En nuestros días, los enervantes -además de continuar siendo una mercancía muy perseguida, tanto por traficantes en busca de ganancia, como por consumidores en busca de placer o de calmar su angustia-, están desempeñando una nueva función.
En muchos países de nuestro mundo globalizado de fin de milenio se practica, cada vez con mayor alcance, la actividad hoy conocida como lavado de dinero, que según versión de algunos periódicos estadunidenses llega, en nuestro país, a unos 11 mil millones de dólares por año.
Debemos reconocer que aunque el arte de ocultar, disimular o esconder riquezas malhabidas no tiene nada de nuevo, la reciente forma del lavado de dinero, practicada con todos los adelantos de la técnica de lo ilícito y con todo el virtuosismo de la especulación mercantil, nos lleva al momento de proclamar que esa novedosa técnica ha logrado conjuntar, en este pobre México, a salinistas con traficantes de drogas, a destacados abogados como El jefe Diego con dueños de medios de comunicación de primera, a distinguidos miembros del Ejército, como Jesús Gutiérrez Rebollo, e insignes banqueros e industriales, financieros y directivos sindicales, todos los cuales se han visto obligados a utilizar, en forma simultánea, los diversos métodos de lavado, de ocultación, desde el tradicional de las cuentas secretas en bancos suizos, hasta la adquisición de grandes fincas urbanas o la compra de fabulosos paquetes de valores bursátiles, aquí o en Nueva York, o inclusive la obtención de títulos de concesiones de servicios públicos que limpian y hasta dignifican las inversiones hechas con recursos mal habidos, provenientes del narcotráfico o del ejercicio corrupto de las funciones públicas.
Parece una meridiana afirmación la de que, si de verdad queremos limpiar la ciénaga en que hoy vivimos, debemos combatir denodada y conjuntamente la corrupción de los funcionarios públicos y sus adlátares, el narcotráfico de afuera y de adentro y el lavado de dinero. Las tres actividades están tan íntimamente ligadas entre sí que a estas alturas cuesta trabajo distinguirlas y separar a sus practicantes.
Mientras la acción persecutoria de nuestros órganos del poder público se materialice en valerosas razzias en colonias medianas contra delincuentes de ínfima categoría, en conservar en reclusorios a procesados junto con muchísimos presos políticos o de opinión y con miles de campesinos inconformes y desesperados, y nuestras fuerzas armadas se dediquen a proteger las mansiones presidenciales y las guaridas de los ex presidentes, o a castigar y golpear a los estudiantes inconformes y a los vendedores informales, nada sustancial habremos de levantar para combatir esa triple arma envenenada contra la sociedad mexicana, que cuenta con los tres dientes de la impune corrupción política de marca salinista, el narcotráfico globalizador con aristas militares y el lavado de dinero, adornado con virtuosismo bancario, financiero, especulativo y prestamista.