Emilio Krieger
La globalización y el narcotráfico

Entre los múltiples efectos que en México ha producido el fenómeno de la globalización o internacionalización de las relaciones económicas, y señaladamente las comerciales, debe contarse la intromisión del lucrativo tráfico de las drogas enervantes.

Es un dato de mucha significación, para valorizar adecuadamente que el narcotráfico no es un fenómeno que se desarrolla en un país aislado ni en un momento preciso. Tal como el comercio de las especies orientales, el tráfico de esclavos negros, o la actividad mercantil respecto de explosivos y armas de fuego, el narcotráfico es una consecuencia del espíritu mercantil, codicioso de utilidades amplias.

Otro dato, que está estrechamente vinculado con el papel que le está tocando a México en materia del narcotráfico, resulta de nuestra inevitable vecindad con el más grande mercado de consumidores de drogas, que forman ya muchos millones de habitantes de la potencia del norte, entre los cuales se encuentran abundantes rubios de ojos claros, piel blanca y religión cristiana, pero también participan varios miles de seres humanos de tez oscura, pelo negro y extrema incapacidad económica y social.

Por ello, otro motivo de gratitud nos liga emocionalmente con Estados Unidos. Sin olvidar el despojo territorial que sufrimos en la primera parte del siglo pasado, en la actualidad tenemos que registrar algunas aportaciones del imperialismo yanqui que estamos viviendo, entre otras la infiltración del neoliberalismo que nos ha contagiado desde la conclusión de la guerra fría, la vigencia del TLC, con su cauda de miseria, de desempleo y corrientes migratorias, y ahora la contigüidad con el mayor mercado de narcoconsumidores, lo que nos ha puesto en lugar casi obligado de buena parte las drogas de que disfrutan los privilegiados habitantes de la gran potencia.

No cabe duda de que una de las fuentes más significativas de producción de recursos o fortunas particulares ilícitas se localiza ya en el tráfico de drogas.

Si se busca encontrar una ponderación y un análisis a fondo del problema del narcotráfico que nos ha invadido y se ha convertido en uno más de nuestros problemas, tendremos que ubicar una parte muy importante de sus causas profundas, de su ``etiología'', como dicen los cultos, en ese mundo exterior, hoy sujeto a globalización y convertido en manantial de desgracias para los países pobres y atrasados, que tienen que sufrir esa malsana enfermedad que antes se llamaba explotación imperialista y hoy se denomina globalización.

Sin embargo, es necesario cuidarnos de no caer en la frecuente y errónea afirmación de que todo lo malo proviene del exterior. Sin duda, la existencia de un nivel de corrupción pública como el que se perfiló a partir de Miguel de la Madrid y que alcanzó su cumbre durante el salinato, hoy prolongado por el zedillismo, ha sido un factor interno de inocultable influjo, el cual, unido a la política económica que acentuó la injusticia en la distribución del ingreso, que acrecentó la pobreza de los humildes y multiplicó la acumulación de los políticos de alto nivel, de los financieros y los operadores de bolsa, vino a empañar el antiguamente limpio cielo mexicano y convirtió el mundo económico y financiero en una verdadera cloaca, repleta de sabandijas con disfraz de prohombres, públicos o privados.

Toda esa inmundicia acumulada produjo una atmósfera viciada al extremo, que ha resultado medio propicio para la penetración del neoliberalismo imperialista, con su disfraz globalizador y con sus ya conocidos, perniciosos efectos como el TLC, la desocupación, las corrientes migratorias, el aumento de la pobreza popular, la multiplicación de los asesinatos políticos y de otra serie de delitos, incluyendo todos los relacionados con los ataques a la salud.

Podríamos decir que en este país nuestro, después de muchos años ya de neoliberalismo globalizante y de honda corrupción, hemos llegado a asimilarla y a nacionalizar, en parte, el antiguo tráfico de los narcóticos que hoy se simboliza, además de las especies nacionales de la mariguana o ``doña juanita'' y de la amapola, con la sureña cocaína, con los orientales ``hashish'' y opio, o con los modernos alucinógenos de producción química.

Tal vez resulte oportuno sacar a colación que lo que en una primera etapa fue una rudimentaria producción de alucinantes vegetales, de poca importancia comercial, se convirtió, gracias a la promoción mercantil del imperialismo británico, en un hábito generalizado entre los millones de chinos y después, mediante una nueva transformación, se convirtió en la mercancía más codiciada por los traficantes por su alta duratividad, en diversos mercados mundiales.

En nuestros días, los enervantes --además de continuar siendo una mercancía muy perseguida, tanto por traficantes en busca de ganancia, como por consumidores en busca de placer o de calmar su angustia--, están desempeñando una nueva función.

En muchos países de nuestro mundo globalizado de fin de milenio se practica, cada vez con mayor alcance, la actividad hoy conocida como lavado de dinero, que según versión de algunos periódicos norteamericanos llega, en nuestro país, a unos once mil millones de dólares por año.

Debemos reconocer que aunque el arte de ocultar, disimular o esconder riquezas malhabidas no tiene nada de nuevo, la reciente forma del lavado de dinero, practicada con todos los adelantos de la técnica de lo ilícito y con todo el virtuosismo de la especulación mercantil, nos lleva en el momento de proclamar que esa novedosa técnica ha logrado conjuntar, en este pobre México, a salinistas con traficantes de drogas, a destacados abogados como el jefe Diego, con dueños de medios de comunicación de primera, a distinguidos miembros del Ejército, como Jesús Gutiérrez Rebollo, e insignes banqueros e industriales, financieros y directivos sindicales, todos los cuales se han visto obligados a utilizar, en forma simultánea, los diversos métodos de lavado, de ocultación, desde el tradicional de las cuentas secretas en bancos suizos, hasta la adquisición de grandes fincas urbanas o la compra de fabulosos paquetes de valores bursátiles, aquí o en Nueva York, o inclusive la obtención de títulos de concesiones de servicios públicos que limpian y hasta ``dignifican'' las inversiones hechas con recursos mal habidos, provenientes del narcotráfico o del ejercicio corrupto de las funciones públicas.

Parece una meridiana afirmación la de que, si de verdad queremos limpiar la ciénaga en que hoy vivimos, debemos combatir denodada y conjuntamente la corrupción de los funcionarios públicos y sus adlátares, el narcotráfico de afuera y de adentro y el lavado de dinero. Las tres actividades están tan íntimamente ligadas entre sí, que a estas alturas cuesta trabajo distinguirlas y separar a sus practicantes.

Mientras la acción persecutoria de nuestros órganos del poder público se materialice en valerosas razzias en colonias medianas, contra delincuentes de ínfima categoría, en conservar en reclusorios a procesados, junto con muchísimos presos políticos o de opinión, y con miles de campesinos inconformes y desesperados, y nuestras fuerzas armadas se dediquen a proteger las mansiones presidenciales y las guaridas de los ex presidentes, o a castigar y golpear a los estudiantes inconformes y a los vendedores informales, nada sustancial habremos de levantar para combatir esa triple arma envenenada contra la sociedad mexicana, que cuenta con los tres dientes de la impune corrupción política de marca salinista, el narcotráfico globalizador con aristas militares y el lavado de dinero, adornado con virtuosismo bancario, financiero, especulativo y prestamista.