Con la finalidad de evitar las fuertes y sistemáticas devaluaciones que históricamente ha sufrido la gran mayoría de países latinoamericanos, hace más de dos años Argentina realizó una maniobra institucional que no deja de ser interesante: fijó --a nivel jurídico-- su paridad cambiaria con el dólar, asegurando con ello que no habría en adelante ajustes en dicha variable. Sin embargo, ello no resuelve de fondo el problema macroeconómico que entraña la relación internacional de una economía subdesarrollada con el primer mundo, en particular el problema del desequilibrio crónico de la cuenta corriente, que entre 1994 y 1996 alcanzó los 15 mil millones de dólares.
En teoría, esta medida de política supone que cualquier desequilibrio de balanza de pagos tiende a autocorregirse casi de inmediato si, y sólo si, los precios internos son perfectamente flexibles. Esto, en lenguaje llano, implica que si --por ejemplo-- existe déficit de balanza de pagos, se pierden divisas internacionales, por lo que también cae la base monetaria, y por tanto, la demanda interna (en bienes internos e importados) y, por ello, también los precios de las mercancías. Eso provoca que la economía corrija la situación inicial y recobre el equilibrio externo. Lo mismo se aplica para el caso de una situación inicial de superávit de balanza de pagos, ya que ello supone que al aumentar las reservas internacionales está aumentando el dinero en circulación, por lo que se genera inflación y en consecuencia pérdida de competitividad que hace crecer las importaciones y decrecer las exportaciones hasta el punto en el cual la economía recupere el equilibrio externo.
Evidentemente, la clave o condición para que todo este proceso automático de ajuste opere, es que los precios sean plenamente flexibles (es decir, se muevan libremente hacia abajo o hacia arriba, según sea el caso del desequilibrio), por lo que los mercados (de dinero, de trabajo, de bienes y de bonos) necesariamente deben ajustarse completamente.
El problema aparece cuando alguno de ellos tarda en ajustar más que los demás, o no lo hace completamente. En cualquier caso habrá sobreajuste de algún o algunos, y subajuste de alguno. La experiencia demuestra que el mercado de trabajo opera con rezagos en la depresión, y también tarda más que los demás en responder en las recuperaciones. La consecuencia de ello, en términos simples, es que los despidos tardan en hacerse al iniciar la recesión y poco después se vuelven excesivos. Sin embargo, cuando se reinicia el crecimiento, justamente por la experiencia de la depresión, es muy común que se hagan muy pocas contrataciones.
La respuesta de los economistas que piensan que el régimen cambiario adoptado por Argentina es el adecuado, naturalmente consideran que es indispensable librar de cualquier traba al mercado de trabajo para lograr que ajuste en las condiciones y tiempos óptimos. En consecuencia, pugnan por la aplicación de médidas que logren la plena flexibilidad del mercado laboral.
¿Qué implica, finalmente, este régimen cambiario? Que las variables internas, particularmente el empleo y los salarios reales, se ajustan a las variables externas. En otras palabras, los objetivos naturales de política económica que deben ser aquéllos, quedan supeditados a equilibrios macroeconómicos que para el ciudadano común y corriente nada tienen que ver con sus condiciones de vida. ¿Hay otra solución menos fría y, por tanto, más cercana a los objetivos de política humanista que un gobierno debe perseguir?
* Agradezco a Hugo Contreras sus comentarios.