La Jornada 10 de agosto de 1997

MAR DE HISTORIAS Ť Cristina Pacheco
Vestido de novia

Para César Güemes

María está inclinada sobre la máquina. La pantalla luminosa del televisor hace relucir la funda de plástico que protege a un vestido de novia colgado en la pared. Van a dar las seis de la tarde. Junto con la música de los comerciales se oyen cinco timbrazos. María no se altera: sabe que anuncian el regreso de su hijo Daniel.

-No sé para qué demonios tocas si traes llave -María se vuelve y observa a su hijo-. ¿Y la caja?

-No la traje porque no sabía si ibas a quererla: está muy grandota y es de jabón-. Daniel se limpia los tenis enlodados en la jerga extendida junto a la puerta.

-Y eso, ¿qué le hace? A mí qué me importa si la caja es de jabón o de aceite o de lo que sea. ¿No te avisé que la necesitaba con urgencia? Si no, ¿crees que te hubiera mandado a buscarla? -María termina la frase en un tono tan alto que estremece a Daniel y sorprende a Sergio, su marido.

-Vengo llegando y lo primero que oigo son tus gritos. ¿Qué pasa? -Como no obtiene respuesta de su mujer, Sergio se dirige a Daniel-: ¿Hiciste enojar a tu madre?

Daniel no responde. Sale huyendo y no se detiene, ni siquiera cuando oye las advertencias que en boca de su madre suenan como amenaza-: ``Tienes cuidado al atravesar la calle y te fijas en que la caja no esté rota''.

-¿Adónde va ese niño? -Sergio hace una breve pausa y luego pregunta de nuevo-: ¿Y Hermelinda?

-Se fue a ensayar el vals -Con desgano, María abandona la máquina y se dirige a la cocina-. ¿Quieres comer?

Al oír el tono áspero de su esposa, Sergio arroja el periódico empapado de lluvia.

-Yo puedo calentarme mi comida después porque ya se me quitó el hambre.

-Van a dar las seis -María coloca los platos sobre la mesa-. Te fuiste sin desayunar, acuérdate.

-Es que de verte así...

-¿Así? ¿Cómo? ¿Qué dije, qué hice de malo, qué te molestó? -Apenas termina la frase, María se cubre la boca con las manos.

-¿Vas a llorar de nuevo? -Sergio disimula su impaciencia- ¿Por qué estás así?

-No lo sé, te juro que no sé lo que me pasa -responde María dando vueltas hasta que al fin se refugia en los brazos de su marido-. Perdóname, no me hagas caso, ya voy a estar bien.

-¿Es por tu vestido? -Sergio aparta suavemente a María y la obliga a mirarlo-. Si tanto te duele, no lo vendemos. Yo veré cómo le hago para conseguir el dinero y si no, pues no hacemos fiesta y ya. Que Hermelinda se conforme con su misa...

-La pobre tiene tanta ilusión...

-... y luego le hacemos su baile.

-¿Luego? ¿Cuándo? -María se frota las manos angustiada- Esto no puede aplazarse. Una sola vez en la vida se cumplen quince años.

-Por favor, no vuelvas con lo mismo -Sergio se mesa el cabello-. Te juro que estoy haciendo lo posible por conseguir el dinero para que no tengamos que vender tu vestido de novia.

-¿Hablaste con Armando? -María hace la pregunta mientras se dirige a la cocina.

-Sí. El méndigo me salió con que volviera dentro de dos semanas.

-¿Dos semanas? ¿Ya para qué? El chiste es que te lo preste ahorita, cuando lo necesitamos -María enciende una hornilla.

-¿Te digo una cosa? Por favor ya no vuelvas a pedirle frías a ese desgraciado. Puedo empeñar la máquina.

-Vieja, por Dios, ¿cuánto crees que nos darán?

-Poquito. Pero con eso y con lo que me van a dar por mi vestido... -Antes de que la emoción la ahogue, María cambia de tema-. Ya está caliente el arroz.

-Guárdamelo para la noche... -Sergio intenta sonreír-. Lo siento, no tengo hambre.

-Si no ibas a comer, ¿por qué me hiciste que calentara la comida? -María retira la cazuela de la hornilla en el preciso instante en que se escuchan los cinco timbrazos- ¡Qué niño este! Ya le dije que no toque así... Ahorita me las paga.

-Oye, no te desquites con él -Sergio se encamina a la puerta y le da la bienvenida a su hijo, que aparece arrastrando una inmensa caja de cartón.

-¿Cuánto te costó? -le pregunta María con aspereza.

-Nada. Doña Jose me la regaló -Satisfecho, sonriente, el niño pregunta-: ¿La dejo aquí o la llevo al cuarto.

-¡Qué pregunta! ¿Cómo vas a dejarla aquí? Métela en mi pieza -María vuelve a la cocina y murmura, acompañada por el chorro del agua-: Todos los hombres son iguales. Si no se les dice qué hacer nunca se les ocurre nada.

II

Sergio contiene la respiración cuando advierte que María abandona el lecho conyugal y sale del cuarto; inmóvil, la oye tropezar en la oscuridad y desde la cama le grita:

-¿Adónde vas?

-A tomar agua. Duérmete.

La respuesta de María no satisface a Sergio: descalzo, de puntitas, llega hasta la puerta de la habitación y desde allí observa a su esposa descolgar el vestido de novia y sobreponérselo, como si estuviera midiéndoselo frente a un espejo. La escena le despierta una inmensa ternura y ésta desborda su silencio:

-El día en que nos casamos estabas preciosa.

-¿Crees que me quede? -Con la cabeza graciosamente ladeada, María espera la respuesta.

-Pues claro. Mídetelo.

Sonriendo en la oscuridad, María retira la funda de plástico que cubre la prenda. El contacto con el tul crujiente la hace retroceder dieciséis años de su vida. Los recuerdos se le agolpan en la cabeza, en la garganta y al fin se transforman en un gemido suave.

-¿Qué pasa: estás llorando?

-No. ¿Por qué iba a llorar? -Antes de que Sergio encienda la luz, María enjuga las lágrimas que corren por sus mejillas y adopta un aire impersonal- Mañana viene Luisa por el vestido. No podemos meterlo en la caja así nada más. Voy a envolverlo en un papel de china.

Sergio ve a su mujer encaminarse al mueble donde guarda documentos, recetas, novenas, recibos, fotos y los trabajos escolares de sus hijos.

-¿Envolverás el vestido ahorita? ¡Estás loca! Van a dar las cuatro. Lo haces mañana. Vamos a dormir.

-Quiero envolverlo de una vez -María forra la mesa del comedor con los papeles. Luego extiende sobre ellos el vestido. Absorta en su tarea, apenas escucha a Sergio.

-No es necesario que te deshagas de él. Además, no tenemos obligación de hacerle un baile a Hermelinda sólo porque cumplirá quince años -Al ver que María sigue inmutable, Sergio insiste-: Haremos la fiesta después, cuando se pueda...

-Cuando la niña cumpla cincuenta años, ¿no? -María observa el vestido que, en la semioscuridad, parece un cuerpo amortajado-. Ya para entonces tú y yo no viviremos.

-¿Por qué tienes que pensar en eso ahorita?

-No lo sé -María introduce los dedos por el puño del vestido adornado de encajes-. Espero que Luisa llegue a ser tan feliz en su matrimonio como yo lo he sido.

No te creo. Siempre estás llorando -Sergio se desploma en un sillón-. Ahora que tienes motivo para estar siempre triste, no he logrado darte nada, ni siquiera para hacerle su fiesta de quince años a nuestra hija.

-Se la haremos. Con lo de la máquina y con lo del vestido... -María percibe de pronto el inmenso abatimiento de Sergio y se apresura a fingir optimismo-. Además, como tú dices, nadie se ha muerto por no tener baile de quince años. Y ni creas que me preocupa tanto.

-¿Entonces por qué lloras? -Sergio mira a su mujer para obligarla a responderle. María intenta sonreír pero luego, vencida por los recuerdos, se desahoga:

-Porque recordé una cosa: cuando iba a casarme, como a mi papá no le alcanzaba para comprarme el traje de novia, tuvimos que vender mi vestido de quince años -Sacudida por el llanto y la risa, María concluye-: Para uno de pobre, la vida siempre es igual.