Eduardo Montes
¿Democracia sin contenidos?

Existe un amplio consenso, casi unanimidad, sobre la importancia del avance democrático alcanzado con el reciente proceso electoral, cuya culminación fueron los comicios del 6 de julio. Fue estación de llegada de varios decenios de lucha del pueblo mexicano por la plena vigencia de sus derechos democráticos, y punto de partida de un proceso complejo y difícil de desarrollo de la democracia y de cambios en el rumbo de la economía, para avanzar a la justicia social, sin la cual, en nuestro país, la democracia misma pierde importancia, no tiene sentido.

Pero más allá del consenso sobre el progreso democrático del 6 de julio --descontando las graves irregularidades en Tabasco, Campeche, Puebla, Chiapas--, hay divergencias de fondo sobre el significado y alcances de la votación de ese día. El Presidente de la República, que apostó todo a la victoria del PRI para mantener el control mayoritario de la Cámara de Diputados, perdió. Pero al mal tiempo le puso buena cara y pretende reducir la significación de las elecciones sólo a la implantación de la ``normalidad democrática''. Nada más.

Si se trata del rumbo económico, enfoque semejante tienen las cúpulas empresariales y el gobierno de Estados Unidos, cuya intromisión en los asuntos internos del país es cada día mayor. En varios momentos después del 6 de julio, el presidente Zedillo ha afirmado categórico que no habrá poder humano ni divino que lo haga cambiar la actual política económica. El señor Lawrence Summers, subsecretario del Tesoro de Estados Unidos, vino a México a reafirmar la línea presidencial, y para los jefes de los grandes grupos económicos el cambio de política económica es un asunto fuera de discusión. No admiten en lo absoluto que el voto de las y los ciudadanos mayoritariamente en favor de los partidos de oposición debe entenderse como una exigencia de cambios, en la economía especialmente.

Aparte fraudes, control gubernamental de los procesos electorales e inequidades, cada seis o tres años se renovaban las ilusiones en el partido oficial. Pero en julio cambió la actitud de la mayoría de los ciudadanos, lo que es insensato menospreciar: 60 por ciento de los electores manifestó con su voto el rechazo a la conducción priísta del país, a la hegemonía del partido oficial, a la idea de que sólo existe un camino, el trazado por el bloque económico y político en el poder. El sentido del voto opositor en general fue claro en favor de cambios, sobre todo la votación favorable a la izquierda representada por el PRD. Aunque en su interior coexisten diversas tendencias (no me refiero a los grupos de interés), los dirigentes más influyentes de este partido han tomado distancia del modelo económico oficial; su programa económico no es una propuesta de cambio radical del modelo neoliberal (esa propuesta alternativa no existe todavía, no la ha elaborado la izquierda), pero sí propone reformas duras para reorientar la economía nacional en beneficio de las mayorías golpeadas duramente por las crisis recurrentes y los ajustes neoliberales. Por eso y por la influencia de la recuperación de la izquierda en el mundo tras varios años de dramático reflujo, el PRD dio un salto y se convirtió ya en un factor fundamental en la vida política nacional.

También es un hecho que la oposición no es homogénea. En cuestiones esenciales de la economía, el PAN tiene más coincidencias con el PRI y menos con el PRD. Esto le da al partido oficial un considerable espacio de maniobra y posibilidad real de mantener la política económica de Zedillo sin cambios importantes, los que son urgentes para gran parte de la sociedad. Además, el establishment espera y trabaja ideológicamente para que el PRD, que no pudo ser aniquilado pese a la ofensiva de Salinas de Gortari, sea asimilado, se instale en el realismo de las necesidades macroeconómicas y renuncie a sus propuestas.

Los próximos meses y años serán de confrontación política, pero sobre todo de ideas. Se va a decidir si la democracia es un camino para la transformación social o sólo una forma civilizada de sustituir hombres y partidos en el gobierno. En esta confrontación la participación de la sociedad será decisiva.