En el libro Diaries, de Andy Warhol, aparece una fotografía tomada por él mismo de media mesa donde una cena llega a su declive. En el extremo derecho William Burroughs, frente a un plato de flan intacto, está a punto de servirse otro vaso de vino. En el extremo izquierdo, Mick Jagger, recostado sobre el respaldo de la silla, frente a un plato de flan vacío, con gesto de quien empieza a percibir los síntomas del empacho, trata de llamar la atención de Bill para que comparta la botella. El aspecto saludable de Burroughs, asociado con su flan intacto, y este conjunto asociado con el conjunto de Jagger, nos hace pensar que el flan estaba echado a perder. Warhol, según registra en su abominable diario, el primero de marzo de 1980, asistió a este mano a mano conversacional y gastronómico entre el escritor y el músico. Los tres dólares que pagó de taxi fueron el inicio de aquella velada de mal humor. Tuvo que subir demasiadas escaleras, el departamento era el antiguo vestidor de un gimnasio y no tenía ventanas, todo estaba pintado de blanco, la cena no le gustó y además observó, y lo dejó por escrito en la página 266, los siguientes defectos del anfitrión: duerme en el suelo, no es buen escritor aunque The naked lunch es buenísimo y en suconversación abundan las drogas y las consignas revolucionarias. Llegué a casa a las 11 y pagué seis dólares de taxi, dice Andy al final de su nota.
En la fotografía puede apreciarse que Burroughs y Jagger sí se estaban divirtiendo, además las dos grabadoras que están sobre la mesa, una en el centro y otra junto al flan tóxico intacto, sugieren que durante esa cena se estaban fabricando varias páginas, de acuerdo al particular procedimiento de producción del escritor. Warhol, angustiado por los tres dólares que le había cobrado el taxi, y por los seis que le cobraría después, ni reparó en este detalle.
En 1961, Paul Bowles pasó tres semanas en cama con tifoidea, hospedado en una fría habitación de hotel en Tánger. Para combatir la humedad, Jane, su mujer, encendía durante la noche dos estufas de carbón que ahumaban los tapices y sacaban al gerente de sus casillas. Un día recibió la visita de un escritor gringo, que había visto varias veces en la calle y que deseaba verificar su estado de salud. ``Su aspecto era suave hasta el punto de que su presencia en la habitación parecía incierta'', escribió Bowles de ese primer día que conversó, con las cobijas hasta la barbilla, con Burroughs. Un mes después, ya cuando eran viejos conocidos, Burroughs llevó a los padres de Bowles, que estaban de visita, a que remojaran sus 70 años en las aguas de un balneario; para aderezar esa experiencia tan placentera, les aderezó unas galletitas con majoun que los pusieron en órbita hasta la mañana siguiente, cuando el papá de Bowles, sosteniendo una taza de café africana, irrumpió en la recámara de su hijo para comunicarle que el majoun de Bill no estaba mal, pero que francamente prefería el whisky.
Bowles acompañó a Peter Orlovsky, a Allen Ginsberg y a Allen Ansen a la Villa Muniriya, donde vivía y trabajaba Burroughs. Ahí confirmó el particular procedimiento que utilizaba el narrador para escribir sus novelas y el motivo que había llevado al trío a Tánger: ``Recogían las hojas mecanografiadas de la obra que estaba escribiendo Burroughs y que llevaban meses en el suelo de la habitación de abajo. Yo me había quedado muchas veces contemplando aquel caos de hojas de papel amarillo pisoteadas, pensando que debía gustarle que estuvieran allí, pues de lo contrario las habría recogido; y ahora habían llegado los tres a Tánger con el propósito expreso de recogerlas por él''. De este caos de hojas amarillas pisoteadas, recogidas por sus colegas, salió la única obra de Burroughs que le gustaba a Andy Warhol.
Pero ese caos de hojas amarillas no era más que el resultado, la parte visible, del caos profundo que era su particular procedimiento de escritura: en una grabadora manual, como la que ignoró Warhol en su fotografía, leía al azar líneas de periódicos, revistas o libros y las mezclaba con fragmentos de conversaciones con amigos y con ideas que se le ocurrían en ese momento. A esa colección de voces en casete, todavía les aplicaba el azar de correr la cinta y detenerla en cualquier momento, la frase que quedaba seleccionada era la que pasaba a la hoja amarilla en turno. Con la disposición de su segundo estudio en Tánger, ubicado en el penthouse de la antigua bolsa de valores agregó todavía más azar al procedimiento: instaló repisas en todas las paredes a una altura conveniente para escribir y puso sobre ellas álbumes de recortes, periódicos, libros y cualquier material que tuviera cosas escritas que pudieran mezclarse con las líneas que salían de la grabadora. De manera que Bill escribía corriendo por su estudio, de la grabadora a sus hojas amarillas y de ahí a las repisas con recortes.
Que a nadie se le ocurra poner flores en la tumba del maestro, hay que acudir al sitio donde descansa en paz y arrojar al aire un mazo de hojas amarillas