Hace unos días, el dirigente de la FSTSE, Héctor Valdez Romo, quien seguramente dentro de poco tiempo dirigirá el Congreso del Trabajo por obra de la democracia, advirtió que los trabajadores podrían tomar las calles en demanda de incrementos salariales, y que la CTM aún ``podría ir más allá''. ¿Hasta dónde?, se preguntaba uno con estupor y algo de inquietud. La respuesta vino de Leonardo Rodríguez Alcaine, encumbrado dirigente sustituto de la CTM, más conocido en el medio obrero por el apodo de La Güera, debido quizá a la chispa de los electricistas. En medio mes, cuando mucho, la CTM demandará un aumento general de emergencia y un paquete de incentivos fiscales, y si esa demanda no es satisfecha perentoriamente, la central tomará las calles, asaltará comercios y, en el extremo, recurrirá a la huelga constitucional, es decir, obviando todas las minucias de procedimiento. Más aún: para dentro de tres u ocho años, podrían desaparecer todos los impuestos (y con ellos el Estado), porque tal es el ideal de la CTM. Eso es dirigir; lo demás es vetusto corporativismo.
Lo notable es que ni las autoridades locales, responsables de la seguridad pública, ni las quisquillosas organizaciones empresariales, ni siquiera el gobierno federal,
hayan acusado las terribles conminaciones de La Güera. (Tampoco los trabajadores, hasta donde se sabe.) ¿Acaso es común ver en las calles a millones de cetemistas iracundos, asaltando comercios para aliviar el hambre y el frío y dejando en claro así que ya basta? ¿Por qué nadie tiembla?
Lo primero que se me ocurre es una obviedad: nadie tiembla porque nadie teme. Pero ¿por qué nadie teme, a ver? Primera hipótesis: porque las partes que suelen acordar aumentos de emergencia ya se pusieron de acuerdo y sólo necesitaban algo de presión para que los trabajadores sepan a quién mirar con ojos de agradecimiento. Hipótesis segunda: porque es conveniente que la CTM demande con decisión y gallardía lo mismo que ya está demandando la oposición sindical y política de modo que si a la postre hay que concederlo, se les conceda a los de casa, a los de siempre. Tercera hipótesis: porque es bueno radicalizar las posiciones de la CTM y el Congreso del Trabajo antes de que los foristas y sus amigos celebren la Primera Asamblea Nacional de los Trabajadores en la que, por lo menos, va a haber propuestas sobre nuevas formas de organización, si es que no se plantea abiertamente, venciendo las numerosas contradicciones internas de los convocantes, la creación de una nueva central unitaria. Y basta de hipótesis.
En todo caso, dejemos en el misterio los enfados de La Güera y los apuros que se pasan ahora en la cúpula del movimiento obrero, organizado años ha con la eficacia que todos le conocemos y reconocemos. Porque amenazas de huelga general ha habido varias; por ejemplo aquélla en que los trabajadores nucleares se quedaron solos. Lo único nuevo es la toma de las calles, el asalto a los comercios y el fin de los impuestos, programa que no pasa de ser una broma de La Güera. Aunque la necesidad de mejorar los salarios con incrementos directos y con desgravaciones fiscales es muy real, tanto como la de reorganizar y modernizar al sindicalismo en el espíritu de la democracia y la autonomía. Pero en todo esto las viejas organizaciones corporativas no tienen mucho que hacer, si es que algo tienen. Por eso los exabruptos de sus dirigentes, aunque suenen cataclísmicos y hasta punibles, no consiguen intrigar a nadie.
Hay algo que sí intriga verdaderamente sobre La Güera, y mucho más que sus enfados o amenazas: es el origen del apodo. Con ese apodo y su primer apellido, se compone La Güera Rodríguez, como también se le llama. A finales del siglo XVIII y con pase al XIX, vivió una mujer de gran belleza y talento llamada María Ignacia Rodríguez de Velasco y Osorio Barba, rendidamente admirada por Humboldt y biografiada después por Valle Arizpe. Quizá por lo luengo de su nombre pasó a la historia sencillamente como La Güera Rodríguez. Pero, como no fuera por contraste o antítesis, esta mujer nada tiene que ver con el dirigente cetemista. Y se me acabaron las hipótesis.