La Jornada Semanal, 8 de agosto de 1997
Horacio Quiroga (Salto, Uruguay, 1878-1937) es célebre por sus Cuentos de amor, de locura y de muerte. Ofrecemos su versión de las caprichosas alzas y bajas del mercado editorial.
Desde mucho tiempo atrás hemos pensado en la utilidad que a las bellas letras reportaría la bolsa de valores literarios. Personas bien informadas nos aseguran que su instauración es un hecho. No podemos sino congratularnos de un tal acontecimiento,Êque iniciará una nueva era en nuestro mundo del arte. Las crecientes necesidades, en efecto, de diarios, revistas y casas editoras, las viejas e ineludibles leyes de la oferta y la demanda, propician urgentemente esta institución, cuyos favores saltan a los ojos de los más ciegos.
Bien sabido es cuán duras y escabrosas, cuán lentas, difíciles y reticentes se tornan las relaciones entre los directores de revistas y los hombres de letras, apenas se toca el tema de la retribución, como se estila en algunos órganos, o simplemente pago, como se estila en otros.
Ambas palabras expresan lo mismo, por decoroso y halagador que sea para los artistas el matiz que las distingue. Hay escritores de genio vivo, fantasía exagerada y orgullo manifiesto desde el instante de pisar la dirección. A éstos se les retribuye su trabajo. Hay otros, más tranquilos, de mirar y hablar saludables, que tienden sus poemas como quien ofrece una mercancía. A éstos se les paga. Y como a aquéllos, bien o mal, según el punto de vista con que se mire.Los directores, simples mortales a su vez, poseen ideas fantásticas oÊbonachonas sobre sus clientes. De aquí que las relaciones entre unos y otros, fatalmente económicas, se desenvuelvan en un ambiente malsano para las actividades del arte. La Bolsa de Valores Literarios, que ocupa nuestra atención, suprimiría éste y otros inconvenientes del actual mercado.
Mercado... Pasemos la palabra. Hay en efecto en estas artísticas transacciones un aspecto pobre y vulgar de permuta, un neto y concienzudo intercambio de valores que afirma la expresión apuntada.
Rosas por dinero... Poemas por deleznables billetes de banco... ¡Ay! El trueque no es menos forzoso ni menos urgente por lo común. Ciertos escritores --es verdad, muy pocos-- gozan ante la vida diaria de tales privilegios que ignoran estas pueriles necesidades. La torre de marfil no es un mito, aunque el material de la torre varíe...
Para el resto de los hombres de letras, los comprendidos en el nombre genérico de , la palabra mercado no ofrece otra sorpresa que la ya desvanecida del primer ensueño de marfil. Comprendido, pues, nuestro pensamiento, proponemos a los escritores del país la creación de un mercado oficial de la literatura, de acuerdo con las siguientes bases:
1. Créase la Bolsa de Valores Literarios, con el objeto de facilitar la colocación de los productos artísticos en venta.
2. La Bolsa es el único mercado literario. Ella exclusivamente cotiza los artículos poéticos y prosaicos del ingenio nacional, y a ella deben acudir los editores y directores para adquirir los derechos de publicación e inserción.
3. La Bolsa cotiza los valores una vez por semana. Saltan a la vista las incalculables ventajas de este sistema. No habrá ya colaboradores altivos ni directores bonachones. Las redacciones quedarán desiertas, y los hombres de letras no se verán forzados a sonreír sino cuando mediten temas humorísticos.
Cada autor apreciará, el día de la cotización, el valor exacto de su trabajo, y esto le proporcionará goces inefables. Podrá contemplar, desde su butaca de la Bolsa, el ceño fruncido de los directores de revistas disputándose sus poemas a golpes de billete de banco, con el infierno dentro del alma. Gozará del divino deleite de ver despreciados y por el suelo los valores del poeta rival. Llegará por primera vez en su vida con el pecho alto a casa de su novia, donde con voz emocionada leerá las cotizaciones literarias del periódico:
"Valores X.- Primera rueda, hasta las 16.45, $50 el poema. Segunda rueda $175."
Delicias como ésta, pocas conocemos. Las cotizaciones tendrán lugar, como hemos dicho, una vez por semana. Podrá haber, naturalmente, corredores de bolsa que pregonarán los valores de su preferencia, y otros corredores que comprarán por cuenta de las empresas. Y esto con las voces súbitas y airadas, particulares de la bolsa de comercio y las de menor cuantía. Pero los escritores animosos --casi todos-- serán siempre los que pregonen directamente sus trabajos, al tenor del siguiente reclamo:
--¡Vendo "Hugo"! (supongamos). ¡"Hugo", último poema!
--¿Cuánto?
--Treinta pesos.
--Compro.
La demanda de ciertos valores sobrepasará a su oferta. Algunas novelas cortas se venderán a un precio superior en dos y tres veces a aquel en que fue ofrecido, y por otras no habrá quien dé cinco pesos. Estas alternativas constituirán, como bien se comprende, la delicia de los escritores.
Recordando, pues, que los trabajos literarios serán casi siempre ofrecidos directamente por sus autores, cabe admirar la trascendencia y el chic de estas cotizaciones semanales, que fijarán inconclusamente el valer, el valor de la renta cerebral de nuestros hombres de letras.
La entrada a la Bolsa será libre. Los profanos podrán asistir a ella, e igualmente las madres y hermanitas de los escritores, para quienes se reservarán asientos de preferencia. Puede asimismo organizarse un Mercado a Término, reservado naturalmente a los novelistas largos, tomando por base las "obras en preparación" que propician generalmente la primera página de la novela. Los autores, con la agresiva voz peculiar en estos casos, gritarán:
--¡Novela, vendo! ¡A entregar en octubre!
--¿Título?
--¡No lo tiene todavía!
--¿Páginas?
--¡Trescientas noventa!
Con lo cual, los editores proseguirán hablando entre ellos como si fueran sordos de nacimiento.
Infinitos son los sectores hábiles de una Bolsa como la que nos ocupa. Creemos haber enunciado algunos, y no de los menos útiles. Mencionaremos, sin embargo, antes de concluir este esbozo, uno de los fenómenos posibles que, por caracterizar a las Bolsas de Finanzas, no podemos dejar en el olvido: el crack. Los cracks literarios tendrán lugar cuando los valores de un novelista, un poeta, caigan por el suelo, sin causa ostensible que la haga prever. No contamos así los casos de crack editorial en la Bolsa de Término, por defunción de un autor que había vendido magníficamente sus diez o doce novelas en preparación, pregonadas en su último libro. Ni tampoco el otro crack, eventual y contagioso a la par, que sobreviene cuando un autor es acusado de plagio.
El crack a que aludimos, el crack eminentemente literario, se produce cuando un autor en baja compra a la sordina sus propios valores para levantarlos. El efecto se adivina con una simple ojeada a las cotizaciones del día:
"Valores X.- Hasta la última rueda de ayer: $ 27.90 por cuento. Primera rueda
de hoy: $ 200. --ltima rueda: ¡$ 450!"
Ante la tremenda angustia de ver adquiridos por una empresa rival los valores X, los editores compran. Compran cuantos relatos del autor se lanzan al mercado. Y evitado el pánico, respiran por fin.
Pero el pánico recibe otro nombre cuando los famosos cuentos aparecen desnudillos en letra impresa a lucir su altísima cotización. Dios los perdone. Son los mismos cuentos de antes, las mismas novelitas a $ 27.90...
Las consecuencias se adivinan también, como adivinamos el efecto.
Durante meses y meses, toda vez que un autor --el más serio, grave, respetado y respetable de nuestros escritores-- ofrezca su poema, cuento o novela, los editores, sentados en fila, tan serios como aquél, responderán, mirándolo fija e imperturbablemente:
"Pesos, 27.90"...