Seguramente nuestros antepasados provenientes de zonas pantanosas no pensaron que, al establecer en los islotes que emergían de los cinco bellos lagos sobre los que edificaron --mediante el ingenioso sistema de chinampas-- una urbe única en el mundo por su dimensión y belleza, padecerían a lo largo de su historia múltiples inundaciones.
Esto llevó a que Netzahualcóyotl, el sabio rey de Texcoco, diseñara y dirigiera la construcción de un albarradón de más de 12 kilómetros de longitud y cuatro metros de ancho, que además de proteger de la invasión de las aguas, separó las saladas del lago de Texcoco, de las dulces de los otros. Esta gran obra fue destrozada en varios tramos por los españoles, para que cruzaran sus bergantines cuando tomaron la grandiosa México-Tenochtitlan.
Como ya hemos comentado, luego de la conquista se abocaron a tapar acequias y canales para hacer calles que necesitaban los caballos y las carretas. Esto alteró gravemente el equilibrio ecológico y las inundaciones se hicieron más severas y frecuentes, hasta la terrible de 1629, que mantuvo anegada la ciudad durante cinco años.
Tras esta experiencia vinieron varias obras, entre las que destaca la de Enrico Martínez, quien utilizó un trabajo prehispánico en la zona de Nochistongo, abriendo un túnel fracasado que después se volvió tajo; increíblemente aún se utiliza.
Este problema de invasión de las aguas continuó hasta nuestro siglo; todavía hace 30 años era normal, en la época de lluvias, que el centro histórico y zonas aledañas quedaran bajo las aguas varios días. Aún sucede en algunas partes de la ciudad, afortunadamente con poca frecuencia, y pronto ya no pasará gracias a una obra impresionante en todos sentidos: el Sistema de Drenaje Profundo.
Este tiene su antecedente en otro trabajo, que en su tiempo fue impactante: El Gran Canal del Desagüe y el primer túnel de Tequisquiac. De esto escribió con admiración, a fines del siglo pasado, la excelente escritora cubana Aurelia Castillo de González, a raíz de una visita que hizo a nuestro país en su carácter de corresponsal de uno de los principales diarios de la isla. Sus crónicas se publicaron recientemente, con el título de Cartas de México, por iniciativa de ese amante y salvador de buenas letras perdidas que es don Pablo García Cisneros, quien nos adentra en el tema con un magnífico prólogo.
La obra que tanto impresionó a la periodista --quien había estado innumerables veces en Europa y Estados Unidos-- es cosa de niños junto al drenaje profundo, indispensable por el hundimiento que ha padecido la capital, que hace que haya perdido el desnivel natural que permitía sacar por gravedad las aguas negras y pluviales; ahora se regresan y se requiere bombearlas. Esto llevó a los talentosos ingenieros mexicanos a diseñar un sistema sin parangón en el mundo.
Entre la multitud de problemas que enfrentaron, uno de los principales es la diferencia de suelos que deben perforarse --que van de roca sólida a lodo, como vestigio vivo de su origen lacustre--, lo que plantea un reto ingenieril inédito. La obra se inició en 1967 utilizando la tecnología convencional de la minería, pero también se idearon nuevos sistemas, como lumbreras flotadas y la perforación de túneles con escudos y aire comprimido. Tales técnicas al paso de los años se han ido innovando, como la invención de las lumbreras presurizadas para iniciar la excavación de túneles en suelos blandos.
La enorme dificultad de excavar en esos suelos llevó al Comité Técnico a diseñar --basado en la experiencia de los primeros trabajos-- una máquina excavadora capaz de perforar con rapidez y seguridad las arcillas blandas del subsuelo de la ciudad de México. Esta se construyó en Japón, y consiste en un enorme ``escudo'' presurizado que avanza como un coloso impulsado por 24 gatos hidráulicos, abriendo las pesadas tierras mojadas, desalojándolas y permitiendo la instalación del recubrimiento de concreto que sostendrá el imponente túnel que desaloja las aguas que tanto daño hacen a nuestra ciudad, a pesar de sernos tan indispensables.
Una visita a estas magnas labores permite apreciar la extraordinaria capacidad de los técnicos mexicanos y el gran esfuerzo que han hecho los gobiernos capitalinos para llevar a cabo estas obras costosas, difíciles y que no se pueden ver, pero sin las cuales sería imposible la vida en esta ciudad gigantesca.
Como homenaje a todos ellos y a los japoneses que hicieron el ``escudo'', hay que ir a degustar un sashimi, sushis variaditos y un rico tempura en Sushi Itto, que recientemente abrió sus puertas en la hermosa calle de Gante número 1, en donde pronto esperamos volver a ver mesas afuera de los restaurantes, dando vida y alegría a esa importante vía peatonal.