalorizar varios episodios olvidados o relegados de la historia reciente (la salida de Vicente Lombardo Toledano de la CTM, la muerte de Maximino Avila Camacho, el fallido intento de reelección de Miguel Alemán, las relaciones de Lázaro Cárdenas con los presidentes que lo sucedieron). Episodios que son cruciales para entender la permanencia y fortaleza del sistema político, pues demuestran la enorme capacidad que tuvo durante casi cincuenta años para adecuarse a condiciones cambiantes, casi siempre manteniendo las diferencias entre sus miembros al interior del régimen, y la solución de los conflictos en privado. Uno de los principales atributos del sistema fue, además, el de poder "moderar" sus propios excesos. Por ello, cuando dejó de tener esta capacidad --a partir de 1968, según Krauze-- comenzó la declinación del régimen: "Las sociedades más diversas y las estructuras más autoritarias descubren, sobre todo en momentos de crisis, que el progreso político es un fin en sí mismo [...] La falta de límites a la silla presidencial había llegado a sus límites y el 'tigre' comenzaba a despertar."

A partir de 1968, se entrelazan en el libro las radiografías individuales de cada uno de los sexenios con la tesis histórica de la obra de Enrique Krauze: la democracia como deus ex machina, la que se supone determina el ritmo y la dirección del cambio histórico en el país. Pero ¿cuáles son los motivos específicos y las causas para que se haya efectuado dicho cambio democrático? ¿Proviene de abajo, de los movimientos sociales, de la lucha obrera o de la protesta estudiantil? ¿O bien, de alguno de los flancos del régimen: la izquierda o la derecha?

Krauze incluye todas estas posibilidades y les reserva un lugar en la historia de cada uno de los sexenios, pero no les atribuye a ninguno de estos fenómenos el impulso fundamental del cambio. Más bien, Krauze recurre a través de los sexenios a las voces de Lázaro Cárdenas, Octavio Paz y Daniel Cosío Villegas, quienes, con distinto grado de cercanía y distancia de los regímenes posrevolucionarios, mantuvieron una posición crítica sobre los excesos del presidencialismo y los "desvíos de la Revolución". Con ello quiere demostrar que la democracia sobrevivió la Edad Media del autoritarismo en México (aunque fuera principalmente a través del pensamiento de sus ciudadanos más ilustrados) para, al fin, aflorar masivamente en una opinión pública harta del régimen dominante. Fue entonces que la población "descubrió el valor del voto".

¿Cuál es la historia temporal del régimen? ¿Cuándo surgió? La periodización de Krauze hace pensar que fue en 1940, al principio del sexenio de Manuel Avila Camacho. Así lo señala explícitamente en el capítulo respectivo, "El presidente caballero", pero en el resto del libro se refiere por lo general no a este sexenio sino al siguiente, al de Miguel Alemán Valdés (1946-1952). "En 1940 el orden revolucionario construido por Calles, Cárdenas y sus respectivas generaciones, alcanzó un nuevo límite. Todos los rasgos de la antigua cultura política mexicana --teocrática, tutelar, misional, orgánica, corporativa, estética, patrimonialista-- se habían actualizado en un edificio institucional que anudaba creativamente estas corrientes tradicionales con la legitimidad carismática de los caudillos revolucionarios [...] A partir de 1946 la teatralidad tomó un nuevo rumbo. Hasta entonces, la Revolución había sido un proceso errado y errático muchas veces, pero genuino y deliberado: una historia escrita por los mexicanos. Con Alemán se transformó en una empresa político-teatral, en un acto permanente de simulación colectiva."

Es posible, pues, que el gobierno de Avila Camacho haya representado en su momento una "transición" entre el activismo social del cardenismo y el activismo empresarial del alemanismo. Y que en ese periodo, la Revolución haya optado por un diseño sui generis: "un arbitrio histórico tan corrupto y perverso como eficaz y original; el sistema político mexicano coronado por una presidencia imperial".

¿Qué lugar ocupa en este sistema el presidente de la República o los distintos presidentes de la República? Según Krauze, el error de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994) fue haber aspirado a ser "el dueño del sistema político mexicano"; pero ¿qué acaso no fue esto lo que hicieron o representaron los distintos presidentes a lo largo de toda la historia del libro? Su propio título lo sugiere.

La historia, o series de historias, que contiene La Presidencia Imperial no sólo tienen que ver con la Presidencia o los presidentes; el subtítulo de la obra de Krauze propone algo más: el ascenso y la caída del sistema político mexicano. Y establece un marco temporal muy específico y particular para este fenómeno --del año de 1940 al de 1996. En ese lapso, según el autor, se desarrollaron las bases del andamiaje político-institucional que rigió (¿rige?) la vida política del país en su etapa moderna, y cuyo centro o eje principal, la figura y la persona del presidente de la República, caracterizó el ascenso y la caída del sistema.

Sin embargo, por encima de todo el libro de Enrique Krauze es un libro sobre la actualidad porque, probablemente, así va a ser leído por el gran público. El libro concluye en el año de 1996, por ninguna razón en particular; pudo haber terminado en diciembre de 1994 si hubiese estado estructurado a partir de los ciclos y crisis económicas que sufre el país, o el 1¼ de enero del mismo año si la historia hubiese estado montada sobre la vertienteÊdel conflicto entre modernidad y tradición en el cambio histórico, o el 6 de julio pasado si todo girara en torno a la democracia electoral. También, Krauze pudo haber esperado a concluirlo hasta el final del sexenio de Ernesto Zedillo (en el año 2000), si la tesis central fuera que éste está destinado a ser el último de los presidentes del régimen que surgió en los años cuarenta. Pero esto sólo está expresado de manera vaga.

¿Cuándo llegó a su fin el viejo régimen (si es que esto ya sucedió)? La respuesta de Krauze no es concluyente. No se adentra en el sexenio del presidente Zedillo; a lo más, sugiere que su elección ya pertenece a una época distinta, posterior a la del sistema en pleno funcionamiento: "Los mexicanos acudieron a las urnas en agosto de 1994 y dieron su preferencia mayoritaria a Ernesto Zedillo, el candidato del PRI, pero se trataba claramente de un voto en contra de la violencia, no en favor del sistema. El país quedó en vilo, con el pasado a cuestas, sin certeza sobre el futuro."

El que un presidente priísta haya considerado en público, como ya lo ha hecho Zedillo, que su sucesor puede provenir de un partido de oposición, subraya la oportunidad del libro de Krauze: la(s) historia(s) que narra en La Presidencia Imperial sirve(n) de trasfondo para anunciar el fin de una época, de un estilo de gobernar. La disección del poder presidencial que hace es fundamental para comprender la transformación del sistema político en los últimos cincuenta años. La Presidencia ha ido sufriendo el menoscabo gradual de su poder; todas las razones de este proceso no se encuentran en el libro de Krauze, pero sí en el papel que en dicho deterioro político han tenido los propios presidentes. En sus palabras: "Visto desde la perspectiva de Tlatelolco, parecía la crónica de un desenlace anunciado: Díaz Ordaz había recurrido al asesinato en Tlatelolco; Echeverría había destruidoÊla estabilidad económica; López Portillo había endeudado al país; De la Madrid había perdido oportunidades de oro; Salinas de Gortari, el mayor reformador económico del país desde tiempos de Calles, creyó que a fines del siglo XX, y en un mundo libre y democrático, los mexicanos podían seguir gobernados por un régimen de tutela colonial..."

El presidente de la República ya no es "el gran tlatoani". Pero quizá nunca lo fue. Esta es una de las grandes paradojas del libro de Krauze, que, al intentar mostrar el enorme poder que se ha concentrado en la Presidencia, también pone en evidencia los límites del voluntarismo presidencial. No todo lo que quieren lo obtienen, y lo que obtienen no es siempre lo que deseaban. El fin trágico de prácticamente todos ellos es por eso muy simbólico. Los presidentes, demuestra Krauze, no pudieron conservar su salud (López Mateos), domar las fuerzas de la economía (De la Madrid), escribir la historia (Díaz Ordaz) o, incluso, seleccionar al sucesor de su preferencia personal (Cárdenas o Salinas de Gortari).

Lo que lleva a preguntarse por qué, curiosamente, la gran crisis recurrente del sistema --la sucesión presidencial-- no recibe el tratamiento que ameritaría en un libro sobre la Presidencia. Krauze no ignora algunos de los incidentes sociales (huelga de los ferrocarrileros, movimiento estudiantil) y a varios personajes que, sin haber logrado llegar a la silla presidencial (Maximino Avila Camacho, Carlos Madrazo) inciden sobre la sucesión, pero no profundiza en la lucha que cada fin de sexenio se desata entre los principales grupos del sistema.

Enrique Krauze es un historiador serio y responsable que comparte con los lectores no sólo las fuentes a las que recurrió y tuvo acceso, sino una explicación sobre ellas. Reconoce los límites y las ventajas de las mismas, y le da crédito al grupo de investigadores que colaboró en realizar una serie impresionante de entrevistas con los personajes de la época. Todo esto no impide que, como consecuencia, la existencia o calidad diversa de las fuentes produzca un tratamiento desigual de los personajes, favoreciendo algunas biografías sobre otras: como las de Manuel Avila Camacho y Adolfo Ruiz Cortines, gracias a la existencia de las memorias de Gonzalo N. Santos, o la de Gustavo Díaz Ordaz, gracias al diario que su familia proporcionó al autor. Y, en cambio, la biografía de Miguel de la Madrid o la de Ernesto Zedillo --por tratarse de presidentes más recientes-- no son tratadas de manera tan exhaustiva.

De hecho, a partir de la Presidencia de Luis Echeverría, los capítulos se vuelven más breves y menos analíticos. El hilo conductor --la biografía política de los presidentes-- se mezcla, desde esa fecha, con un análisis de la política económica y sus vicisitudes durante los siguientes veinte o veinticinco años de crisis cíclicas. Krauze nos advierte que desde 1970 la narración se vuelve testimonial, aviso honesto y útil en la medida en que implica un reconocimiento de las dificultades que existen (como historiador u observador) para explicar la declinación del régimen político en esta última etapa. De hecho, las causas por las que fracasó el proyecto de la post-Revolución, según Krauze, se deben a varios factores, no todos ellos compatibles entre sí: el fracaso del "populismo", el exceso del poder, el despilfarro de la autoridad, la cerrazón del sistema, la ambición desmedida. Lo que sí es cierto es que, en los últimos veinticinco años, la mezcla de crisis económicas y falta de democracia ha resultado mortal para el régimen.

La conclusión de Krauze parece ser la siguiente: "la presidencia imperial" ha llegado (o está próxima) a su fin por una combinación de errores políticos, incapacidad del sistema para reformarse y circunstancias económicas --internas y externas-- adversas. Como ya adelantaba Daniel Cosío Villegas en 1947, en su ensayo "La crisis de México": los días del sistema estuvieron contados cuando éste se reveló incapaz de realizar las tres metas de la Revolución Mexicana: el establecimiento pleno de la democracia como forma de gobierno y conjunto de reglas de convivencia política; la disminución de las desigualdades económicas y sociales que tradicionalmente han caracterizado al país, pero que debido a las crisis se han exacerbado; y la consolidación efectiva de la nacionalidad mexicana, principalmente frente a los Estados Unidos. Por todo esto el texto de Enrique Krauze es tan oportuno, y el de don Daniel Cosío Villegas sigue siendo tan actual.