Indígenas de los Loxichas exponen abusos de militares y policías al relator
Jesusa Cervantes Ť ``No, no soy tímida; tengo mucho miedo de que me vuelvan a pegar con esos zapatos tan horribles que llevaban''.
La voz de Rikilda es bajita y muy, muy pausada. Cuenta desde su mirada, su temor, y con sus palabras, su coraje.
Tiene una bonita sonrisa pero ésta se desdibuja cuando recuerda la madrugada del 9 de mayo pasado, día de odios inexplicables, fecha en que llegaron ``varios judiciales y con sus manos, con sus pies y con esos horribles zapatos nos despertaron y empezaron a pegarnos''.
En San Agustín Loxicha, Oaxaca, la gente se levanta temprano, prepara su milpa y como regalitos le coloca frijol. ``Luego nacen ahí los frijolitos y los vendemos o nos los comemos''.
Pero su cultivo favorito y obligatorio es el café.
Pues bien, la Rikilda --quien ayudaba a su papá, Pedro Hernández Monjarás, en su trabajo de cultivo-- estaba por su quinto sueño, cuando mentando madres y acusándolos de ser miembros del Ejército Popular Revolucionario irrumpieron en su casa miembros de la Policía Judicial del Estado.
``Si no entregas las armas te vamos a matar, a ti y a tu padre'', le espetaron. ``Luego me pegaron en la cabeza, en el estómago, me jalaban del pelo y a mi papá también; no sé cuánto tiempo lo torturaron pero cuando se cansaron lo sacaron para afuera y luego se oyó una balacera''. A Rikilda ya no se le quiebra la voz, lo ha contado tanto...
Y como si los policías se hubieran conmovido, dice, ya muerto colocaron el cuerpo de Pedro Hernández en un burro con dirección al panteón. Todavía trepado sobre el animalito encontraron a Pedro ``magullado, desnudo y golpeado por todas partes'', narra.
``Esto se lo vamos a decir al señor de la ONU (Nigel S. Rodley, relator especial contra la tortura). Le voy a decir que Hugo Vázquez, entregador (guardia blanca), iba vestido como judicial; le voy a decir que se esclarezca la muerte de mi papá y que nosotros somos inocentes de lo que se nos acusa'', dijo firme Rikilda, esperanzada en el representante de la Organización de Naciones Unidas.
``También le vamos a pedir que el gobierno pague los daños, que se salgan el Ejército y la policía de nuestro pueblo y que se vayan los guardias blancas. Ah... y se me olvidaba, que liberen a los 63 presos acusados de ser del EPR''.
Otro caso
A las dos de la mañana del 24 de abril, Celerino Jiménez Almaraz dormía con su esposa cuando el operativo se repitió: llegaron ``varios'' policías de la Judicial y empezaron a repartir patadas, a golpearlos contra el suelo.
``No hablaban, no nos acusaban de nada, sólo golpeaban'', cuenta María Esthela García, esposa de Celerino. Y luego narra cómo en un intento por salvarle la vida ``se trepó'' a los policías y empezó a golpearlos a la vez que les pedía que dejaran tranquilo a su hombre.
En la confusión Celerino logró huir, pero no por mucho tiempo. ``A los dos días después de buscarlo por los alrededores lo hallé deshecho, muerto, parecía una papaya magullada. Estaba horrible, ya ni se sabía si era hombre o mujer, pero sí, era él''.
San Agustín Loxicha ya no tiene autoridades, por lo menos no las que sus habitantes eligieron de acuerdo con sus usos y costumbres. El 25 de septiembre de 1996, la policía inició un operativo.
A Elpidio Ramírez, maestro bilingüe de la región, lo detuvieron en un camino vecinal junto con nueve mentores más. Todos fueron acusados de pertenecer al EPR. Ese mismo día, el presidente municipal y su gabinete también fueron detenidos bajo el mismo cargo.
Habían pasado dos meses, cuando nuevamente de madrugada policías del estado llegaron a la casa del edil suplente. Su hijo de 14 años, Adrián Rafael García Ambrosio, cuenta que los policías los golpearon y por la mañana, ya colocado su padre junto con ocho vecinos más en la cancha deportiva, miembros del Ejército continuaron la golpiza. Desde entonces están en prisión. Su hermanita de un año espera inquieta a las afueras de la representación de la ONU en México. Grita, ríe, manotea e insiste en cubrir el piso con un trapito. Seguramente no recuerda que hace nueve meses, miembros de la policía la aventaron contra el suelo.
Desde esa fecha la milpa, el cafetal y demás propiedades están abandonadas en San Agustín Loxicha. Sus habitantes tienen miedo de volver a ser golpeados o de plano que los maten.
Esto y más escuchó Nigel S. Rodley, relator de la ONU, quien a pesar de ello no irá a Oaxaca.
Su agenda no se lo permite...